Posos de anarquía

Los bares de nuestras vidas

Los bares de nuestras vidas
Los bares forman parte de nuestros paisajes urbanos y rurales. - Pixabay

Hace meses escuchaba la entrevista a un alcalde de un pueblo enclavado en la España vaciada. Le planteaban la hipotética disyuntiva entre salvar al bar del pueblo o al colegio. Antes de que contestara, mi instinto se inclinó por el segundo, pero su respuesta se confió al primero. Al principio, admito que me sorprendió, más aún viniendo de un político, pues tienden a cubrirse las espaldas y pisar sobre seguro, pero al instante comprendí la lógica que sustentaba el planteamiento. "Hay muy pocos niños y niñas y el pueblo de al lado tiene colegio, pero adultos somos más y solo hay un bar". Implícitamente y sin saberlo, ese alcalde avanzaba la aprobación por unanimidad en el Congreso de la proposición de ley de Teruel Existe para declarar bien de interés general a los bares en pueblos de menos de 200 habitantes.

En medio de tanto ruido, de tanta soberbia política, de tanta polémica artificial que desplaza a lo importante, ver aprobada una iniciativa como ésta es balsámico. La proposición de ley expuesta por el diputado Tomás Guitarte no afecta únicamente a bares y restaurantes, también al resto de tiendas y establecimientos, incluida la venta ambulante, que pasan a ser reconocidos como entidades de economía social. Este hecho les permite acceder a diversas ayudas e incentivos que van desde bonificaciones en las cuotas de la Seguridad Social si contratan personas desempleadas a la simplificación de trámites administrativos.

España ocupa puestos de cabeza entre los países que más bares tiene; tanto es así que contamos con casi el doble de bares por habitante que camas de hospital, con alrededor de seis bares por cada 1.000 habitantes frente a tres camas hospitalarias.

Los bares son importantes, aglutinantes, capaces de reunir a todos los segmentos de la sociedad, independientemente de su clase social, edad, sexo, credo... Y más en una sociedad como la española, que incluso en estos tiempos de soledad y redes sociales digitales que nos aíslan, lo llevamos a la máxima expresión. Sucede en cualquier ciudad, pero cuanto menor es el tamaño de la localidad y su población se reduce, más peso cobra el papel protagonista, la naturaleza de centro neurálgico de los bares.

Quienes hemos crecido a base de bares lo sabemos muy bien. Son puntos de encuentro sin cita previa, esos lugares a los que uno acude sabiendo que encontrará gente apreciada. Son espacios de conocimiento, sitios para compartir alegrías y combatir penas, refugios, cobijos y estancias de celebración. Los bares forman una parte irrenunciable de nuestros paisajes urbanos y rurales y, en muchas ocasiones, auténticos salvavidas ante la inacción de los poderes públicos.

Los bares terminan por asumir el papel de centro cultural, núcleo social desde el que se tejen redes de apoyo, iniciativas solidarias y se gestan acciones de cambio. En la España vaciada su relevancia se amplifica, y de ahí lo oportuna y acertada de la proposición de ley de Teruel Existe. El cierre del último bar del pueblo es sinónimo de defunción rural, la estocada definitiva que culmina en despoblación. Aunque tardío, ofrecer este reconocimiento a los que se han convertido en verdaderos agentes sociales es merecido.

Estos espacios hacen comunidad, son lugares de debate en los que arreglar el mundo entero y dejarlo como nuevo, aunque al volver a poner un pie en la calle todo siga igual. Y quienes asuman que apoyar a los bares es fomentar la cultura del alcohol, quizás debieran también abrazar la moderación en el consumo o, sencillamente, repasar la carta de refrescos, mostos y cafés o infusiones. ¿Ven? Un lugar común, lubricante social, en el que hay cabida para todos y todas.

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