Nadie puede negar que Yolanda Díaz lleva bastante tiempo transportando el aburrido ámbito de la política al océano frívolo de la prensa rosa. Esta misma semana, tras sus flirteos con la reina Letizia y con el Papa Francisco, la nueva estrella de la izquierda española está haciendo oposiciones para copar un especial del ¡Hola! Le falta entrevistarse con Belén Esteban y con Isabel Preysler para que la nombren, primero, viceprincesa del pueblo y, después, Porcelanosa honoraria. A fin de cuentas, Yolanda ya no puede caer más alto desde el día en que se declaró hincha de Amancio Ortega y nombró a Inditex "empresa ejemplar". Cualquier día de estos va a confesar que su escritor de cabecera es Mario Vargas Llosa.
La visita al Vaticano es un clásico de los revolucionarios de salón desde que Bob Dylan recibió la bendición de Karol Wojtyla en 1997. Por aquel entonces, algunos cardenales pensaban que el cantautor estadounidense tenía mucho peligro por ser estandarte de la contracultura; los pobrecillos no acababan de enterarse de que Blowin’ in the Wind no sólo se cantaba en misa sino que además parecía compuesta en una parroquia de barrio o en una excursión de focolarinos. Se empieza por desafinar en los coros de We are the World y se acaba por copiar un discurso del Rincón del Vago en Estocolmo. Es la misma regla de tres por la cual se pasa de piropear el imperio textil de Zaraa invitar al Papa Francisco a que venga a las Canarias para que vea lo bien que tratamos aquí a los refugiados.
El principio marxista de que la religión es el opio del pueblo, Yolanda Díaz lo lleva a rajatabla y por eso va cada cierto tiempo a Roma a recibir su dosis. Blanquear más aun la casulla papal parece un disparate, pero de algún modo uno sabe que la maniobra ha funcionado cuando Hermann Tertsch y Alejo Vidal-Quadras denuncian el comunismo irredento del pontífice argentino y sus continuas injerencias en la política española. No podrían cabrearse más si nombraran a Errejón monaguillo emérito del Vaticano, aunque a lo mejor lo han nombrado ya y no nos hemos enterado. Hay marxismo de la rama Groucho y marxismo de la rama Chico, pero en Sumar han evolucionado hasta el marxismo de la rama Harpo, que funciona básicamente a bocinazos.
Sospecho que, más que a blanquear al Papa, Yolanda Díaz habrá ido a Roma a blanquearse ella misma, que por algo empezó de roja corazón, siguió con el violeta podemita y ahora ha caído de lleno en el rosa psocialista, el rosa psociópata de las revistas de peluquería. Todo sea por captar votos de donde sea, de la sacristía o de La Zarzuela, a cualquier precio, pero sin que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha. Fieles a las enseñanzas evangélicas, en Sumar hace mucho que se escandalizaron de las cosas que hacía su mano izquierda y decidieron amputarla de un tajo para evitar problemas. Le ofrecieron a Irene Montero una embajada en Santiago de Chile sólo porque ya tenían copada la de Wellington, Nueva Zelanda. Irene está justo en las antípodas de Yolanda, quien en su próxima visita al Papa pedirá también por la paz mundial, como una aspirante a Miss España.
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