Posos de anarquía

El imperio de la mentira

El imperio de la mentira
El actor Juan Diego Botto. -JOSÉ OLIVA  / Europa Press

Llevamos demasiado tiempo hablando de desinformación y fake news pero en realidad hemos caído ante el imperio de la mentira. Las falsedades malintencionadas se imponen a la verdad con una soltura inquietante, sin tener ningún tipo de consideración por el daño que pueden causar. Lo vimos ayer mismo en el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, con unos moderadores ausentes que tendieron la alfombra roja a los embustes del conservador, o en redes sociales, con la extrema derecha arremetiendo contra el actor Juan Diego Botto con repulsivas mentiras.

Si en el debate entre las dos personas que aspiran a llevar las riendas del país la manipulación y los bulos son la tónica dominante, ante la más absoluta pasividad de sus organizadores, ¿qué podemos esperar? Pues hechos tan lamentables como los que ayer le tocó vivir a Juan Diego Botto, cuando la extrema derecha utilizó internet para acusar a su padre de terrorista y atribuirle unas declaraciones que jamás se produjeron: "Si llega Vox al gobierno, entenderé que vuelva ETA". La cascada de insultos, amenazas y mentiras posteriores no tardó en producirse, llegando a desear, incluso, que arrojaran a Botto al mar desde el aire como hizo la dictadura argentina con sus opositores.

El odio y la mentira con la que la derecha extrema está tratando de imponerse en esta campaña electoral ha terminado por viciar el aire haciéndolo irrespirable. No sorprenden nuevas lonas como la recientemente instalada en la plaza Pedro Zerolo que pide, precisamente, "votar contra los pactos del odio". Aliarse como lo está haciendo el PP con Vox es pegarse un tiro en el pie y, lo que es peor, ametrallarnos al resto. La extrema derecha no tiene límites y, además, va in crescendo, de modo que cuando la mentira no le baste pasará a la agresión, a la violencia física. Haberla legitimado ya como lo ha hecho, es un primer paso.

En este sentido, asociarse con Vox no debería ser una opción, porque la probabilidad de mancharse las manos de sangre cobra cada vez más peso. A pesar de su desfachatez aportando datos falseados, Feijóo está muy lejos de Santiago Abascal, al menos, sobre el papel. La realidad es que cada pacto suscrito con los fascistas reduce esa distancia y más pronto que tarde terminarán por tocarse, sin que quede margen para separarse, por mucho arrepentimiento que embargue al gallego.


La barbaridad que tuvo que vivir ayer Botto, tristemente más que acostumbrado a recibir insultos de indeseables patrioteros, no es una mera anécdota, es un perfecto reflejo del imperio de la mentira y el odio que quiere dominar nuestra convivencia, deshaciéndose de quienes piensan de un modo distinto, precisamente del modo que trajo a España la libertad que creó el espacio para estos bárbaros. El próximo 23 de julio debería servir para poner coto a ese odio, para pararle los pies, porque quienes hoy lo aplauden, mañana será sus víctimas y, ¿quién quedará para ayudarle a parar los golpes si previamente se quitó de en medio a los demócratas?

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