Del consejo editorial

Un largo verano azul

Miguel Ángel Quintanilla Fisac

James Lovelock es un científico mundialmente conocido por ser el autor de la hipótesis Gaia (nombre de la diosa que personificaba la Tierra en la mitología griega). Popularmente es más conocido aún por ser una de las grandes personalidades de la cultura verde que defiende la energía nuclear y el uso de las tecnologías más avanzadas como una forma eficaz de garantizar la supervivencia de la especie humana ante el cambio climático.

Los calores que padecemos en este mes de agosto pueden ser una buena excusa para echar una ojeada, de la mano de este sabio inconformista, por una de las fronteras más apasionantes e inciertas de la cultura científica actual. El contenido esencial de la hipótesis Gaia consiste en considerar la Tierra (incluyendo las rocas, los océanos, el aire y los seres vivos) como un sistema que se autorregula de forma que, a la larga, logra mantenerse en las condiciones más favorables para la continuidad de la vida. Durante años esta teoría ha sido ignorada y después atacada por la ciencia oficial. En la actualidad, el apoyo de otros científicos famosos, como Linn Margulis, y la celebración de varias conferencias mundiales sobre el tema han contribuido a perfilar los rasgos científicos de la teoría y a liberarla de la literatura fantástica, y algo mística, que la acompañó (y la perjudicó) desde el principio.

En su último libro (The Vanishing Face of Gaia. A final Warning) Lovelock se propone hacer un balance de Gaia en su contexto científico más riguroso, y lanzar "un último aviso". Lovelock no desprecia las voces de alarma y los esfuerzos de algunos gobiernos por reducir las emisiones de CO2 y detener el calentamiento global promoviendo el uso de energías alternativas (aunque considera que la energía nuclear es imprescindible y que la única energía renovable que tiene un futuro prometedor es la solar térmica). Pero está convencido de que ya es demasiado tarde para eso. Lo que deberíamos estar haciendo, en su opinión, es prepararnos para lo inevitable: la Tierra entrará en un largo periodo cálido y la vida humana sólo podrá desarrollarse en las zonas más templadas que se salven del crecimiento de los mares y del calentamiento excesivo.

Para sobrevivir en esas condiciones, necesitaremos toda la ciencia y la tecnología de que podamos disponer. Pero, además, tendremos que cambiar nuestra forma de vernos a nosotros mismos y aceptar que lo importante es Gaia, ese sistema con vida propia, del que nosotros sólo somos una parte accidental. Un nuevo mundo será entonces posible. Aunque, por el momento, apenas hemos empezado a imaginarlo y sin embargo ya sospechamos que puede ser tarde para ayudar a
construirlo.

Claro que siempre nos queda el consuelo de pensar que en un mundo más cálido, como el de este mes de agosto, también se puede disfrutar de la vida, sobre todo si podemos desplazarnos cómodamente a la playa o al campo y utilizar artilugios tan poco ecológicos como el aire acondicionado. Quizá no alcancemos ya a disfrutar de un futuro verde, pero podríamos ayudar a que algunos disfruten, dentro de unos años, de un largo verano azul.

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia

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