Dentro del laberinto

Pulgar (en la primera esquina)

Sarkozy y su segunda esposa se divorciarán, según anuncian en un comunicado público, y lo harán bajo la mirada codiciosa de quienes no soportan, aparte de las simpatías o los rechazos que su política despierta, que una pareja pública sea feliz. Desde hace años, esa sospecha constante de la felicidad conyugal ajena se ha alimentado a través de las revistas del corazón, los programas de una calidad bajísima y alto presupuesto, los comentarios en periódicos, el espionaje que se reforzó con el escándalo Lewinsky; la tradición política americana, la más influyente del momento, permite exigir una categoría moral angélica en los amores de los notables, que pueden, por otra parte, relajarse en lo referente a otras demandas.

Quizás ése fue el mayor error de cálculo de la pareja Sarkozy: demasiado inteligentes, demasiado guapos, demasiado rebeldes para el ideal, intentaron encajar en el arcaico modelo de los Kennedy: una esposa esbelta y elegante, y un presidente carismático. Olvidaron las infidelidades, las enfermedades, la profunda hipocresía de esa pareja modelo. Pero Cecilia no es Jackie. En un país como Francia, reacio a mezclar la vida privada y la función pública, esa copia no podía mantenerse.

Puede que en España funcionara mejor, si fuera capaz de mantener la atención constante que generaría. Incluso en el caso de las políticas de cargo propio, las críticas físicas se suceden, las bromas, los cuestionamientos son mucho más crueles que los destinados a los varones. Cuando son cónyuges, se busca una discreción absoluta, una entrega a la americana, cuya intimidad se respeta mientras se mantenga el silencio y la sonrisa.

Piensan que la mujer de un hombre notable es como el pulgar: el menos desarrollado de los dedos, al que ni siquiera le aguarda un anillo, el primero que se quema, se desolla o se parte la uña: pero esencial para la función prensil que el ser humano ha convertido en la clave de su desarrollo. Y entre floreros, descansos del guerrero, pulgares y ángeles del hogar, es lógico que Cecilia haya deseado recuperar su propio nombre, su original apellido.

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