Tenemos un problema que no tiene sencilla solución. El Partido Popular (PP) arrasó en las últimas elecciones municipales y autonómicas, pero ese no es el problema; sencillamente, es la democracia. Puede preocupar por considerar que el modelo de gestión que lleva a cabo es el de la privatización, el de la meritocracia basada en la desigualdad, el de unos pocos viviendo por encima de nuestras posibilidades. A pesar de ello, ese no es el problema porque es lo que ha elegido la mayoría que votó. El problema es cómo se ha llegado hasta ahí, con esa "otra manera de hacer política" que reivindica Feijóo y que, entre otras cosas, da como resultado que más de un 40% de la ciudadanía ni se acerque a las urnas.
No es una cuestión de ideología, sino de método y el elegido para ganar votos por la derecha, tanto PP como Vox, se ha olvidado por completo del programa. Si analizamos la campaña electoral, ésta se nacionalizó desde el primer minuto, con mensajes dirigidos a resucitar ETA y a acabar con el 'sanchismo'. Ninguna de estas cuestiones tenía que ver con las elecciones locales y autonómicas, pero la derecha engordó su narrativa con ello. Y la izquierda se contagió de esa nacionalización, con anuncios a golpe de BOE que, a la postre, se producen independientemente de quién gobierne su ayuntamiento o gobierno autonómico.
El resultado ha sido doble: por un lado, la ciudadanía ha sido bombardeada con una campaña nacional sin conocer cuál era el proyecto de ciudad o de región que defendían las diferentes candidaturas. Quizás por ello, en los próximos cuatro años, más de uno y una se lleve sorpresas y decepciones sobre lo votado, sin saber qué habría hecho la alternativa porque ésta tampoco se molestó en hablar de programa.
Por otro lado, buena parte de quienes han detectado el problema, absolutamente hastiados de la pobre calidad política que destilan nuestros representantes, han optado por borrarse del mapa. La consecuencia directa de ello es que la abstención no baja del 40% y tanto los votos en blanco como nulos se amontonan. Se da la singularidad, y de los datos así se desprende, que quienes parecen haber detectado el problema y no han votado son mayoritariamente de izquierdas. Es un fenómeno que se viene repitiendo históricamente: buena parte de esa izquierda se jacta de ser más demócrata que la derecha pero, justamente cuando se da la única oportunidad en cuatro años en que la ciudadanía tenga voz, la derecha es la que le da una lección democrática a la izquierda.
Esta estrategia de nacionalización de la derecha es, además, perversa, porque tampoco aborda el escenario nacional tal y como es descrito por organismos oficiales (nacionales e internacionales) y analistas de las entidades financieras: se obvian los datos de empleo y Seguridad Social y, si se refieren, se miente al respecto; se olvidan las cifras de crecimiento superiores a la media europea; se menosprecia tener el precio de la energía más barato de Europa... Se vuelve a cargar contra el derecho a tener un sueldo digno pese a haberse demostrado que la subida del SMI ha favorecido al empleo y al PIB. Es decir, ni siquiera la nacionalización de unas elecciones locales/autonómicas aborda cuestiones de interés nacional, introduciendo a una banda terrorista que no existe -sin que haya influido en Euskadi, donde más daño hizo-, a unas okupaciones que no suponen ni un 2% del total y que tienen sencilla resolución...
El problema no sólo es el método, sino que, además, a la derecha le funciona, como hemos podido comprobar en los resultados electorales. Al tiempo que moviliza a su hinchada política, desactiva a la contraria. La tormenta perfecta para el tsunami de PP y Vox. ¿Cómo convencer a esa derecha de la irresponsabilidad de lo que hace? ¿Cómo hacerle ver la intoxicación de la democracia en que incurre? Y la respuesta es que no es posible hacer tal cosa porque Feijóo no sólo no se arrepiente, sino que saca pecho por ello.
Arranca una próxima campaña electoral y, pese a que ésta sí corresponde con unas elecciones generales, no percibirán cambio alguno respecto a los mensajes de la campaña recién terminada. Eso debería hacernos recapacitar, pero lejos de hacerlo, un elevado porcentaje de la población sigue la inercia. La izquierda tiene escaso margen de maniobra: en estas últimas elecciones del 28 de mayo, ha optado por seguirle el juego a la derecha y ha sido un error. Es posible que el resultado hubiera sido el mismo si se hubiera ceñido al programa de cada región, de cada ayuntamiento, pero al menos habría sido más noble y coherente.
Hasta la fecha, la izquierda no ha caído en la tentación de retorcer la realidad como hace la derecha, en manipular datos o falsearlos. Quizás no se ha dejado atrapar por esa deriva porque su electorado no se lo perdonaría; del mismo modo que quien se abstiene parece mayoritariamente de izquierda al haber detectado el problema que refiero -y de ahí la debacle progresista-, también identificaría este intento torticero que trata al votante con un discurso básico, simplón.
En plena fragua de acuerdos entre PP y Vox para conformar ayuntamientos y gobiernos autonómicos, la izquierda debería huir en la próxima campaña del recurso del miedo a la extrema derecha. Ese mensaje no cala. El votante de izquierda ya está mentalizado de lo que significa meter al fascista en casa y quien no lo está se ha impermeabilizado ante los mensajes apocalípticos en torno a Vox (aunque tengan fundamento). Indicar ese riesgo no está de más, pero ni de lejos debería ser el hilo conductor de la campaña electoral; es preciso bajar a ras de suelo y llegar al electorado con otro tipo de mensajes.
Confeccionar la campaña de manera reactiva, como una línea defensiva para desactivar la narrativa de las derechas es un error y sería contrario al intento de querer llevar la iniciativa del propio Pedro Sánchez con su adelanto electoral. Trufar toda la campaña de nuevos anuncios en el BOE también sería una equivocación colosal, porque la sensación de trabajo improvisado o, incluso, de mercadeo del voto fácil generaría rechazo. La derecha ha encontrado su fórmula para llegar al poder y le funciona; la izquierda ha de fraguar la suya propia y, a ser posible, más digna, más honesta... porque el tamiz por el que pasará aparentemente es más fino que el conservador.