Punto de Fisión

Hable de sexo con Munilla

Muchos feligreses saben por experiencia que el confesionario funciona a menudo como consultorio sexual: "¿Practicas tocamientos? ¿Cuántas veces al día? ¿Solo, con amigos, en familia?" Estas y otras relevantes cuestiones no obedecen a la natural curiosidad del sacerdote, sino al estricto cumplimiento de su vocación, centrada obsesivamente en el sexto mandamiento. Una vez despachados los pecados habituales ("¿Has matado mucho esta semana? ¿No? ¿Has puteado a tus empleados? ¿Has pegado a tu mujer? ¿Has robado, has defraudado a Hacienda, tienes cuentas en Suiza?"), el confesor se lanza en plancha a la entrepierna, al aparato reproductor, que es lo que de verdad le interesa al Gran Jefe allá arriba. Un creador, sobre todo si es supremo, se interesa fundamentalmente por la procreación.

El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha publicado un manual sobre sexualidad católica (y no digo lo de manual con segundas intenciones) que va a entrar directamente a las listas de best-sellers, a hacer la competencia a eminencias del rango de Belén Esteban y Risto Mejide. El condón, la regla, el aborto, los abusos a menores: no hay charco donde el obispo no meta el pie, a menudo los dos y a veces hasta el alzacuellos. Por ejemplo, la naturaleza "cíclica" de la condición femenina, que afecta el humor, la sensibilidad y la susceptibilidad de las mujeres: "A algunas les da por la actividad o la limpieza". Debería incluir una tabla de estadísticas respecto al desgaste de detergentes y mochos de fregona en conventos de monjas de clausura.

No podía faltar, por supuesto, la referencia a la homosexualidad, una "depravación grave" según las Sagradas Escrituras, otro manual de prácticas sexuales que lleva milenios en vigor y que entró en las listas de best-sellers mucho antes que el grimorio de Munilla e incluso que los de Risto Mejide. Munilla se apoya en la Biblia y en San Pablo para desacreditar a Kinsey, a Havelock Ellis y hasta al Papa Francisco, que hace poco se preguntaba quién era él para juzgar a un gay si busca a Dios y tiene buena voluntad. Pues haber sido obispo vasco, pibe, que no es lo mismo predicar desde Roma que desde Donosti.

Buena parte del volumen está dedicado a la masturbación, una práctica que el obispo considera "violencia contra el cuerpo", "autoviolaciones", tal como las denomina el clero polaco con exquisito neologismo. Los estudios clásicos sobre sexualidad humana consideran la masturbación exactamente lo contrario, un ejercicio de descubrimiento del propio cuerpo, una exploración del deseo, un saludable desahogo en el peor de los casos. Pero qué sabrán ellos. Pudiera parecer que el voto de castidad supondría un serio veto para el conocimiento a fondo de estas cuestiones, pero es justamente al revés, como lo demuestra aquella escena brutal de La última noche de Boris Grushenko, en la que Woody Allen y una aristócrata rusa ponían patas arriba un dormitorio. Cuando la aristócrata, felizmente despeinada, le decía cómo es que sabía tanto de sexo, Woody Allen respondía: "Será porque practico mucho cuando estoy solo".

Una lástima que Munilla no dedique un capítulo del libro a lo último en masturbación post mortem: un reciente invento que consiste en rellenar un consolador transparente con las cenizas del ser amado para que siga cumpliendo sus obligaciones maritales desde el más allá, dando un nuevo significado a ese dicho cristiano de "polvo al polvo". Probablemente lo incluya en posteriores ediciones de su manual, quizá al tiempo de que Nacho Vidal publique al fin ese estudio teológico sobre el poder de la oración y el alcance de la fe que tanto tiempo llevamos esperando.

 

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