Punto de Fisión

Navidades con Froilán

Froilán en una imagen de archivo. - Europa Press
Froilán en una imagen de archivo. - Europa Press

Juan Luis, un amigo mío, tiene la extraña costumbre de grabarse en video los programas de Nochebuena y verlos luego cuando le apetece, lo que ya son ganas. Mediante este ejercicio de tecnología vintage descubrió que no sólo las canciones y los chistes eran intercambiables, sino también el mensaje navideño real, que casi no cambia de un año a otro y que apenas puede distinguirse por la decoración. Mi amigo piensa que, para variar, el rey debería afeitarse una Nochebuena sí y otra no, ponerse una pajarita en lugar de una corbata, o disfrazarse con una de esas narices de Groucho que llevan gafas y bigote incorporado. Es difícil -señala Juan Luis- distinguir al Felipe VI de 2022 del Felipe VI de 2019 o de 2016 porque todos hablan igual, visten parecido y dicen lo mismo. Lo mejor es que el rey apareciera enseñando a cámara un periódico de ese mismo día, igual que esas fotos de secuestrados que así dan fe de que siguen vivos. Al fin y al cabo, la monarquía es lo más vintage que existe, mucho más que los videos o el turrón.

La realeza y la realidad no suelen ir muy juntas, diga lo que diga el diccionario. Puesto que los reyes, las reinas, las princesas, las infantas y demás parafernalia pertenecen al reino de los cuentos de hadas, sabíamos de sobra que en el discurso de Felipe VI no iban a aparecer menciones a los muertos en la valla de Melilla, ni a las divertidas andanzas del emérito, ni al grupo salvaje del Tribunal Constitucional. No se le pueden pedir peras al olmo, es lógico. Ocurre, sin embargo, que los súbditos españoles ya estamos un poco hartos de tanta cháchara desganada. En los últimos años el insustancial mensaje navideño de Felipe VI ha perdido un total de cuatro millones de espectadores, lo cual tiene mucho mérito contando con que lo retransmiten en directo unas treinta cadenas de televisión. Que un español decida apagar la tele a la hora de cenar o ponerse a ver un documental sobre zarigüeyas en vez de atender la monserga del jefe del Estado, es un síntoma inapelable de mala digestión.

No obstante, hay una solución muy sencilla para escapar del aburrimiento y darle carnaza a la audiencia: encargarle el discurso navideño a Froilán. Aparte de su abuelo y de su hermana Victoria Federica, el primogénito de la infanta Elena es prácticamente el único que mantiene bien alto el pabellón de esta noble familia consagrada tradicionalmente a los percances de la caza mayor, la parranda a tiempo completo y el adulterio en serie. Esta misma semana, para no perder comba, apareció implicado en una pelea a navajazos a la salida de una discoteca madrileña, una reyerta en la que un amigo suyo sufrió una herida de arma blanca de casi tres centímetros. Que la discoteca se llamase Vandido, con V de Victoria, no es más que una casualidad: lo mismo podía haberse llamado Bribón, con B de Borbón.

Debe de haber una brigada especial del CNI dedicada en exclusiva a achicar los escándalos de los jóvenes vástagos de Marichalar, aunque, de haberla, los pobres no dan abasto. Froilán él solo es capaz de rellenar varias revistas del corazón, unos cuantos boletines médicos, una página del B.O.E. y un especial de Jara y Sedal. No se sabe cómo se ha filtrado la noticia de que una noche de noviembre iba de copiloto mientras su hermana Victoria Federica protagonizaba un accidente múltiple contra varios vehículos en el barrio más pijo de la capital. Quién sabe si la Tercera República va a materializarse no a través de las urnas sino de los coches de choque.

En unas declaraciones recientes, Froilán asegura que él no tuvo nada que ver con la contienda a navajazos, que es sólo un testigo y una víctima, igual que en el incidente de la discoteca Opium en Marbella el pasado julio, donde entre narcos y nazis se lió una balacera después de que a un holandés de origen marroquí le rajaran la cara mientras Froilán pasaba por allí. Qué culpa tendrá él de estar siempre en medio cuando vuelan los cuchillos y de que la mala suerte lo persiga en los titulares con la misma tenacidad que a su abuelo. Después de pegarse un tiro en el pie, de pelearse a cabezazos con su primo antes de amenazarlo con un pincho moruno y de ir a una joyería a que le tasaran un Rolex falso que se había encontrado en la calle, Froilán se está convirtiendo en la versión monárquica de Batman: no es el borbón que nos merecemos, pero es el que necesitamos. Sobre todo en Navidad.

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