Dentro del laberinto

Stop (en la segunda esquina)

Renfe inició ayer la venta de billete para los nuevos trenes de Alta Velocidad: su página web mostraba todos los cambios de diseño que se creen imprescindibles en una nueva etapa, y pedía contraseñas hasta entonces inéditas. Las antiguas, memorizadas a fuerza de uso y de notas sueltas (¿cuál es el nombre de su mascota?, preguntaban) habían quedado obsoletas. Esperaba la compañía que se comprendiera que parte de los servicios se interrumpirían por algún tiempo: los horarios, con la apertura de las nuevas líneas, ya se sabe, cambiaban. Ante el estupor del usuario, que tiende a no comprender por qué las cosas se inauguran cuando no se encuentran preparadas para ello, no queda sino apelar al calendario. Muchas, demasiadas cosas apresuradas ocurren durante estos meses.

En la Red, una y otra vez, una señal roja y blanca aparecía en la pantalla: espere. Quieto. No puede viajar. No viaje. Frente a la reestructuración más importante de su historia, la respuesta era la falta de movimiento.

Mala época para una empresa que decía volar. El domingo, mientras regresaba de Vitoria en un tren regional, con la nariz metida en mi libro y la firme voluntad de resistir, el retraso acumulado por el tren llegó a lo inadmisible. Se habían vendido tantos billetes sin asiento que los estudiantes que se aproximaban a Madrid se sentaban en el suelo del pasillo, con las maletas amontonadas a su alrededor, como en una Calcuta fría y mejor vestida. De vez en cuando, alguien cedía su asiento a alguna persona mayor. Esos trenes, que debieran destinarse a trayectos más cortos, no cuentan con restaurante: de los dos servicios, sólo uno se mantenía en uso.

Durante casi siete horas los viajeros aguantaron con estoicismo la falta de información, el traqueteo y el cambio de autobuses a vagones. Nadie mencionó el desbarajuste de Barcelona, ni la huelga de maquinistas que durante tres semanas impidió que el AVE saliera a su hora. Resignados, aguardábamos a llegar. No se interpusieron reclamaciones masivas: salíamos al aire a bocanadas, agradecidos por nada, sin pensar en avances: cuando no se esperan, no duelen.

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