Punto de Fisión

Gracias por todo, señor Corman

 

Roger Corman
Roger Corman

Hay unas cuantas imágenes traumáticas que me persiguen desde la niñez, embozadas no en el ropaje de la gran pantalla sino en la caja del televisor, dispuestas a saltar desde aquel humilde electrodoméstico y hacer pedazos el mundo. Una de ellas fue el final inolvidable de El planeta de los simios: Charlton Heston arrodillado en una playa, golpeando las olas frente a los restos de la Estatua de la Libertad, maldiciendo a la humanidad y maldiciendo las guerras. Las interminables continuaciones, franquicias y adaptaciones de aquella legendaria obra maestra de Franklin Schaffner no han hecho sino ir degenerando y arruinando la pesadilla original hasta el punto de que las últimas parecen escritas y dirigidas por una cuadrilla de monos.

El segundo trauma me alcanzó a traición un sábado por la mañana, durante uno de esos programas infantiles que por aquel entonces honraban la televisión pública: la alucinante fábula de un médico que decide probar un suero experimental en sus ojos y descubre que puede ver a través de los objetos. Aprovecha entonces para echar un vistazo a la ropa interior de las mujeres, aunque pronto comprende que el taladro de su visión no se detiene y en seguida traspasa la piel y los huesos, hasta alcanzar el tuétano, el alma, la esencia misma del ser. Imposible olvidar a Ray Milland con los ojos quemados, ennegrecidos, fundidos después de haberlo visto todo, a punto de cumplir la terrible parábola evangélica.

"Si tus ojos te escandalizan, arráncatelos". Dicen que Roger Corman rodó El hombre con rayos X en los ojos en poco más de tres semanas, inmerso en ese estajanovismo cinematográfico que le llevó a dirigir más de medio centenar de películas y a producir otras tantas. Frente al cine industrial de los grandes estudios y las aparatosas producciones con presupuestos millonarios, Corman se las apañaba para sacar adelante proyectos casi imposibles recurriendo a su imaginación, su astucia y su talento. Antes de leerlo en la fabulosa traducción de Cortázar, muchos niños descubrimos a Poe gracias a las asombrosas recreaciones de Corman -La caída de la casa UsherLa máscara de la muerte rojaLa tumba de Ligeia- en las que Vincent Price vagaba por los fotogramas en technicolor, alto, arrogante y misterioso como una gárgola.

Se le recuerda sobre todo por su contribución al terror gótico y a la ciencia-ficción, pero tocó multitud de géneros, desde el cine negro al western, pasando por las carreras de coches. Con un soberbio y lacónico John Philip Law al frente, Corman filmó El barón rojo, un formidable drama bélico ambientado en la Primera Guerra Mundial que contiene algunas de las coreografías aéreas más hermosas y sugestivas del séptimo arte. En el difícil terreno de la comedia de terror dio a luz al menos dos obras maestras: La pequeña tienda de los horrores, convertida casi desde el día de su estreno en una obra de culto, y Un cubo de sangre, la macabra historia de un camarero transformado en artista que triunfa con esculturas que ocultan los cadáveres de sus asesinatos. Aunque casi nunca se metía en política, pocas veces el cine habrá denunciado el racismo con la inteligencia y la energía que Corman demostró en El intruso, magnífica adaptación de la novela homónima de Charles Beaumont.

Bajo su magisterio de toma el dinero y filma -un curso acelerado de cine que valía más que una carrera universitaria- se criaron y formaron algunos de los más grandes cineastas de los setenta y los ochenta, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Peter Bogdanovich, Monte Hellman, John Sayles o Jonathan Demme, quien en agradecimiento le dio un pequeño papel en El silencio de los corderos. Sin embargo, más aún que los cineastas que aprendieron a hacer cine a su sombra, el legado imperecedero de Corman continúa en esos niños que descubrimos el terror y la emoción de contar historias sin que importara el dinero ni los medios. Es verdad que hoy día, cuando el cine de serie B ha copado las pantallas de todo el mundo, la mayoría de los efectos especiales que utilizaba Corman dan lástima o risa, pero él tenía rayos X en los ojos y lo que sí dan lástima y risa son esas superproducciones millonarias en las que, aparte de efectos especiales, no hay nada detrás, ni poesía, ni belleza, ni fantasía, ni alma.

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