Punto de Fisión

Gallardón, un hombre de principios

Más que una dimisión, lo de Gallardón ha sido un portazo. Como llevaba tanto tiempo anunciándolo, nadie se pensaba que hablase en serio. Al fin y al cabo, Gallardón está amenazando con irse de la política prácticamente desde que empezó. "Yo me voy, ahí os quedáis" es su leit motiv desde que en 1998 fracasó su moción de censura contra Leguina. El partido suele responderle: "A ver si es verdad", como lo hizo tras su célebre escena de diva en uno de los ascensores de Génova, diez años después, cuando le cantó a Mariano su gran aria de despedida en caso de que no le permitieran presentarse a las elecciones, aunque fuese de bedel. Pero si vas tantas veces de farol, al final te hacen el pase negro, sobre todo si juegas al póquer con Mariano, que siempre envida a chica.

Con la retirada de la polémica ley del aborto, Mariano mata dos pájaros de un tiro mientras acaba de quebrantar la penúltima promesa de su programa electoral (hay quien dice que no, que ya no le queda ninguna por incumplir, pero al ritmo que lleva la legislatura todavía le va a dar tiempo a casarse con un tío, no necesariamente alemán). Tres pájaros, tres. No está mal para un tipo al que tachan de haragán; llega a hacer algo menos y reincorpora Portugal al reino de España. Lo mejor ha sido escuchar las razones que le han llevado a desandar este paso; dice que no ha sido por electoralismo, sino por falta de consenso, como si hubiera tenido muchos a la hora de privatizar la sanidad, destrozar la cultura o acometer una reforma laboral donde sólo falta un epígrafe para los grilletes y otro para legalizar el trabajo infantil.

Los analistas y psicoanalistas que intentan explicar esta carambola a toro pasado olvidan un precepto fundamental: al presidente no le interesa un pimiento la ley del aborto, el aborto ni la ley, lo que deseaba era abortar a Gallardón y le ha puesto la guillotina a huevo. La jugada venía preparándola desde años atrás. Al encargarle la redacción de la ley, Mariano de inmediato desactivó la creencia –ingenua pero muy extendida– de que el alcalde de Madrid era el ala progresista de la gaviota. Muchos habían olvidado aquella tremenda advertencia del propio padre de la criatura: "Mi hijo es mucho más de derechas que yo". Gallardón escuchaba ese mantra de vez en cuando, para no perder comba católica, lo mismo que Superman iba a su palacio de hielo a ponerse un radiocassete de Jor-El. Luego, más calmado, disfrazado ya de Clark Kent, regresaba a Madrid, a sus túneles y sus estropicios, y hasta fue el primer alcalde español en repartir gratuitamente la célebre pídora del día después. Lo cual da una idea cabal de que Gallardón, ante todo, es un hombre de principios. Lo que no ha sabido nunca es terminar.

Hasta hoy, en que ha dado una rueda de prensa modélica, aunque con treinta años de retraso. Gallardón ha abortado como ministro de justicia igual que abortó de alcalde, siguiendo esa constante vital de dejar siempre las cosas a medias. Pudo haber conseguido una Olimpíada para Madrid pero siempre se quedaba en las semifinales, como Mourinho. Pudo haber chafado la capital hasta los cimientos, pero le otorgó ese honor a su sustituta, Ana Botella, que ya no sabe si cambiar la estatua de Neptuno por la de Ronald Reagan o la de Colón por una de Neil Armstrong. Pudo haber endeudado la capital por los siglos de los siglos, pero se conformó con soltar un pufo para el próximo medio. En su último mutis, ha dejado el aborto a la mitad, lo que viene a ser el colmo de la interrupción.

Sin embargo, para que no se diga, ahí están sus grandes logros: ha privatizado la justicia y la ha puesto en hora con la de 1977. Igual que Superman cuando descabaló la órbita terrestre a fuerza de chicuelinas para dar marcha atrás al reloj. Gallardón, ya lo dije antes, es un hombre de principios. Ojalá de verdad sea éste el final.

 

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