Posos de anarquía

Si Nixon levantara la cabeza

Si Nixon levantara la cabeza
El expresidente de EEUU Donald Trump durante un acto en Washington, a 24 de junio de 2023. - Aaron Schwartz/ Sopa Images Via Z / Europa Press

Donald Trump vuelve a ser procesado. El expresidente republicano se enfrenta a duros cargos por supuestos intentos de revertir el resultado de las elecciones presidenciales de 2020, lo que podría terminar con sus huesos entre rejas. No es la primera y, quizás, no será la última causa abierta contra el republicano que, pese a todo, continúa negando los hechos, acusando a Joe Biden de orquestar otro "capítulo corrupto", una "caza de brujas" contra él. ¿Se imaginan a Richard Nixon actuando del mismo modo tras el escándalo del Watergate?

En 1972, cinco hombres allanaron la sede del Partido Demócrata en el complejo Watergate. Los ladrones estaban pagados con dinero negro de las campañas electorales del Partido Republicano. Un año más tarde, tras haberse hecho público el escándalo gracias al trabajo de los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein de The Washington Post y un proceso judicial, en 1974 Nixon dimitiría. ¿Cómo se habría desarrollado ese proceso en la actualidad?

Para responder a esa pregunta, ni siquiera es preciso saltar al otro lado del Atlántico; pueden quedarse aquí en España y recordar la policía política, las cloacas del Estado por las que no ha sido condenado ni un solo político, a pesar de audios más que comprometedores del exministro del Interior Jorge Fernández Díaz. La mayor pena impuesta en relación con estos hechos es la que conocimos recientemente al excomisario Villarejo que, con una pena de 19 años de cárcel no plantará un pie en prisión. Ver para creer.

El escenario descrito no es casual, como tampoco lo es que pese a todos los indicios y a la relación de pruebas en diferentes causas que retratan a Trump como un peligro público andante, éste niegue la mayor y se victimice, atreviéndose incluso a comparar la situación con las persecuciones nazis. El grado de desfachatez no tiene límites y, lo que es peor, cuenta con millones de seguidores que respaldan sus delirantes argumentos.


Vivimos en una época muy distinta a la década de los 70 y, a todas luces, hemos involucionado en ciertos aspectos. Nixon se revolvió durante un año, aferrándose a su despacho de la Casa Blanca, pero terminó por dimitir. Trump jamás dimitiría, como en España fue necesaria una moción de censura para apear a Mariano Rajoy de La Moncloa. La manipulación de la realidad ha calado hondo y es contagiosa.

Si en los 70 la sociedad estadounidense, incluida buena parte de la republicana, quedó consternada por el escándalo Watergate -ojalá también lo hubiera hecho por saber cuán manchadas tenía las manos de sangre por el asesinato de Salvador Allende-, en la actualidad ese sentimiento se ha esfumado. Prima la crispación, la división, la ceguera del hincha político que solo genera violencia. Podríamos consolarnos amparándonos en la teoría de cómo han cambiado nuestros representantes políticos, pero lo cierto es que quienes nos hemos dejado cambiar hemos sido nosotros como sociedad en conjunto. Si mantuviéramos los estándares de crítica, reflexión y, en definitiva, de ética que antaño se destilaron, nuestra clase política, aquí o en EEUU, no podría actuar de manera tan impune. Depende de nosotras y nosotros, no de ella.

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