Del consejo editorial

Elefantes europeos

Francisco Balaguer Callejón

Si Irlanda vota sí al Tratado de Lisboa en el referéndum previsto para el 2 de octubre y si el Tratado de Lisboa entra en vigor, habrá que nombrar un presidente del Consejo Europeo cuyo mandato durará dos años y medio, pudiendo ser renovado una sola vez. Al presidente del Consejo Europeo le corresponderán importantes funciones en el seno de la Unión Europea, por lo que sería deseable que ese cargo fuera ocupado por una persona con suficiente talla política y con capacidad de generar consensos. No está garantizado que sea así. Hay que tener en cuenta que la UE ha sido comparada, en demasiadas ocasiones, con un cementerio de elefantes. Salvo muy honrosas excepciones, se ha nutrido tradicionalmente de políticos que habían agotado su ciclo en los espacios públicos estatales y que, por ese motivo, buscaban un retiro prestigioso y –más o menos– dorado en las instituciones europeas. Muchos de esos políticos, sin embargo, han realizado una extraordinaria labor en Europa y han ganado un prestigio considerable. Algunos de ellos, incluso, han retornado a una vida activa en sus países de origen desempeñando nuevamente puestos relevantes en la vida política nacional.

Pero el cementerio de elefantes podría llegar a convertirse en un cementerio nuclear, por los riesgos que puede generar para el proceso de integración europea, si se materializa el desembarco de líderes políticos que la opinión pública europea pensaba que estaban ya en los archivos de la Historia. Por cierto, en lugares escasamente relevantes, desde el punto de vista de su aportación a la vida pública. Es el caso de la posible candidatura de Tony Blair a la Presidencia del Consejo Europeo.

Que Blair pueda ser un eficaz presidente es más que discutible si tenemos en cuenta su trayectoria política. Pero incluso si lo fuera, su promoción a un puesto de esta naturaleza significaría un profundo retroceso en la proyección de la UE y en la ya débil legitimidad democrática que las instituciones europeas tienen en amplios sectores de la ciudadanía. El nombre de Blair divide y, por tanto, no es el más adecuado para desempeñar un cargo de esas características. Es precisamente esa absoluta inadecuación entre Tony Blair y la figura de un presidente del Consejo Europeo que pudiera realizar su labor con una perspectiva europeísta lo que hace temer que sea nombrado. Para una UE que tendría que orientarse cada vez más a la ciudadanía, resultaría un desastre, pero para algunos estados miembros y para el propio Blair sería un ejercicio de coherencia.

En efecto, quién mejor que él, que como líder de un partido laborista promovió políticas claramente neoliberales; quién mejor que él, que como dirigente de un país europeo se puso al servicio de los Estados Unidos de Bush; quién mejor que él, que con su ideario pacifista contribuyó a declarar la peor guerra que hemos vivido en los últimos decenios. Así pues, quién mejor que Blair, como demócrata y europeísta, para frenar el proyecto europeo y evitar que avance hacia formas más democráticas.

Catedrático de Derecho Consitucional

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