Dominio público

Tarjetas black, una gran derrota y un gran reto

Ignacio Muro Benayas

Profesor de Periodismo Carlos III. Miembro de la Junta Directiva de Economistas Frente a La Crisis. Presidente de POLI-TIC/Asinico

Ignacio Muro Benayas
Profesor de Periodismo Carlos III. Miembro de la Junta Directiva de Economistas Frente a La Crisis. Presidente de POLI-TIC/Asinico

Determinados detalles de un acontecimiento suelen ser el camino más directo para explicar su esencia. Decía Kapuscinski, maestro de periodistas, que es "a través de lo pequeño como se percibe mejor el todo". Así pasa con algunos de los detalles descubiertos en el uso de las tarjetas black, es en esas pequeñas gotas expresivas donde se percibe mejor el alma del deterioro de nuestras instituciones.

Pero no nos distraigamos demasiado en los detalles escabrosos: la esquilmación de recursos públicos de nuestro país, no se produjo en la sección de electrodomésticos de El Corte Ingles, ni en las siestas hoteleras de 500€, se produjo en operaciones como la concesión de 4.000 millones de euros a Martinsa-Fadesa en plena crisis, una operación construida para socializar perdidas. Qué votaron en el Consejo y cómo se construyó y aprobó esa operación y otras parecidas que blanquearon balances, sin respaldo, de empresas amigas, es el asunto. Porque en esas pocas operaciones aprobadas a toda prisa es donde se concentraron buena parte de los desequilibrios patrimoniales que provocaron el "rescate" de más de 23.500 millones de euros de Bankia.

Por eso, a pesar de la magnitud de los gastos, no fue una operación cara, sino barata. Las tarjetas debieron servir y eso es lo triste (y lo corrupto) para que los consejeros miraran a otro lado. Si, consciente o inconscientemente lo hicieron, es la mejor demostración de que "el sistema funcionó", y demuestra que era un trabajo bien planificado y medido, una operación construida desde la cúpula del poder de la Caja para amodorrar conciencias y frenar la voluntad de control (la colectiva pero también la individual, uno a uno) de los consejeros. Y todo apunta a que lo consiguieron. La participación de sindicatos, partidos y otros sectores ciudadanos en el gobierno corporativo no solo se ha demostrado inútil como control social, que era su objeto, sino que ha servido para legitimar la política de rapiña generalizada que conocemos.

¿Cómo podemos los defensores de la democratización del aparato productivo asumir esta tremenda derrota colectiva, que afecta a la esencia de lo que entendemos por buen gobierno democrático, sin buscar las causas profundas y apuntar soluciones radicales? Empecemos defendiendo, con rigor y ardor, que las razones de tan singular "mal gobierno" no surgen de la naturaleza de las Cajas, como sinónimo de banca pública, ni en su caracter de instrumento financiero al servicio de los gobiernos regionales, ni en la participación de los sindicatos u otros sectores interesados, como los impositores, todos ellos representantes de stakeholders, que la mejor doctrina progresista defiende deben ser la base del control societario.

Recuperar la iniciativa exige identificar las causas profundas de la situación actual que, sin duda, están conectadas al deterioro de las formas democráticas y a la ausencia de un espíritu de vigilancia social en la izquierda institucional. No comparto, por ejemplo, las conclusiones precipitadas que hace Toxo, secretario general de CCOO, y que utilice la lógica del coste-beneficio como balance del pasado y justificación para excluir la participación futura de CCOO y los trabajadores en los Consejos de Administración.

Porque la causa esencial no está en esa participación sino en cómo se produce. Está en los denominados "problemas de agencia" implícitos  en toda delegación de poder: en que los cargos no se renovaban nunca; en que Moral Santin, y los representantes sindicales, llevaban decenas de años allí, conviviendo con los Blesa de turno en una rutina imaginaria de poder, (mal)educados en tolerar las infinitas triquiñuelas de las puertas giratorias; que los que se decían representantes de los impositores eran una filfa que no representaban a nadie; que  la renovacion de los liderazgos sociales ha estado sometido a la lógica de las burocracias; en que una izquierda sin rumbo se inhibió de educar a la sociedad en una actitud "in vigilando". Y en que el capitalismo financiero y, especialmente, su versión especulativa de raíz inmobiliaria (la peor versión, la madrileño-valenciana) es, en esencia, una gran maquinaria de corrupción social, pues solo prospera desde su capacidad de compra de voluntades.

Y aquí viene una segunda derivada del asunto. Mientras las evidencias de mal gobierno en la gran banca global, -subprimes y otros activos toxicos- causantes de la gran crisis, se ha saldado sin cambios reguladores que garanticen que lo ocurrido no se volverá a repetir, los mismos que miran para otro lado, "escandalizados por el mal gobierno de las cajas", se han servido de sus despilfarros para justificar su culpabilizacion, desmontaje y privatizacion en beneficio de la gran banca privada. Y lo ha hecho a toda prisa, dando ejemplo, precisamente, de desgobierno, en procesos que han provocado una segunda y descarada apropiación indebida de recursos colectivos a favor de sus gestores. Donde antes había instrumentos de política industrial y financiera de proximidad para PYMES, en manos de los gobiernos regionales, ahora hay una tremenda concentracion de poder en manos de bancos globales, que por su tamaño son considerados sistémicos, -Santander, BBVA, CaixaBank- es decir, fuera del control de las instituciones democráticas nacionales. Y esto, para las fuerzas progresistas, es en sí una segunda gran derrota, pues nos quita un instrumento central de política financiera.

Ante esta doble derrota, no nos queda más remedio que revitalizar la lógica del control social. Puede que los sindicatos no deban estar en los consejos de administración pero sí en otras instancias de poder. Y, sobre todo, puede que sean los trabajadores quienes deban de asumir, en elecciones directas, esa posicion de control, sin mediación institucional de los sindicatos. Pero de ninguna forma es el momento de dar sensación de retroceder porque es aumentando la voluntad y perfección del control social donde nos jugamos el exito de cualquier propuesta de progreso. Y eso, en las empresas, pasa sin duda por avanzar en la construcción de contrapoderes democráticos sobre el monopolio de poder de los Blesa de turno. Ahí está la raíz de las ineficiencias sociales y democráticas, el verdadero cáncer que hay que extirpar.

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