En un mundo bien hecho no haría ninguna falta celebrar el Día del Orgullo LGTB y la comunidad LGTB no tendría que salir a la calle a reivindicar sus derechos. Sin embargo, vivimos en una sociedad donde los homosexuales son ridiculizados y vejados, donde los niños a los que les atraen las personas de su propio sexo tienen que ocultarse bajo la máscara de la normalidad en casa y en el colegio. Eso por no hablar de una legión de países, no sólo islámicos, donde la homosexualidad está perseguida bajo pena de cárcel, donde la palabra común para designarlos equivale directamente a "pederasta" o donde un encuentro consentido entre dos mujeres o dos hombres puede acabar con ambos amantes colgando de una grúa.
Es cierto que en occidente, aunque no en todo occidente, hemos avanzado mucho en este aspecto, pero no hay más que pensar en esa ultraderecha montaraz representada por una buena parte del electorado que aún cree que la homosexualidad es una enfermedad, un pecado o algo peor, que se trata de conductas desviadas o aberrantes que hay que corregir mediante terapia psicológica, inyecciones de hormonas o ejercicios espirituales. En 1952, Alan Turing, pionero de la inteligencia artificial y principal artífice del desciframiento de los códigos secretos nazis en la Segunda Guerra Mundial, fue procesado en Inglaterra por los delitos de "indecencia grave y perversión sexual", los mismos que achacaron a Oscar Wilde medio siglo antes y que le valieron una condena de cinco años en la prisión de Reading, de donde salió física y moralmente destrozado.
A Turing le dieron a elegir entre la cárcel o la castración química, unas inyecciones de estrógenos que le desfiguraron por completo, le hicieron engordar desmesuradamente, le desarrollaron los pechos y lo convirtieron en impotente. En junio de 1954, Turing decidió suicidarse mordiendo una manzana envenenada y el gobierno británico no admitió su responsabilidad hasta septiembre de 2009, cuando Gordon Brown pidió disculpas públicamente, aunque tres años después, el conservador David Cameron denegó el indulto post mortem al científico alegando que la homosexualidad entonces estaba considerada un delito según el código penal de la época.
El martirio de Turing revela hasta qué punto una sociedad tan avanzada en tantos aspectos seguía y sigue mostrando prejuicios y sambenitos medievales respecto al tabú de la homosexualidad. Si la justicia británica trató así a un científico de talla mundial -y, por añadidura, héroe de guerra-, qué no habría hecho a miles y miles de ciudadanos anónimos, tenderos, amas de casa, fontaneros y enfermeras. El Día del Orgullo significa que no hay ninguna culpa, ningún pecado, ningún estigma divino, médico o biológico en la homosexualidad, el lesbianismo, la transexualidad o la bisexualidad, que ya va siendo hora de que un porcentaje inmenso de la humanidad pueda disfrutar del sexo libremente, sin peligro de que jueces, sacerdotes, ayatolás y retrógrados de cualquier clase y condición les digan lo que tienen que hacer con su cuerpo.
Por eso las declaraciones de Ayuso el pasado miércoles son tan graves, primero porque lo ha trenzado a otra causa noble e impecable, el 8M, es decir, el feminismo, y segundo porque se refiere a las molestias de estar un mes entero "aguantándolo". La presidenta de la Comunidad de Madrid carece de filtros entre lo que piensa y lo que dice, y el verbo elegido -aguantar- demuestra una vez más el discurso homófobo e intolerante de una derecha que siempre ha ido en contra de la libertad, incluida la libertad sexual, por supuesto. Se opusieron por principios a la ley de divorcio, a la ley del aborto y a la ley del matrimonio homosexual, conquistas cívicas que han costado toneladas de sufrimiento y ríos de sangre, y que aceptan únicamente porque no pueden oponerse a la marcha del progreso, porque no les queda otro remedio. En el epicentro de esa derecha neoliberal que finge haber salido del armario y que va de la mano con la ultraderecha sigue resonando el alarido cavernícola de aquel asesino que se jactaba de haber ajusticiado a Federico García Lorca: "Le metimos dos tiros en el culo por maricón". He ahí, en nueve palabras, la libertad según Ayuso.
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