Punto de Fisión

Un réquiem por Jim Morrison

El libro de Iván Reguera, 'El Estado de Florida contra James Douglas Morrison'.- AlRevés
El libro de Iván Reguera, 'El Estado de Florida contra James Douglas Morrison'.- AlRevés

No soy muy amigo de visitar cementerios, pero en San Michele, la isla mortuoria de Venecia, hice una excepción tanto por la belleza del lugar como por los nombres que asomaban en las lápidas. Ahí están los restos de Ezra Pound; los de Igor Stravinsky y Vera de Bosset, su segunda esposa; los de Luigi Nono; los de Serguéi Diáguilev, sobre el que alguien había depositado la ofrenda de una zapatilla de bailarina. La única tumba que tenía flores recientes y también libros era la de Joseph Brodsky, el gran poeta ruso que se exilió a Estados Unidos y que se refugiaba cada invierno en Venecia. Sembrada de libros suele estar también la tumba de Robert Graves en Deiá, una sencilla losa donde alguien trazó a dedo sobre el cemento fresco su nombre, las dos fechas límites de su existencia y una sola palabra en castellano: Poeta. Siempre que voy a Deiá no me resisto a subir al pequeño cementerio, una luminosa ascensión flanqueada de olivos en alguno de los cuales parecen enraizarse ninfas y náyades.

En el cementerio de Père Lachaise, en París, la tumba de Jim Morrison suele sufrir los raptos y asaltos de sus admiradores, quienes no se conforman con dejar flores, fotos y discos, sino que a veces se llevan trozos de la lápida y hasta arrancaron en 1990 el busto que la adornaba. La última página del magnífico libro de Iván Reguera, El Estado de Florida contra James Douglas Morrison, cuenta que, cuando el padre de Morrison se jubiló, con el grado de almirante de las fuerzas navales de Estados Unidos, decidió estudiar griego antiguo. Al enterarse de que la lápida de su hijo había sido destrozada por unos vándalos, decidió esculpir una nueva lápida con estas palabras en griego: Kata ton daimona eaytoy. Que significa: "Fiel a su propio espíritu". Fue un intento de reconciliación póstuma por parte de un tipo que nunca hizo el menor esfuerzo por entender a su hijo.

El libro de Reguera está lleno de detalles así, de esquinas sorprendentes, de revelaciones inesperadas que sorprenderán incluso a los fanáticos más recalcitrantes del líder de The Doors. No es mi caso, desde luego, porque yo acudí al libro atraído no por el reclamo de Morrison sino por el de Reguera, quien ya había desmenuzado el enigma de la filmación de El padrino en un volumen fantástico, El hombre que podía hacer milagros, una irresistible mezcla de ensayo, novela, declaración de amor y análisis cinematográfico. En El Estado de Florida contra James Douglas Morrison vuelve a emplear una documentación babélica donde la biografía, la música, la poesía, la política, las entrevistas y las transcripciones judiciales bailan una danza fastuosa.

La columna vertebral del libro es el proceso por blasfemia, indecencia y embriaguez que tuvo lugar en Miami en 1970 y que se saldó con una condena de seis meses de prisión (que Morrison no llegó a cumplir) y una multa por quinientos dólares. Revistiendo los huesos de aquel proceso demencial aparecen los compañeros de The Doors, Ray Manzarek, Robby Krieger y John Deshmore; las diversas novias de Morrison, en especial Pamela Courson; o el todopoderoso ogro del FBI, J. Edgar Hoover. También desfilan, en memoria de una carrera cinematográfica que nunca llegó a despegar, Steve McQueen, Harrison Ford, Michelangelo Antonioni y un repulsivo Jackie Gleason. Entre borracheras, drogas, orgías y todo tipo de excesos, Morrison cruzó como una estrella fugaz por el firmamento del rock de finales de los sesenta, cuando, según él, el rock ya estaba muerto y enterrado. Este libro recobra su voz con tal sinceridad que sólo falta la música.

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