Todavía no se había enfriado el cadáver del sacristán asesinado en Algeciras cuando Santiago Abascal ya estaba aprovechando para hacer política del modo que suele hacerlo: a pedradas. Se lo habían puesto a huevo, la verdad, así que no pudo resistirse. Resulta complicado encontrar un resumen más completo del programa de Vox sobre inmigración que el ofrecido el miércoles por un marroquí que se lió a puñaladas en dos iglesias, mató a una persona e hirió a varias más. El suceso cumple a rajatabla todas las papeletas de la agenda xenófoba e islamófoba: un inmigrante, musulmán, en situación irregular, seducido por el yihadismo y pendiente de expulsión, ataca dos iglesias armado de un machete y va por la calle dando gritos de "Muerte a los cristianos". Joder, ni aposta lo mejoras.
Es lógico que a Abascal se le calentara la mano y se dispusiera a cerrar España: no todos los días te toca el gordo en la lotería islamófoba. Qué otra cosa podía esperarse de él sino que criminalizara de paso a todo el colectivo musulmán, que le echara la culpa a toda la comunidad islámica en la península de un atentado cometido por lo que se denomina "un lobo solitario". Todavía está por ver si el homicida actuó solo u obedecía órdenes, incluso si está bien de la cabeza, pero eso es lo de menos. A Anders Breivik, el terrorista que asesinó a 77 socialistas en Noruega, le diagnosticaron primero esquizofrenia paranoide, luego psicosis y por último un trastorno narcisista, pese a que el tipo había justificado sus acciones mediante un manifiesto fascista, racista y supremacista en el que, entre otras cosas, aboga por la expulsión de los musulmanes de Europa. Vamos, como quien dice, el programa sobre inmigración de Vox en cinemascope. No obstante, es curioso que a los terroristas musulmanes se les declare cuerdos y a los terroristas cristianos se los tache de locos: a ver si no va a ser un problema de religión.
En cualquier caso, Abascal no ha hecho más que adelantarse a la polvareda mediática que va a levantarse estos días a raíz de un asesinato de evidente filiación yihadista. Matar por Alá vende mucho. En cambio, la prensa, los tertulianos y no digamos los líderes de Vox pasan de puntillas sobre los asesinatos machistas cometidos prácticamente a diario en España al grito de "La maté porque era mía". Con los crímenes machistas hay que tener mucho cuidado, hay que examinarlos uno a uno, estudiando las peculiaridades de cada caso, ya que no se puede meter a todo el género masculino en el mismo saco como si fuesen, yo qué sé, musulmanes. Por decir algo. Lamentablemente, estamos más que acostumbrados a esos cadáveres de género femenino, a menudo acompañados de niños, sobre los que un verraco descargó treinta puñaladas siguiendo los mandamientos de una ley ancestral. Ni siquiera son noticia, sino el pan nuestro de cada día, por seguir la metáfora religiosa. No hace falta manifiesto político ni reivindicación yihadista cuando la motivación se resume simplemente en que le salió de los cojones.
También era inevitable que Abascal y sus mariachis achacasen la responsabilidad del atentado al Gobierno: si Yassine Kanjaa, el carnicero de Algeciras, hubiese llevado encima una camiseta de Pedro Sánchez habría sido ya la hostia. Por desgracia, el mismo día en que iniciaba su particular campaña fúnebre, da la casualidad de que la otra noticia con inmigrante que abría las portadas era la condena contra Rocío Monasterio por una obra ilegal que realizó ejerciendo de arquitecta sin necesidad de título. Cuando le preguntaron en el juicio si tenía el título, respondió que había estudiado arquitectura seis años, aunque no especificó si había aprobado alguno o no. Yo mismo llevo unos treinta y nueve años estudiando medicina y no paso de hipocondríaco. Según las últimas noticias, el exitoso matrimonio de Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros llevaron a cabo 18 obras irregulares en lofts ilegales que no podían ser usados como viviendas y que ellos promocionaban como residenciales. Es la letra pequeña de la agenda de Vox sobre inmigración.
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