"¿Alguna vez un filósofo pensó una idea tan grande que le reventó la cabeza?" Es una de las muchas cuestiones absurdas que se lanzan en Cunk on Earth, La Tierra según Philomena Cunk, el hilarante documental de Netflix que imita los documentales de ciencia y naturaleza tradicionales pero con la diferencia de haber colocado como guía, en lugar de a una experta, a una auténtica botarate. A lo largo de cinco episodios de treinta minutos se sucede una breve historia de la civilización occidental a través de aseveraciones peregrinas y preguntas disparatadas. "¿Qué es mejor: la Biblia o el Corán?", "¿Por qué Cristo no pintó nunca un autorretrato?".
Ante las ruinas de Olimpia, se oye su voz sacerdotal diciendo que los griegos también inventaron un teatro para gente estúpida: lo llamaron deporte. En un episodio posterior, plantada en mitad de un cruce callejero en Roma, Philomena Cunk señala una calle cualquiera y nos explica que la caída de Roma tuvo lugar un domingo, que los bárbaros entraron justamente por allí, que no respetaron ninguna señal de tráfico y que no destruyeron la pizzería de enfrente porque, como indica la guía, está cerrada los domingos.
Cunk on Earth se apoya básicamente en dos pilares: la corrosiva inteligencia de su creador, Charlie Brooker, y el irresistible encanto de la presentadora, Diane Morgan. Brooker ya había hecho de las suyas con Black Mirror, una de las teleseries más fascinantes de las últimas décadas; Dead Set, una variante de Gran Hermano en la que los concursantes ignoran que Inglaterra ha caído víctima de una epidemia zombi; o los documentales de fin de año Death to 2020 y Death to 2021. Morgan le presta a Philomena Cunk una ingenuidad y un empaque capaces de dejar boquiabiertos a los historiadores a los que va interrogando y que realmente se quedan sin saber qué decir ante las chorradas monumentales que les va soltando. Por ejemplo, le pregunta a una egiptóloga de la Universidad de Manchester si las pirámides tenían esa forma para que los indigentes no pudieran dormir en ellas y, más adelante, si las construyeron empezando de abajo hacia arriba o bien de arriba hacia abajo.
Es verdaderamente asombrosa la paciencia de los eruditos ante la ignorancia garrafal de la entrevistadora; al principio pensé si no se trataba de actores porque me parecía sencillamente increíble que nadie se echara a reír a carcajadas, se levantara indignado o la mandase a la mierda sin más preámbulos. Después, aunque me costó creerlo, comprobé que se trataba de auténticos especialistas y profesores universitarios, probablemente hechizados ante la presencia de la cámara y la seguridad irrebatible de una idiota. Después de todo, no hay mucha diferencia entre el falso documental de Charlie Brooker y la oleada de imbecilidad que nos acosa en forma de expertos antivacunas y terraplanistas que son muy capaces de repetir, igual que Philomena Cunk: "Demuéstreme que existe la luna".
En España, y concretamente en Madrid, este tipo de afirmaciones grotescas no nos pilla por sorpresa porque hace años que disfrutamos de nuestra propia Philomena Cunk encarnada en una presidenta inconsciente que prácticamente cada semana se saca de la manga una parida y la presenta ante los medios como si fuese una verdad incuestionable. Hace sólo unos días dijo sin despeinarse que "las universidades son obra de la Iglesia, uno de sus muchos regalos al mundo". Basta teclear en Google para descubrir que la primera universidad del mundo fue fundada en Fez, Marruecos, por una tunecina, Fátima al Fihri, que contaba con cátedras de medicina, matemática, astronomía, música y religión, y que fue un punto de encuentro esencial entre pensadores musulmanes y cristianos. No contenta con ese dislate, a continuación Ayuso afirmó que gracias a las misiones católicas se preservaron las lenguas de los nativos americanos y se los respetó desde el primer día. Tanto que, masacres y torturas aparte, en 1517 el filántropo fray Bartolomé de las Casas decidió importar esclavos negros de África para que relevaran a los indios en las minas. Chúpate esa, Philomena Cunk.
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