Punto de Fisión

San Pedro, verdugo y mártir

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / EP

A lo mejor es casualidad, pero que el mismo lunes en el que Pedro Sánchez comunica su decisión sobre si dimite o sigue al frente del Gobierno, caiga en 29 de abril, festividad de san Pedro Mártir, parece una casualidad muy bien calculada. No entiendo mucho del martirologio, pero por lo visto, este san Pedro Mártir no tiene nada que ver con el otro san Pedro, el rocoso pescador de hombres sobre el que Jesucristo edificó su iglesia y que pidió ser crucificado cabeza abajo. No es que haya muchas semejanzas entre nuestro atractivo y sonriente presidente y cualquiera de ambos santos, pero de parecerse a alguno, evidentemente Sánchez tira más al apóstol.

En la misiva enviada a la ciudadanía el miércoles, donde explica su desánimo ante la campaña de difamación emprendida contra su esposa, Begoña Gómez, hay unos cuantos puntos oscuros -yo diría que casi todos-, aunque ninguno más oscuro que enterarse a estas alturas de que la derecha ha puesto a funcionar "la máquina de fango" de la que hablaba Umberto Eco. Hombre, la maquinaria lleva en marcha no desde el año pasado, ni siquiera desde que Sánchez se sentó en La Moncloa, sino mucho, mucho antes, al menos dos décadas atrás, cuando los mamporreros de Aznar empezaron a inventarse noticias sobre la autoría etarra del 11M e incluso implicaron a altos cargos del PSOE entre los cómplices del mayor atentado en la historia de Europa.

No haber reaccionado a tiempo, no haber parado a los pies a aquella banda de cuatreros armados de rotativas, altavoces y micrófonos, haber confundido la libertad de expresión con la manipulación informativa y la potestad de publicar impunemente cualquier calumnia, no hizo sino alimentar la máquina. Veinte años después, escribir, como escribe Sánchez en su epístola a los españoles, que "este ataque no tiene precedentes" resulta una frivolidad tan repugnante, una mentira tan burda que no hay por dónde cogerla. Los precedentes son tantos y dan tanto asco y tanta grima que casi da vergüenza enumerarlos.

En los últimos años, aparte de la persecución indiscriminada contra políticos independentistas catalanes y vascos, la ofensiva judicial y mediática contra Podemos alcanzó cotas de infamia prácticamente nunca vistas en cualquier país civilizado. Más de ocho años de acusaciones sin pruebas, más de veinte querellas, causas e investigaciones abiertas en una auténtica cacería jurídica que se han resuelto en nada, pero cuya formidable labor de desgaste en portadas y telediarios ha dejado a la formación morada al borde mismo de la desaparición. Mención aparte merece el intolerable acoso al vicepresidente Pablo Iglesias y a su esposa, la ministra Irene Montero, en las puertas de su propio domicilio, incluyendo a sus tres hijos menores de edad. No se recuerda una sola vez que Sánchez abriera la boca, ni dentro ni fuera del Congreso, para denunciar esta canallada, seguramente porque le venía muy bien a la hora de eliminar a un adversario político.

Dudo mucho que Sánchez sea ciego, sordo o tonto, de manera que su emotiva carta -por otra parte, una excelente pieza literaria- debe ser leída en clave teatral, una pantomima sentimental para ocultar el inestable equilibrio de una legislatura que apenas ha podido sacar adelante una sola ley, más allá de la amnistía; reforzar la idolatría en torno a su persona; y apuntalar una vez más al PSOE como única fuerza de pseudoizquierda que puede hacer frente a la ultraderecha desatada. Al leerla, me acordé de esos mensajes que lanzan algunos usuarios desesperados de Facebook anunciando su despedida de las redes sociales, hartos de malos rollos, y que se van definitivamente para regresar a los pocos meses. Perro Sanxe sabe más por perro que por Sanxe, no lo olvidemos. Aunque se crucifique él solo cabeza abajo.

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