El pasado miércoles conocía triste la noticia de que la familia de la menor de 11 años que sufrió una violación grupal en un centro comercial de Badalona se ha visto obligada a mudarse de la ciudad. El detonante que ha motivado esta decisión son las incontables amenazas de muerte que ha recibido, especialmente el hermano de la víctima. Sin mengua de la responsabilidad y el deber que tienen las autoridades públicas, hechos como éste evidencian el fracaso colectivo como sociedad en el que estamos sumidos.
Cualquiera que conozca de cerca casos de violencia de género sabe perfectamente que la víctima siempre lo es por partida doble. En primer lugar, por las agresiones propinadas por quien se declara su pareja cuando en realidad asume que es su dueño. En segundo, incluso si el culpable es condenado y duerme entre rejas, por las amenazas, intimidaciones y hostigamiento por parte del entorno familiar y de amistades del agresor. Todo ello, en conjunto, forma parte del terrorismo machista que asola España, cuyo retroceso y eliminación no se produce a la velocidad deseada. El desenlace, en muchos casos, es la mudanza de la víctima, el reseteo por completo de una vida mientras el agresor mantiene la suya intacta con la salvedad de un pequeño paréntesis carcelario.
El mismo fenómeno es el que ha sufrido la víctima y su familia en Badalona. Ni siquiera es objeto de análisis aquí el hecho de que la totalidad de los agresores están en libertad hasta la vista de junio. Tampoco que algo falla en el sistema cuando se pueden producir estas amenazas de manera impune, abandonando a la familia y la víctima en el más completo desamparo. Eso es evidente y merece otro tipo de consideraciones.
Quisiera más bien llamar la atención a la ausencia de una red social que proteja a las víctimas cuando se producen hechos de esta naturaleza. A medida que avanzaban las redes sociales digitales hemos ido desintegrando las físicas, esas relaciones de barrio, de vecindad que funcionaban antaño como un seguro. Nos hemos entregado a una sumisión digital en la que parece importar más seguir a una celebridad multimillonaria que a quienes tenemos más cerca.
En el caso de la violación de Badalona se percibe esta ausencia de red social desde el primer momento, cuando hubieron de pasar semanas durante las cuales circuló el vídeo de la agresión hasta que un alumno al fin dio la voz de alarma. Ha llegado el momento de dejar de preguntarnos qué hemos hecho mal para alcanzar este punto, sencillamente, porque lo sabemos perfectamente. No es hora de preguntas, sino de respuestas y actuaciones.
Urge volver a tejer esas redes sociales en todos los ámbitos de nuestras vidas, porque son parte de la solución al bullying, a la violencia machista, a la explotación laboral, a la especulación inmobiliaria... Al leer estas líneas, los viejos y viejas de lugar viajarán con la mente a los movimientos vecinales de los 80. Pues bien, ha de ser ese un viaje de ida y vuelta y, en el regreso, venir cargados de souvenires de la época, de los mimbres con los que confeccionar de nuevo aquellas redes sociales.
Más pronto que tarde, debemos asumir nuestro fracaso colectivo y dejar de escudarnos en el papel del legislador o la policía; su actuación es indispensable y las exigencias al respecto han de ser máximas, pero como sociedad no podemos encomendarnos únicamente a eso. Y no lo podemos hacer porque nuestro entorno más próximo es al que hemos alejado más, prácticamente lo hemos anonimizado, sacudiéndonos con ello cualquier implicación, cualquier preocupación.
Si somos capaces de tejer esas redes de seguridad, amenazas como las que ahora recibe la familia de Badalona perderán peso, porque quienes las profieren son menos, son peores, y cuanto antes seamos capaces de aislarlos, de arrinconarlos como sociedad en bloque más se impondrá una mejor convivencia. Las redes sociales que importan, las físicas, las de proximidad, son el mejor blindaje ante quienes suponen una amenaza, cuyos comportamientos no tienen cabida en el mundo que queremos. ¿Es esta una postura buenista? No lo creo. En realidad, es una cuestión de instinto de supervivencia, todo lo demás es estupidez autoaniquiladora porque si no nos cuidamos nosotros y nosotras en primer lugar velando por nuestro entorno, ¿qué podemos esperar? ¿Apostar todo nuestro bienestar exclusivamente a unas autoridades, cortas de recursos y con una legislación cambiante? La respuesta, y estamos en época de respuestas, es que no.