Del consejo editorial

La hora de la verdad

CARLOS TAIBO

Si a Barack Obama le ha llegado la hora de la verdad, a nosotros nos toca cerrar las especulaciones a las que nos hemos entregado los últimos meses. Al calor de estas ha remitido –parece– la euforia de muchos. Bastará con recordar al respecto que el apoyo decidido de Obama a la operación de rescate de un puñado de inmorales instituciones financieras no anuncia nada bueno en materia de moralización de la vida pública norteamericana. Tampoco es más halagüeño el panorama que ofrecen unos nombramientos encaminados a acallar las previsibles protestas del enemigo conservador. Si con Hillary Clinton en cabeza de la política exterior cabe descartar cualquier giro copernicano, no es distinto el juicio que merece la continuidad de Robert Gates como secretario de Defensa; la presencia, en suma, de Lawrence Summers
–el obsceno defensor del traslado de nuestras industrias contaminantes a los países pobres– en el equipo económico del nuevo presidente no puede producir
sino perplejidad.
Pero no adelantemos acontecimientos y aguardemos a juzgar a Obama por sus hechos. Parece sencillo identificar cuáles habrán de ser los asuntos que, a la postre, determinarán la imagen del presidente y la condición, rupturista o continuista, de sus políticas. El primero es, cómo no, el que configuran Irak y Guantánamo: se trata de saber si las promesas de retirada de soldados en el primero, y de cierre del segundo, se harán realidad con prontitud o, por el contrario, se dilatarán sospechosamente en el tiempo. El compensatorio énfasis de Obama en la necesidad de impulsar la intervención occidental en Afganistán abre, sin duda, un frente de recelos que bien pueden multiplicarse si el nuevo presidente no asume una actitud diferente a la de sus antecesores en relación con Palestina, verdadera piedra de toque de la diplomacia obamiana. También habrá que seguir con atención los pasos de EEUU en sus relaciones con países como Irán, Cuba y Venezuela, tanto más cuanto que, verbalmente, Obama se ha distanciado con claridad de la belicosidad de la que hizo gala Bush hijo.

Queda por dilucidar, por lo demás, qué es lo que el nuevo inquilino de la Casa Blanca entiende por multilateralismo, no vaya a ser que tras este se escondan, sin más, formales consultas con aliados tradicionalmente sumisos. A muchos nos gustaría saber, en paralelo, si Obama se dispone a reducir de forma sensible un gasto militar visiblemente relanzado en el último decenio. Sería un indicador incipiente de que le preocupa algo un problema, la pobreza en el planeta, llamativamente ausente en la campaña electoral del senador de Illinois. La certificación, en fin, de que Obama no puede estar por detrás de Bush hijo en materia de cambio climático sabe a poco: ninguna noticia invita a concluir que el nuevo presidente se apresta a contestar los privilegios que benefician de siempre a las grandes empresas estadounidenses y a buscar un modelo ecológico que, en serio, atienda a los derechos de las
generaciones venideras.
Tiempo habrá para calibrar si, en un escenario lastrado por reducciones fiscales notabilísimas, como las prometidas por Obama, la crisis que nos acosa no tendrá su mayor víctima en esos casi 50 millones de indigentes que se
hacinan en los arrabales de las megalópolis norteamericanas.

Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política 

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