Ante la dramática encrucijada legal del Open Arms, con 160 migrantes retenidos a bordo durante casi 20 días, Ursula von Der Leyen, futura presidenta de la Comisión Europea se pregunta cómo pudo firmarse en su día un acuerdo de mierda llamado el Reglamento de Dublín, que regula el derecho de asilo en Europa, dando lugar a espectáculos tan chiripitifláuticos como que el primer ministro italiano, Matteo Salvini, se pase la ley por los huevos y encima le aplaudan. Teniendo en cuenta que el acuerdo se firmó en Dublín y que la Unión Europea la preside desde hace cinco años un borrachuzo llamado Jean-Claude Juncker, no es fácil desenredar el embrollo jurídico en que van recalando los barcos de rescate por las costas mediterráneas, al tiempo que siguen las eses y los alegres tropezones de Juncker.
Gracias al ridículo ordenamiento legal que impera en Europa se da el caso de que los migrantes del Open Arms se encuentran en la misma situación que el gato de Schrödinger, es decir, que están vivos y muertos a la vez, que son por un lado refugiados apátridas y por otro avispados negociantes, náufragos del mundo y turistas con mucha jeta, de los que quieren saltarse la legalidad a la torera y forrarse a vender bolsos falsos en el top manta. Menos mal que está Salvini ahí, haciendo honor a la rima de su apellido con el del Duce y esperando lo que haga falta para que, cuando levantemos la tapa del experimento, aparezca de una vez el gato en el estado que sea, vivo o muerto.
Hay quien va más allá, como el flamante fichaje de Ciudadanos, Marcos de Quinto, quien considera que los refugiados del Open Arms son pasajeros bien comidos que se costearon su viaje gracias a las mafias del tráfico de personas, dándose la vida padre igual que los invitados de Vacaciones en el mar. De Quinto, un millonario que lo mismo trasiega Coca-cola por litros que Quinta do Vale Meao por arrobas, es, al estilo de Juncker, un filósofo de los de in vino veritas, un visionario al que las botellas no le dejan ver la caja. De otro modo, a lo mejor el hombre habría caído en la cuenta de que si los refugiados del Open Arms fuesen millonarios, Salvini les habría puesto escolta hasta Venecia y les estaría limpiando personalmente los zapatos.
La paradoja de Schröndinger ha terminado por alcanzar a otro migrante, Pedro Sánchez, que no sólo fue mendigando el voto puerta a puerta cuando estaba descalabrado sino que lleva cambiando de opinión todo el verano, según le dé el sol en la hamaca. Sánchez es, simultáneamente, un presidente compasivo y un vago de siete suelas de ésos que sólo se encuentran en La Moncloa. Lo bueno es que, al lado de un elemento como Salvini, el presidente de España hasta parece humano. Primero les ha ofrecido Algeciras y luego Mahón, y todavía se quejan, pudiendo ofrecerles Vigo o La Coruña, que pillan un poco más a trasmano.
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