Punto de Fisión

La zambomba de Ayuso

La zambomba de Ayuso
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, bebe agua durante una rueda de prensa después de la reunión del Consejo de Gobierno, en la Real Casa de Correos, a 30 de noviembre de 2022, en Madrid (España).- EUROPA PRESS

En el tradicional mensaje navideño al inaugurar el Belén de la Puerta del Sol, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha acumulado tal cantidad de tópicos y paparruchas, mezclando churras con merinas y religión con política, que es una verdadera lástima que no haya dado el discurso acompañándose de una zambomba. El misterio mismo de la Navidad, un niño que nace dios el 25 de diciembre, simboliza un mito prácticamente universal que alude a multitud de dioses, profetas y religiones -Buda, Horus, Dionisos, Mithra, Zoroastro-, pero Ayuso lo ha reducido al cristianismo mediante una arriesgada y provocativa fórmula culinaria: "Si el mismo Dios se hizo hombre es que hombre es lo mejor que se puede ser". Evidentemente, para qué iba a hacerse mujer y que le dieran doble ración de palos. En cuanto a hacerse otra cosa, por ejemplo, perro, de eso Ayuso podría dar lecciones, ya que durante muchos años estuvo interpretando a uno.

"La propia Historia de España", dijo Ayuso, "desde la Hispania romana y desde la misma monarquía de los visigodos, no se explica sin su raíz cristiana". Evidentemente, pero no se reduce únicamente a eso. Lo que hoy es España tampoco se explica sin la herencia prerromana, griega, hebrea y especialmente árabe, que por algo los árabes estuvieron por aquí más o menos ocho siglos. En cuanto a creer que la provincia romana denominada Hispania tiene algo que ver con la España actual -coincidencias geográficas aparte- resulta tan absurdo como pensar que Argelia o Túnez son descendientes directos de Cartago. Ha llovido mucho y ha corrido mucha agua sobre los acueductos como para quintaesenciar la identidad entera de un país a una religión y a una corona. Al menos, Ayuso ha rebajado algo la edad habitual de nuestro nacimiento como país, ya que según Esperanza Aguirre, su antecesora en el cargo, España tiene tres mil años de antigüedad. España estaba ahí, dispuesta a dar guerra desde los tiempos del Big Bang y de la deriva de los continentes.

Tradicionalmente se mantiene la unión matrimonial de Isabel y Fernando y la conquista de Granada en 1492 como el pistoletazo de salida de la nación española. Sin embargo, un libro de reciente aparición, (Nación, La caída de la Monarquía Católica, obra de Alfonso Mateo-Sagasta y bellamente editado por Reino de Cordelia) retrasa el nacimiento de nuestro país nada menos que hasta 1837. En el provocativo y razonado prólogo, Mateo-Sagasta desmonta el concepto del imperio español para redefinirlo como una enorme estructura de carácter patrimonial, una finca propiedad de los reyes que incluía enormes territorios en Europa y América, "un agregado de reinos y señoríos con diferentes leyes, idiomas y sistemas tributarios". Durante los tres siglos que duró, los españoles se definían "a partir de la fidelidad a la monarquía y al Dios católico ante todo, por encima de lenguas, leyes y costumbres". Pero (y es un pero gordo como un continente) "España todavía no era un reino, y tampoco existía un Estado español ni una nación española".

Nación es una crónica detallada y apasionante del colapso de ese poder monstruoso denominado Monarquía Católica, una crónica que va de 1808, el Motín de Aranjuez, a 1837, cuando se promulga la primera Constitución realmente española y se vertebra un Estado español basado en la soberanía popular, no en el cetro de un rey. Hay un montón de pruebas y documentos que apoyan la hipótesis y la investigación de Mateo-Sagasta, pero basta señalar un hecho incuestionable: el trauma de 1898, provocado por la independencia de Cuba y Filipinas, no tuvo lugar seis o siete décadas antes, al perder la corona los vastos territorios americanos. Y no tuvo lugar, sencillamente, porque España aún no existía.

Humildemente, yo recomendaría la lectura de este libro no sólo a historiadores y a políticos, sino a todos los ciudadanos preocupados por el futuro del país, porque sólo desde la comprensión real del pasado puede apuntalarse el futuro. De otra cosa muy distinta hablan quienes intentan adulterar y resumir complejos procesos históricos mediante fórmulas mágicas -el cristianismo y la monarquía- para traer el agua a su molino. Es lógico que Ayuso, en su discurso en la Puerta del Sol, proponga un pacto navideño en el que "volvamos a ser niños en el mejor sentido, en recuperar la cultura religiosa". ¿Ser niños? Mucho mejor sería empezar a ser hombres y mujeres educados en el conocimiento científico, el respeto a las leyes y al patrimonio artístico, y dejar la zambomba para cantar villancicos.

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