Dentro del laberinto

Rojas y Rodríguez

Tengo la convicción de que disfruta más de un arte quien se acerca a él como un simple aficionado, de vez en cuando, y guarda de ello un recuerdo luminoso que quien, como experto, es capaz de desentrañar el lenguaje, la técnica y las influencias. Sufre más quien más entiende, porque la manzana de la ciencia del bien y del mal resulta así de corrosiva. La Eva y el Adán inocentes opinan sin prejuicios, porque nada saben, y todo lo viven como nuevo y con agradecimiento.

En el espectáculo Sangre, de Rojas y Rodríguez, que se estrenó antes de ayer en el Teatro Albéniz, disfrutaron sin duda los connoisseurs. Se veía su sonrisa mientras se colaban para saludar a los bailarines. Los pies de la compañía pisaban los claveles rojos que les arrojaron los espectadores, y muchos de ellos conocían sus nombres propios y los llamaban a gritos.

También yo disfruté. Imposible no hacerlo ante el delicado giro de las manos de las bailarinas, y el taconeo rítmico, imposible, de ellos. Lo que encontré bajo una iluminación exquisita, y el satén rojo de los trajes y los chalecos, era una visión estilizada, elegantísima. Sé poco de flamenco, aunque acudo a verlo siempre que puedo, cuando otros amigos más enterados, y más sufridores, por ello, me lo recomiendan; pero en el escenario me encontré con una sublimación de lo que ya conocía. Bellísimo.

La cantaora se rasgaba en las canciones como un retal viejo, y salió a bailar luego, cuando el espectáculo finalizaba, con la cadera viva y un mantoncillo que le cubría el pecho. Fue hermoso, también, de una manera distinta, como un buen licor con cuerpo remata una comida delicada. Entre el vestido negro de María del Mar Fernández  y los volantes estilizados del cuerpo de baile mediaba toda la distancia entre lo que se sabe y lo que se aprende, entre quien siente algo y quien ha convertido ese algo en su vida. Rodríguez, y Rojas luego, en sus bailes en solitario, detenían el tiempo, y lo toreaban. El aire era lo único que debería torearse. No era fusión, era eterno.

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