Me sorprende mucho que este año se reclame un boicot al Festival de Eurovisión como protesta por los crímenes del ejército israelí contra el pueblo palestino. Yo pensaba que el boicot se celebra todos los años y que consiste en la celebración del propio Festival de Eurovisión. De hecho, creía que las sanciones internacionales habían obligado a Israel a correr con los gastos de la organización, el vergonzoso despliegue de decibelios y el papelón de retransmitirlo en directo al mundo entero. Sí, probablemente la ironía y el humor negro no sean la mejor forma de encarar el pisoteo constante de los derechos humanos en Palestina, pero si los chavales torturados, los edificios reducidos a escombros junto a las familias que habitaban dentro, el bloqueo infernal que padecen millones de personas en Gaza desde hace más de una década, la condena de más de veinte resoluciones en la ONU sólo el año pasado y el niño palestino acribillado a balazos por la espalda mientras corría maniatado y con los ojos vendados no son noticia de primera plana, entonces está claro que hay que hablar de Eurovisión.
Israel, no queda más remedio que reconocerlo, es un país curioso desde su nacimiento, conseguido a base de bombas, actos de extorsión y terrorismo, activismo político y una anacrónica aplicación de los derechos históricos sobre un territorio en perpetua disputa. Convertido desde el día de su independencia en un estado en peligro de extinción merced a la hostilidad de sus vecinos, Israel pasó de la defensa propia a la ofensiva continua mediante una particular interpretación del principio estratégico que asegura que la mejor defensa es un buen ataque y de la puesta en práctica de esa sentencia de Clausewitz que afirma que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Y la política exterior israelí, conviene recordarlo, es expansiva y colonialista de un modo bastante similar al de las potencias europeas que se repartieron África y Oriente Medio allá por el siglo XIX. Debe de ser por ese modus operandi bélico e imperial, más que por motivos estrictamente geográficos, por lo que participan desde hace décadas en Eurovisión.
Sobre la democracia israelí y la cacareada convivencia de diversas etnias y religiones tras sus fronteras, baste apuntar un hecho: Israel fue uno de los tres países (los otros eran Estados Unidos y Gran Bretaña) que apoyó decididamente el asqueroso régimen del apartheid en Sudáfrica. A partir de 1973, los expertos israelíes en seguridad aprendieron allí muchas cosas sobre cómo levantar muros y cómo tratar a seres humanos considerados de segunda clase. Max Brooks, hijo del gran cómico judío Mel Brooks, utilizó estas relaciones sospechosas para idear la estrategia que salva a Israel de la epidemia zombi en su magnífica novela La guerra mundial Z. Pero hay suficientes encuentros documentados entre Shimon Peres y el entonces ministro de Defensa sudafricano, P. W. Botha, como para descartar la idea de una simple ficción. Uno de los poquísimos líderes mundiales que no acudió a los funerales de Nelson Mandela fue Netanyahu, quien explicó que habría necesitado centenares de guardaespaldas dedicados exclusivamente a su seguridad. La razón principal era otra y se explica con una sola palabra: racismo. Si lo quieren más específico: supremacismo sionista blanco.
Las brutales escenas de represión militar, la desfachatez de los colonos israelíes arrebatando casas y tierras a sus legítimos propietarios, la incitación al odio, la impunidad constante, parecen sacadas de esas películas de zombis donde policías y ciudadanos tirotean alegremente a las hordas de muertos vivientes. Como los judíos antes de Israel, como los kurdos, como los uigures, como tantos otros pueblos sin tierra sobre la tierra, los palestinos deambulan entre ruinas como muertos vivientes. Tras algunas sonadas deportaciones de judíos afroamericanos por el color de su piel, el pasado 18 de julio (quizá para hacer juego con la efeméride), el gobierno de ultraderecha presidido por Netanyahu proclamó una ley, quizá la más xenófoba en lo que va de siglo, por la cual se declara que Israel es el hogar del pueblo judío donde únicamente los judíos tienen derecho a la autodeterminación. A lo mejor Eurovisión es el castigo y el crimen, verlo. Va a ser eso.
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