Tercer día en los campamentos de refugiados saharauis. Es octubre pero el calor sigue siendo intenso, apenas sopla el viento –las moscas se encargan de recordárnoslo todo el tiempo- y quienes han llegado por vez primera a este inhóspito rincón del mundo se ven aplastados por la realidad de las distancias kilométricas.
La extensión de los campamentos se pierde en el horizonte y desplazarse de un lugar a otro es una empresa titánica si se hace a pie bajo este sol abrasador. Incluso hacerlo en coche no está exento de sus riesgos: el verano pasado se publicó una circular con la que se prohibía la circulación entre las 13:00 y las 18:00 horas para evitar accidentes provocados por los neumáticos en mal estado derretidos en el asfalto por las elevadas temperaturas.
Así pues, quien tiene un coche, tiene un tesoro y si es un Land Rover, un auténtico Potosí. El mítico todoterreno que Maurice Wilks dibujó en una playa de Anglesey (Reino Unido) hace más de 70 años es, sin duda alguna, el rey de los vehículos en el Sáhara. Lo preciado de este vehículo no viene motivado únicamente por su durabilidad, por esa resistencia espartana que no se deja superar por una terreno y una climatología terriblemente adversos, sino por lo fácil que resulta repararlo cuando se avería.
"Si se te rompe la correa de distribución es tan sencillo como cambiarla por un cinturón". Con esta afirmación podría resumirse el porqué un Land Rover con cuatro décadas a sus espaldas, con arena hasta en el mismo depósito y una chapa que a duras penas recuerda a la original puede ser más preciado que un Toyota con muchos menos kilómetros en sus ruedas. Incluso en caso de accidente, algo que es frecuente en este pedregal irregular de firme traicionero, su carrocería no se convierte en chapa cortante a diferencia de los modelos más modernos.
Esta suerte de camello del siglo XXI para un pueblo nómada como el saharaui ha traspasado el plano más pragmático, insertándose en su misma cultura. Tanto es así que poetas como Beibuh Lhaj, fallecido recientemente y considerado uno de los padres de la poesía saharaui, le dedicó poemas, algunos de cuyos versos todavía hoy son capaces de recitar muchos saharauis: "Las descapotables polvorientas, nuestro arsenal y municiones juraron que el invasor no pasaría las noches fuera de sus madrigueras".
Cuentan que en los años de la primera guerra contra Marruecos -no olvidemos que desde noviembre de 2020 se libra un nuevo conflicto bélico tras la ruptura del alto el fuego por el reino alauita- se hizo famoso el vídeo de un Land Rover persiguiendo a un carro de combate... tanto se popularizó que, cuentan en las wilayas saharauis, el fabricante flirteó con la posibilidad de usarlo con fines publicitarios. El propio Lhaj, en uno de sus pasajes relata cómo durante la guerra fue capaz de llevar a un herido al hospital, que no creía poder llevar en un día, en tan sólo una hora. Hoy sería Trending Jaima.
Así pues, no sorprende el lugar tan especial que ocupa este vehículo en los campamentos de refugiados y que, en cierto modo, tiene algo de romántica semejanza con quienes los conducen. Y es que el pueblo saharaui, como le sucede al Land Rover, es duro, un todoterreno capaz de doblegar en un desierto como el del Sáhara más de 45 años.
Cuando en 1975 Marruecos ocupó ilegalmente el Sáhara Occidental y expulsó a la población saharaui a la hammada mientras la bombardeaba con fósforo blanco lo hizo con la cruel intención de aniquilarlo, de exterminar al pueblo al que robaba su tierra. Lo que los bombardeos no consiguieran, lo haría el desierto. Se equivocaron y casi medio siglo de resistencia así lo demuestran.
La dignidad, la determinación y la resistencia de este pueblo está sometiendo al mismo desierto y, con ello, al mismo invasor, que en plena guerra que por un lado niega y por otro denuncia, ha de recurrir al auxilio de los drones israelíes para cometer sus asesinatos selectivos. No contaban con que el Land Rover no es el único todoterreno irreductible que puebla el desierto.