Ha ocurrido de nuevo: vigilantes del metro, esta vez de Madrid, actúan como matones barriobajeros con los más débiles. Sus víctimas han sido en esta ocasión grafiteros menores, personas con problemas de drogadicción o sin hogar. Ya no se trata únicamente de un abuso de autoridad o de una extralimitación en sus funciones para un vigilante de una empresa privada -Segurisa-, sino de un comportamiento que sería intolerable, incluso, para un agente policía.
Organizaban patrullas cuyo objetivo oficial era impedir que los grafiteros se colaran en las cocheras del metro y pintaran los trenes. El objetivo real, sin embargo, era proyectar sus frustraciones en manada contra personas en situación de inferioridad, bien por su condición de menor, drogadicto o sintecho. Los perseguían, acorralaban, interrogaban, registraban y golpeaban gratuitamente con sus porras metálicas o a patadas, con una actitud chulesca y de superioridad pese a su bajeza moral.
Finalmente han sido denunciados y ya existe una investigación en curso, aunque las grabaciones filtradas a medios como la cadena SER dejan poco lugar a las dudas. Se trata de matones con uniforme que no deberían, ni ahora ni nunca, velar por nuestra seguridad porque ellos mismos representan un peligro ciudadano. Algo falla en los procesos de selección de estas empresas de seguridad, que en demasiadas ocasiones terminan contratando a agresores que no pierden oportunidad para cebarse con el débil.
Esta vez ha sido en Madrid, pero no olvidamos la detención de un hombre negro en Valencia por no llevar colocada correctamente la mascarilla, el empujón por las escaleras del metro de Barcelona de otro hombre por no llevar cubrebocas o el trato racista en este mismo espacio, la agresión por dos vigilantes a otro menor, también en el metro de Valencia... Son demasiados los casos que se acumulan para un colectivo, el de vigilantes, cuyo comportamiento habría de ser exquisito pues son los garantes de nuestra seguridad.
Sin embargo, algunos de ellos constituyen un peligro. Si a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado se les cuelan no pocas manzanas podridas en sus filas, con auténticos matones que incumplen la ley escudándose en su uniforme, imaginen en una empresa de seguridad privada... Demostrado el delito por parte de estos individuos, no deberían poder ejercer de nuevo este tipo de funciones. Tales comportamientos no son puntuales, sino que constituyen un patrón, una pauta absolutamente incompatible con el fin último de un vigilante o agente de policía.
Se trata de agresores a los que su empleo brinda la oportunidad de dar rienda suelta a su violencia, retroalimentándola y, quizás, extendiéndola más allá de su jornada laboral. Lo cierto es que no resulta difícil imaginarse a qué partido político votan estos sujetos y cómo cuentan con cierto respaldo social. Eso también resulta otro peligro, porque justificar -como de hecho sucede en algunos comentarios en redes sociales- este tipo de comportamientos en los que la persona agredida no supone peligro alguno en el hecho de que en otros casos los vigilantes sí se enfrentan a personas violentas o, incluso, armadas, es un error, una excusa barata para dar una pátina de normalidad a estos abusos. Si no hubiera ese tipo de personas no harían falta vigilantes, pero ello no legitima la violencia gratuita que vemos en los vídeos.
Urge y llevamos ya demasiado tiempo reclamándolo, hacer limpieza en los cuerpos que velan por nuestra seguridad, ya sean públicos o privados, al tiempo que la propia sociedad arrincona a quienes tienen o defienden actitudes tan mezquinas. Y ello pasa también por aislar, por restar poder a quienes desde las instituciones muestra un apoyo incondicional a estos cuerpos, obviando que hay manzanas podridas en el cesto que, lamentablemente, esconden las sanas, extendiéndose la podredumbre. El hecho de que las agresiones en el metro de Madrid se hayan aireado es una muy buena noticia y ha de mandar un mensaje tan claro como contundente a cualquier agente o vigilante de seguridad: no hay lugar en las fuerzas del orden para abusones... tampoco en la sociedad.