Punto de Fisión

El chino de Falcon Crest

Basta leer uno de los correos de Urdangarín a Diego Torres para comprender el trabajo que les espera a los jueces del caso Nóos: "Tengo un mensaje de parte del Rey, y es que le ha comentado a Cristina para que me lo diga, que le llamará Camps a Pedro para comentarle el tema de la base del Prada y que en principio no habrá problema y que nos ayudarán a tenerla". La frase, un inexpugnable ramillete de solecismos, copulativas y subordinadas, parece la pesadilla de un alumno un día antes de la selectividad. Aunque avezados a lidiar con la impenetrable tiniebla del lenguaje jurídico, me da que aquí los magistrados van a tirar la toalla. Entre analizar detenidamente esa frase o creer a Urdangarín, yo creo que la cosa está clara. Lo van a absolver por la sintaxis.

A un juez, por definición, le corresponde desmontar tramas. Lo de alicatar gramáticas gongorinas es más bien cosa de poetas, por no hablar de desbrozar culebrones de televisión. Alguien va a tener que llamar al equipo de guionistas de Los Soprano y The Shield para ir poniendo orden en tanto cabo suelto. El caso Nóos parecía muy sencillo, muy apañadito, pero poco a poco han empezado a proliferar personajes secundarios y terciarios hasta el punto de que cualquier día, en los correos de Diego Torres, aparece el chino de Falcon Crest.

A ningún guionista se le ocurriría desperdiciar una trama secundaria que responde al inverosímil apodo de Corinna Sayn-Wittgenstein, una princesa rubia con nombre de muñeca y apellido de filósofo alemán. Llega a asistir Wittgenstein a los preliminares del caso Nóos y se come aquella primera proposición del Tractatus ("los hechos poseen forma lógica") con chucrut y todo. Ni lógica ni hechos ni forma: lo del Urdangaranato es un cachondeo, un sindiós. Claro que cuando le explicaran a Wittgenstein la función de Corinna en la trama y su delicada amistad con el rey, lo mismo respondía con la última proposición del Tractatus: "De lo que no se puede hablar, se debe callar".

Por desgracia, vivimos en un país donde los guionistas no dan para mucho y se les paga menos aun. Los de Los Serrano complicaron de tal modo la historia que al final no se les ocurrió otra cosa para deshacer el embrollo acojonante en que habían metido a los protagonistas que solucionarlo todo con un sueño, el socorrido recurso del teatro barroco y de las redacciones de preescolar. Ya que la justicia calderoniana está de capa caída, al menos los españoles deberíamos exigir que hagan una buena teleserie. No sé por qué, pero me huele que, después de tanto interrogatorio, tanta princesa filosófica y tanta infanta de refilón, al final Juan Carlos se despierta y se encuentra que todo ha sido un mal sueño. Sólo eran fotocopias, majestad, siga durmiendo. De lo que no se puede hablar, se debe soñar.

 

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