Punto de Fisión

Feijóo, el hombre que siempre estuvo aquí

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una rueda de prensa en la sede de partido, tras la primera reunión del Comité de Dirección del nuevo curso político. EFE/David Fernández
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante una rueda de prensa en la sede de partido, tras la primera reunión del Comité de Dirección del nuevo curso político. EFE/David Fernández

El otro día le preguntaban a Ayuso en una entrevista por el político al que destrozó a dentelladas a comienzos de año y fue como si le preguntaran qué había desayunado el martes pasado, una omisión en la que algunos querían ver un toque de soberbia y otros un detalle de elegancia. No quiso mencionar al enemigo que intentó amargarle la vida sacando los trapos sucios de su hermano y por un momento su negativa a responder sonó con un eco de aquella frase famosa de Hemingway, quien solía decir que un libro publicado es como un león muerto. A Hemingway no le hacía falta promocionar una novela recién salida del horno porque ya la promocionaba bastante asistiendo a los toros y emborrachándose en los sanfermines, del mismo modo que a Ayuso no necesita airear la puñalada trapera que le metió a su jefe de partido cuando le dio por abrir las ventanas.

La verdad es que, durante un buen rato, yo tampoco podía acordarme del nombre del político defenestrado, pobrecillo, y eso que había estado casi dos años copando portadas como jefe de la oposición y ganando sin parar concursos de disfraces. Lo tenía en la punta de la lengua, se lo juro, pero no había manera de acordarme, y tuve que darle la razón a Ayuso cuando dice que los tiempos en política son de no creer, que las cosas pasan demasiado rápido y los protagonistas de hoy son los Pablo Casado del mañana.

Probablemente algo tenía que ver el hecho de que Casado era un dirigente de reemplazo, un tipo con diplomas de Ikea y una carrera política más endeble que un poblado del Oeste en el desierto de Almería. El hombre sólo estaba ahí para guardarle la silla a Feijóo mientras hacía flexiones en la banda antes de sustituir a Mariano. Es posible, sí, pero menos carrera política tenía Ayuso, que hasta el día en que Miguel Ángel Rodríguez la lanzó como muñeca de ventrílocuo, se había limitado a traducir a un perro, y ahí está: lo sigue traduciendo.

"Yo es que me siento como si no hubiera pasado nada" dice Ayuso, sin remordimientos ni cosa que se le parezca. "Como si Alberto siempre hubiera estado aquí". La frase tiene resonancias espectrales, un eco a meigas y lobisomes, ese acento galaico que se remonta a Mariano y a Fraga, pero también a Cunqueiro y a Torrente Ballester, a esos muertos vivientes de Wencesalo Fernández Flórez que caminan por el bosque rebuscando hebras de tabaco en los bolsillos. Esta santa compaña de presidentes gallegos daría para forjar un ramal del realismo mágico con sobres de dinero negro que circulan de mano en mano sin que ni la policía ni los jueces sepan de dónde llueve, discos duros rotos a martillazos y una sede inexpugnable como un castillo de fantasmas.

En el pasado de Feijóo hay una gestión turbia y desastrosa como un agujero negro y una amistad íntima con un narco que era colega de viajes hasta el día en que se publicaron las fotos. Pero esas cosas no importan porque en el PP el pasado dejó de existir hace cinco minutos y no es que pareciera que Feijóo siempre hubiera estado aquí: es que estaba, leyendo el Marca, hablando de chuches y corriendo a cámara lenta al amanecer por los bosques gallegos. En los últimos meses, desde que dio el salto a la política nacional, se ha movido entre la posesión y la psicofonía, emulando a Mariano en sus mejores trabalenguas hasta el punto de que ya sólo falta que le salga barba.

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