Punto de Fisión

Lecciones de 'El gran Lebowski'

Imagen de la película 'El gran Lebowski'.
Imagen de la película 'El gran Lebowski'.

Quienes me conocen bien, saben que poca gente se ríe con tanto escándalo como yo, y quienes me conocen aún mejor, saben que pocas veces me habré reído tanto como cada vez que veo El gran Lebowski. Ha cumplido un cuarto de siglo y todavía recuerdo que, allá por 1998, casi me da un ataque en el cine con la secuencia en la que John Turturro –las uñas pintadas, las manos plagadas de anillos, un mono malva con la leyenda "Jesús" en un bolsillo— pasa la lengua sobre la bola, derriba todos los bolos y se marca un bailecito en la pista al ritmo de los Gipsy Kings.

No es más que una pequeña muestra de la comedia más disparatada e hilarante de los hermanos Coen, una película llena a reventar de situaciones grotescas y diálogos absurdos en la que no hay manera de enterarse de gran cosa y con la que, sin embargo, te partes el pecho. Sí, es verdad que hay gente a la que no le hace ni pizca de gracia El gran Lebowski, del mismo modo que hay gente a la que no le gusta el tomate o no les parece guapa Monica Bellucci. En mi opinión, que tampoco es gran cosa, se trata de la comedia más divertida desde el día de su estreno hasta la fecha y, tal como van las cosas, veo bastante complicado que cualquier otra le arrebate el puesto.

En principio, El gran Lebowski es una parodia del cine negro clásico y una sátira del american way of life, todo ello ejemplificado en el personaje del Nota, un vago de siete suelas cuya mera existencia es una oda a la pereza y que camina por Los Angeles en chanclas, firmando cheques en el supermercado a la hora de comprar un cartón de leche. Jeff Bridges consiguió encarnar a este fumeta nostálgico y atiborrado de porros con tal encanto y parsimonia que parece estar improvisando sus atolondrados parlamentos mientras, en un gesto de tranquilidad absoluta, se lleva las manos a la cabeza: "Yo no soy el señor Lebowski. Usted es el señor Lebowski. Yo soy el Nota. Así tiene que llamarme, ¿entiende? Así o su Notísima, o el Noti, o el Notarino, si no le gustan los nombres cortos".

A su lado, el gran –en todos los sentidos— John Goodman interpretando a Walter Sobchak, un descerebrado fanático de las armas que siempre está evocando la guerra de Vietnam, que piensa que el pacifismo es una enfermedad mental y que se considera a sí mismo un judío converso. Los Coen explicaron en su día que el personaje del Nota estaba basado en Jeff Dowd, un productor de cine y activista político que formó parte de los Seattle Seven, un grupo de opositores a la guerra de Vietnam que también se menciona en la película. Lo que no llegaron a decir, aunque tampoco hacía ninguna falta, es que Walter Sobchak, con su barba, sus gafas tintadas y su devoción por las escopetas, era una caricatura de John Milius, el genial guionista de origen judío que está detrás de Apocalypse Now, de El juez de la horca, de Las aventuras de Jeremiah Johnson y de un buen montón de obras maestras. "Nihilistas. Dirás lo que quieras del nacionalsocialismo –asegura muy serio Sobchak—, pero por lo menos era una ideología".

No podía faltar la parodia al feminismo y los Coen se pusieron las botas con el personaje de Maude Lebowski, una Julianne Moore en estado de gracia que aparece por primera vez lanzada en tirolina y pegando brochazos en pelota picada. La secuencia poscoital –con el Nota fumando marihuana y bebiendo su enésimo white russian mientras Maude se enrosca sobre sí misma para facilitar la concepción— nos hizo albergar la esperanza de que un pequeño Lebowski saliera a la gran pantalla más temprano o más tarde, pero fue en vano. Turturro lo intentó hace poco con un esqueje de Jesús Quintana que pasó sin pena ni gloria.

No hay un solo secundario en El gran Lebowski que no tenga su momento de gloria. Sam Eliott, en el rol del vaquero narrador, a quien los Coen contrataron porque, según decían, no se le veía la boca debajo del bigote y podían mover a voluntad sus frases. Jack Kehler, el propietario del ruinoso apartamento del Nota, que sale unos instantes bailando una danza demencial a los acordes de Mussorgski. Philip Seymour Hoffman bordando hasta el delirio su papel de untuoso secretario del señor Lebowski, un extraordinario David Huddleston. El escalofriante Peter Stormare dando risa por una vez en lugar de dar miedo. Tara Reid, cuya espectacular belleza nunca llegó a brillar tan alto. Jon Polito, un actor maravilloso que, al igual que Goodman, Stormare o Turturro, era otro favorito de los Coen. Ben Gazzara insuflando vida con su esplendor habitual a un exitoso productor de cine porno. Steve Buscemi, quien, como siempre en las películas de los Coen, parece un tipo sacado de otra película.

Sin embargo, pese a su evidente desparpajo, el metraje tiene varias referencias siniestras a la política exterior de los Estados Unidos: desde las alusiones a la guerra del Golfo al cheque por 69 centavos que el Nota firma en el supermercado con la fecha del 11 de septiembre de 1991, justo diez años antes del ataque a las Torres Gemelas, una alarmante casualidad que parece repetirse en la secuencia del sueño, cuando Sadam Hussein le entrega los zapatos en la bolera y la cámara sube en un contrapicado vertiginoso mostrando un rascacielos hecho de zapatos. En su apartamento, el Nota tiene un póster de Nixon jugando a los bolos, una coña marinera o una ratificación de que Sobchak tiene razón y todo tiene que ver con Vietnam.

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