Dentro del laberinto

Enfoque

Todos los días mueren mujeres en circunstancias extrañas, y la tranquilidad con la que aumenta su número delata que, en algún lugar de nuestra sociedad, nos han enseñado a dar por hecho que su muerte o su secuestro, su violencia y su rapto forman parte de las convenciones normales.

He perdido la cuenta de las veces en las que he visto el cuerpo de una mujer muerta en la ficción: cómics, películas, novelas, en todo salvo en el mundo de piruleta de la publicidad se muestran en una y otra ocasión las posibles formas de apropiarse de una mujer. Las Sabinas y su rapto encuentran un eco en el descubrimiento de una fosa neolítica, alemana, en la que no hay rastro de mujeres: posiblemente las raptó, por escasez o por poder, otra tribu. La digna Lucrecia se suicida para dar ejemplo ante su familia, tras una violación en la que no tuvo culpa. Europa, raptada por un toro, siguió la misma suerte que Danae y su involuntaria lluvia de oro, o que la estancia forzosa en los infiernos de Proserpina, que llegó a ser reina de ese mundo miserable.

Todos los días mueren mujeres, y tras las cifras de alarma de los últimos años la sociedad se ha rehecho y brotan las palabras en contra: se manipulan los números, dicen algunos, se emplea para criminalizar hombres. En pocas horas, dos mujeres han sido agredidas en Barcelona. Otra ha aparecido muerta en la casa de un ex novio, en Gijón.

Aníbal Lécter ulula y aspira a través de su máscara, y sus víctimas son sus aperitivos humanos, como la ingenua Clarice. Sade, Casanova, invitaban a las mujeres a un rato de placer continuado por sufrimiento, o a la inversa. El orden de los factores apenas alteraba el producto final. Casi todas, era la excusa, buscaban en realidad lo que encontraban. El no femenino nunca ha sido escuchado y, de alguna manera, no es respetado hoy en día. Posee una cualidad casi fluida, adaptable; se percibe como transitorio. Se pisa, se arrebata. Se interpreta, como si fuera la diferencia de enfoque la que da una respuesta distinta.

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