En mitad de la crisis del coronavirus, resulta complicado encontrar noticias que no estén relacionadas con la pandemia de un modo u otro. Sin embargo, las hay y algunas de ellas tan gratificantes como la sentencia de la Audiencia Nacional que viene a declarar a Hazte Oír asociación de inutilidad pública.
El gobierno de Pedro Sánchez retiró el año pasado la condición de asociación de utilidad pública a este colectivo ultracatólico. No le faltaba razón puesto que ¿qué utilidad pública puede encontrarse en cargar contra la diversidad sexual o contra las mujeres? Ninguno, tal y como avaló la Abogacía del Estado que vio prácticas de Hazte Oír contrarias a la ley.
La Audiencia Nacional no hace ahora más que aplicar el sentido común para esta asociación que parece llegada del siglo XV. El fallo del órgano judicial es claro: "incumplieron el deber de promover el interés general".
Por lo pronto, el brindis que nos hemos marcado por este varapalo a un colectivo tan despreciable ha sido una auténtica fiesta. Y lo hacemos cuando todavía estábamos parando de reír por el absoluto ridículo de Hazte Oír al calificar de "feminismo linchador y totalitario" las críticas a Plácido Domingo para que después, éste admitiera los hechos.
Qué grandes momentos nos regala la hinchada de Arsuaga, más parecido a un diácono acomplejado de la Santa Inquisición que a una persona del siglo XXI. Él, como cabeza visible de Hazte Oír, ha calificado el fallo de la Audiencia Nacional de "persecución ideológica". Claro que lo es, porque esa ideología que defienden incumple la ley, menoscaba la dignidad humana y, en esencia, pisotea las libertades civiles. En este contexto, mi recomendación para tan ruin asociación es que aproveche su colectividad y, en lugar de hacer pucheros en público, se someta a una terapia de grupo para superar el trance. Ya iba siendo hora que la ley les pegara esta bofetada de realidad: con sus pensamientos, no tienen cabida en una democracia.