Del consejo editorial

Luces y sombras (de bajo consumo)

Miguel Ángel Quintanilla Fisac

Steven Chu, Premio Nobel de Física y profesor en Stanford, solía plantear en clase sencillos problemas de física aplicada como este: "Si sustituyéramos todas las lámparas incandescentes de los semáforos de la ciudad de San Francisco por diodos LED de bajo consumo, ¿cuántos dólares ahorraríamos en la factura eléctrica de la ciudad?". Una buena pregunta. Por cosas así supongo que es por lo que Obama le nombró ministro de Energía en su Gabinete.

Salvando las distancias, entre nosotros, desde que el ministro de Industria tomó posesión de su cargo, no ha parado de adoptar iniciativas para concienciar a todo el mundo de la importancia del ahorro en el consumo de energía. Se presentó en el Congreso sin corbata para reivindicar un uso moderado del aire acondicionado. Ha puesto en marcha una llamativa campaña para introducir en dos años dos bombillas de bajo consumo en cada hogar español y está cumpliendo cabalmente el compromiso europeo de eliminar las bombillas incandescentes (este mes las de 100 vatios ya han dejado de venderse).

La pregunta es: con estas medidas del ministro de Industria, ¿cuánto podemos ahorrarnos en energía eléctrica? Un cálculo aproximado: si se sustituyen 44 millones de bombillas (2 por hogar) de 100 vatios por otras tantas de bajo consumo, y suponiendo una media de cuatro horas diarias de uso por bombilla, se ahorrarán anualmente casi 5.000 gigavatios hora de energía eléctrica y se dejarán de emitir a la atmósfera más de tres millones de toneladas de CO2. Esto equivale a un ahorro aproximado de 500 millones de euros, a la retirada de la circulación de casi medio millón de vehículos o a la plantación de un bosque de más de 300.000 hectáreas. A Miguel Sebastián no se le puede premiar haciéndole ministro, porque ya lo es. Pero por lo menos se le podría reconocer el carácter innovador de sus iniciativas.

Se supone que las tecnologías eficientes y rentables terminan imponiéndose en el mercado por la propia fuerza de los hechos. Pero esto no siempre es así. Los estudiosos de los procesos de innovación saben que, además de la eficiencia intrínseca de una tecnología y de su rentabilidad económica, hay otros factores esenciales que rigen su evolución. Entre ellos están las modas y otros factores sociales, pero también las decisiones políticas. La tecnología aeroespacial actual es hija de decisiones políticas tomadas en plena Guerra Fría. Y una de las mayores innovaciones en la tecnología del trasporte de la historia de España, la apuesta por el tren de alta velocidad, fue una especie de capricho andaluz, de finales de los ochenta, que algún día deberíamos agradecer a los dirigentes políticos de entonces.

La ciencia es el motor de las sociedades actuales, basadas en el conocimiento. Pero el motor necesita combustible y sobre todo necesita gente que lo arranque, lo cuide y lo mantenga en marcha. Sin esa gente la luz de la ciencia no iluminaría nuestras casas o, de hacerlo, sólo lo haría con lámparas incandescentes, como las inventadas por Edison hace más de un siglo, que despilfarran energía y a la larga nos obligarían a vivir de nuevo en las sombras de la ignorancia y del calentamiento global.

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia

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