Punto de Fisión

Trece libros para reírse del calor (y lo que venga)

Nunca entenderé por qué el humor en literatura está tan mal visto, como si nunca hubieran existido Aristófanes, Petronio, Cervantes, Sterne, Molière, Swift, Gogol o Dickens. Umberto Eco acertó de pleno al imaginar, en El nombre de la rosa, una conjura eclesiástica para eliminar de la faz de la Tierra la única copia existente de un hipotético manuscrito de Aristóteles dedicado al estudio de la comedia.

En cualquier caso, nos quedamos sin saber lo que opinaba el gran filósofo griego de la catarsis de las carcajadas, aunque es evidente que, por desgracia, los sucesores de Jorge de Burgos y demás severos monjes medievales prosiguen hoy día su triste labor forense, camuflados en los comités de lectura editoriales, los suplementos de crítica literaria, los sacrosantos guardianes de lo políticamente correcto y la Academia Sueca del Premio Nobel. Suele olvidarse que el humor es un ingrediente fundamental de la literatura, que la novela moderna nació con las brutales burlas del Lazarillo y la ironía infinita del Quijote, que Kafka se desternillaba de risa con sus amigos mientras les leía el comienzo de El proceso y que Faulkner, otro supuesto arquetipo de la seriedad, bautizó a uno de sus tontos de pueblo con el magnífico apodo de Wallstreet Panic.

La lista que va a continuación no pretende ser, en ningún caso, exhaustiva ni canónica, sino más bien orientativa, una guía personal de lecturas hilarantes con las que me he reído a carcajadas al tiempo que disfrutaba de otras emociones estéticas. He procurado huir de los ejemplos más conocidos aunque no he podido resistirme a incluir algún clásico.

¡Noticia bomba!, de Evelyn Waugh.

Cuando, por una simple confusión de apellidos, William Boot, un oscuro periodista especializado en fauna y flora local, parte como enviado especial de un gran periódico a informar sobre una remota guerra africana, los malentendidos y alborotos se suceden a ritmo vertiginoso.

El tercer policía, de Flann O’Brien.

Admirado sin reservas por Joyce, Borges, Graham Greene o Dylan Thomas, el gran escritor irlandés consigue en esta obra trenzar crímenes brutales, investigación policíaca y humor negro en una fantasía sobre el más allá de una originalidad sin parangón.

La oveja negra y demás fábulas, de Augusto Monterroso.

Asombrosa parodia de la literatura infantil en la que Monterroso despliega su comicidad irresistible y su peculiar sentido de la economía narrativa en una serie de viñetas zoológicas en las que descubrimos cómo el conejo es el animal más valiente de la creación mientras la jirafa interpreta a su manera la Teoría de la Relatividad de Einstein.

Stern, de Bruce Jay Friedman.

Las aventuras y desventuras de Stern, un empleado judío de Nueva York capaz de convertir la simple caminata por un descampado desde la estación de tren hasta su casa en una odisea disparatada.

Oveja mansa, de Connie Willis.

Una estudiosa de las modas, empeñada en descifrar por qué diablos triunfan en determinado momento el hula-hoop o las muñecas Barbie, se cruza con un científico que intenta explicar la conducta de una manada de simios mediante la teoría del caos.

Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem.

Persecuciones imposibles, robots paranoicos, paradojas espacio-temporales y muchas otras maravillas vertebran los viajes espaciales de Ijon Tichy, el inolvidable astronauta con ecos de Munchausen y Gulliver.

El doctor está enfermo, de Anthony Burgess.

Es difícil tomarse a broma una operación quirúrgica para extirpar un tumor cerebral, pero el periplo nocturno de Edwin Spindrift, con su bata de hospital, a través de un Londres plagado de perdularios y borrachos, es para partirse la caja.

En las antípodas, de Bill Bryson.

Canguros, medusas venenosas, tiburones, serpientes, explosiones atómicas en mitad del desierto, niñas pequeñas que hablan como camioneros: Australia no es sólo el continente más remoto y extraño sino, indudablemente, también el más divertido.

El club de los mentirosos, de Mary Karr.

El célebre tópico de que la comedia no es más que tragedia más tiempo difícilmente encuentra mejor demostración que este libro de memorias donde un humor milagroso atraviesa incluso los recuerdos más terribles.

Filosofía a mano armada, de Tibor Fischer.

Eddie Féretro, un escéptico y alcoholizado profesor de filosofía, decide trasladarse a Francia para emprender una lamentable carrera criminal en la que, entre otros dislates, intentará aleccionar a sus víctimas de la diferencia entre un atraco platónico y uno neoplatónico.

Acid House, de Irvine Welsh.

Dos economistas que acaban solventando sus diferencias en una pelea de taberna, un perdedor irredento que acaba transformado en una mosca, un rayo que intercambia las almas de un drogadicto y un recién nacido son algunas de las descacharrantes tramas de esta impagable colección de relatos.

La saga/fuga de J. B., de Gonzalo Torrente Ballester.

La historia del pobre José Bastida, a través de incesantes metamorfosis y cambios de época, no es sólo una de las grandes narraciones en castellano del pasado siglo sino también un desfile de carcajadas que no da tregua.

Karoo, de Steve Tesich.

Un guionista dedicado a remendar (y destrozar) guiones ajenos, descubre, entre los tropezones y bofetadas del destino, que su vida es una película que no tiene arreglo.

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