Como Lawrence de Arabia, el rey Juan Carlos tiene una irrefrenable tendencia a rodearse de kufiyas y chilabas. Es lógico, teniendo en cuenta que casi siempre que se arrima a un jeque le cae encima un Ferrari, un palacete o dos Ferraris. En el Gran Premio de la Fórmula 1 de Abu Dabi, el emérito tampoco pudo evitar la atracción gravitatoria del dinero, se acercó a saludar a la tribuna de autoridades y le sacaron una foto sonriendo encantado junto al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamen Bin Salman, alias el Carnicero de Estambul, aunque también es conocido como el Destripador de Yemeníes.
Según las últimas estimaciones de la ONU, los niños muertos por hambre en Yemen en los últimos tres años rondan los 85.000, una cifra que daría mucho trabajo a los periodistas de producirse, por ejemplo, en Venezuela. Por eso, lo que verdaderamente repugna a la comunidad internacional no es la injerencia militar de Arabia Saudí en la guerra civil yemení, sino el brutal descuartizamiento de Jamal Khashoggi en un consulado de Estambul. De repente, el mundo descubría que en ese país donde las mujeres son tratadas como basura, se celebran ejecuciones públicas y los derechos humanos no valen ni de papel higiénico, el periodismo también está sometido a la crítica medieval: cuatro minutos de golpes, apuñalamientos y cortes practicados por un forense con la víctima consciente y en carne viva.
Se rumorea que la fotografía del rey emérito junto al instigador de esta atrocidad podría arruinar su imagen, pero no es verdad; anda que no hay álbumes de recuerdos de Juan Carlos I junto a carniceros de la misma calaña. Desde sus innumerables fotos al lado de su patrocinador, el general Franco, hasta el momento en que condecoró con el Collar de la Orden de Isabel la Católica a uno de los mayores genocidas del cono sur, el general Videla. No será ni el primero ni el último de los retratos en que nuestros líderes mundiales hacen cucamonas a llamativos asesinos de fama internacional: no hay más que recordar los cordiales apretones de manos de González, Aznar, Rajoy o Zapatero a Teodoro Obiang Nguema, presidente de Guinea Ecuatorial y uno de los principales impulsores del sanguinario arte de la masacre.
Sabemos que esas fotos, por asquerosas que sean, son necesarias; nos han explicado muchas veces que hay negocios en Arabia Saudí o en Guinea Ecuatorial que dan empleo a mucha gente y traen riqueza al país, aunque sea a costa de reventar autobuses cargados de niños o de enviar apisonadoras para aplastar disidentes. Razones de estado lo llaman, aunque el gobierno y la Casa Real se han desvinculado de cualquier posible relación con la inoportuna imagen de Abu Dabi asegurando que ellos no sabían nada y que aquí paz y después gloria. Lo que no sabíamos es que el rey emérito sigue cumpliendo estas lamentables funciones de conseguidor entre reyezuelos homicidas, a lo mejor por eso le pagamos el dineral que le pagamos. A este paso, la próxima parada del rey Juan Carlos va a ser al lado del rey del Cachopo.
Comentarios
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