Punto de Fisión

Feijóo por bulerías

Feijóo por bulerías
El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, visita la ganadería 'El Cerrillo', a 15 de mayo de 2023, en Ruesga, Cantabria. / Juanma Serrano / Europa Press

Poco a poco, mitin a mitin, nos vamos dando cuenta de que Feijóo lleva las gafas de adorno. Para leer no las usa mucho, eso seguro, ni siquiera para leer las señales de carretera ni los mapas que indican que Badajoz está en Extremadura. Antes las gafas proporcionaban una reputación de intelectual, de profesor concienzudo, hasta que llegó Mariano con los hilillos del Prestige, el vecino que elige al alcalde y los catalanes que hacen cosas, y les dio un baño de cómico de cine mudo. Parecía que, en el momento en que Mariano se quitara las gafas, la barba iba a irse pegada detrás como un artículo de broma. Pero después vino Feijóo, lampiño y desnortado, como un Harold Lloyd sin sombrero, cambiando las acrobacias circenses por un malabarismo lingüístico en el que la lógica, la ilustración y el sentido común van cayendo desde una viga situada a doscientos metros del suelo.

Teníamos la sospecha de que, detrás de Mariano y sus atentados a la razón, había un ejército de humoristas dispuesto a inventarle nuevos chascarrillos y nuevos trabalenguas, ya que no era fácil admitir que todo aquel carro de tonterías estuviera improvisado. A lo mejor el gusto popular por la payasada explicaba lo que no podían explicar ni la podredumbre de los casos de corrupción, ni las ayudas a la banca, ni el desmantelamiento de los servicios públicos: que la gente tenía ganas de reírse y votaban en masa a Mariano porque no podían votar a Chiquito de la Calzada.

El gracejo de Mariano era difícil de reemplazar: lo intentaron con Pablo Casado y su repertorio de disfraces a lo Mortadelo, pero el público echaba de menos las máquinas que fabrican máquinas, el agua que cae del cielo sin que se sepa por qué o los españoles muy españoles y mucho españoles. Menos mal que tenían a Feijóo para que siguiera la fiesta. Cualquier día se deja la barba y comprendemos que Mariano nunca se fue, que sólo se había teñido de rubio.

La lista de majaderías que ha soltado en el poco tiempo que lleva al frente del partido da ánimos a los partidarios de colocar a otro bocachancla al frente de los destinos del país, para que la gente al menos se distraiga. Desde que le preguntó a un ganadero por qué las vacas llevan nombre de mujer hasta que dijo que Orwell escribió un libro en 1984, Feijóo está haciendo méritos para que cualquier día de estos le quiten el graduado escolar. Lee tan poquito y es tan corto de vista que ni siquiera se dio cuenta, ni por los periódicos ni por la televisión, de que llevaba un par de años de amigo íntimo de uno de los mayores narcotraficantes gallegos.

Sin embargo, en plena campaña electoral, Feijóo se atreve a meterse en charcos más profundos aun que su ignorancia y por eso el pasado viernes, en Valencia, distinguió entre "los feministas de boquilla" y "los feministas de verdad", explicando que hay mujeres que se quedan embarazadas cuando les interesa y otras cuando les da la gana. Dijo esta espléndida gilipollez leyendo un papel que le habían colocado en el atril, lo cual demuestra nuestra tesis de que los líderes del PP necesitan un guión hasta para hacer el ridículo.

Después del feminismo le tocaba el turno a la geografía, un tema donde Feijóo ha cocinado la empanada de asegurar que todos los españoles somos catalanes, con independencia de dónde vivamos, del mismo modo que los catalanes son gallegos y andaluces, vivan donde vivan. Este fin de semana no sólo inauguró la capital de Castilla y León en Valladolid sino que colocó Badajoz en Andalucía, un tetris de provincias y comunidades autónomas en el que se mueve como Harold Lloyd sin sombrero a punto de desnucarse desde lo alto de su incultura. Tantos años advirtiendo que España va a romperse sin remedio y resulta que España ya está rota, con Badajoz en Andalucía, los catalanes bailando muñeiras y un gallego cantando chirigotas por bulerías.

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