Cuando se estrenó Irreversible, de Gaspar Noé, va ya para 18 años, todo el mundo hablaba de una sola cosa: la brutal violación a Monica Bellucci, un plano fijo de unos nueve minutos de una crudeza casi intolerable. El escándalo que levantó en el Festival de Cannes auguró a la cinta un éxito manchado de polémica. Buena parte del público abandonaba la sala indignado y buena parte de la crítica se negó a ver en la película poco más que un ingenioso artilugio narrativo dedicado a mayor gloria de la violencia gratuita. Olvidaban, quizá, que el arte occidental jamás ha reculado ante la representación explícita de la violencia, desde las doncellas forzadas y las cabezas decapitadas de la mitología grecolatina a aquel hexámetro de La Ilíada en que un guerrero muere con una lanza que le rompe los dientes y sale por la nuca junto con trozos de cerebro. Por lo demás, siempre que se habla de violencia gratuita me pregunto si no habré hecho el canelo al pagar la entrada.
Sinceramente, no creo que nadie con un par de ojos en la cara pueda ver en esa secuencia otra cosa que compasión y asco, justo lo que sentiría al contemplar una violación real. Pero ahora que Irreversible se estrena otra vez en el Festival de Venecia, con un montaje nuevo y la presencia del director y sus dos protagonistas, vuelve a reabrirse el debate agravado por el foco que los movimientos feministas han colocado sobre el asunto de las agresiones a mujeres y la inmoralidad de su exhibición estética. La presidenta del jurado, la directora argentina Lucrecia Martel, ya calentó el ambiente al anunciar que le incomodaba la posible asistencia de Roman Polanski, que estrena en la Mostra su nueva película, J´acusse, basado en el célebre caso Dreyfus, que conmocionó a toda Francia. Le incomodaba, claro está, por la acusación de abusos sexuales que lo exilió de los Estados Unidos desde hace décadas y por varias denuncias recientes que también se remontan a los años setenta. Está claro que Polanski se identifica con Dreyfus, un oficial judío condenado por espionaje en un complot antisemita, y en una entrevista con Pascal Bruckner habla de lo que se siente al ser acusado injustamente.
Respecto a la oportunidad de reestrenar ahora Irreversible, Noé ha declarado que no sabe si se atrevería a rodarla: "Tengo que pensar en cómo les afectaría esto a ellas". Declaración que choca frontalmente con el propósito de ponerla otra vez en circulación, además con un montaje lineal que cambia de arriba abajo el sentido -en todos los aspectos- de la película. En efecto, en su montaje original, la película marcha en orden cronológico inverso, con varios planos secuencias de larga duración que van de la noche a la mañana y que muestran sucesivamente la venganza inútil, la búsqueda enloquecida del criminal, la violación, la fiesta a la que asisten juntos, hasta llegar al momento pleno de felicidad con que da inicio el día fatídico.
Precisamente el gran crítico Roger Ebert afirmó en su día que Irreversible se salva del sambenito del escándalo o la simple pornografía no sólo por la posición fija de la cámara en la angustiosa escena del asalto, ni por el empeño con que la mujer intenta defenderse, sino porque, al alterar el orden temporal, la calma apacible de las últimas escenas -las primeras, en realidad- se tiñen de un aura de inevitabilidad desoladora. De ahí su título, Irreversible, que no va a decir mucho en el momento en que los capítulos retomen el curso cronológico normal y la película se transforme en una simple historieta. Como la Segunda Sinfonía de Mahler, Resurrección (y que me perdonen los mahlerianos), Irreversible en su versión original es un viaje del infierno al paraíso, un paraíso devastado donde resuenan los ecos del infierno.
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