Antonio Antón
Profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
La derecha política y mediática está embarcada en una campaña de acoso político contra Podemos. Una de sus acusaciones favoritas es la de ser un partido político populista y totalitario que seguiría el modelo supuestamente dictatorial del gobierno venezolano. Diversos dirigentes socialistas e intelectuales afines han desarrollado también una crítica hacia e27sta fuerza política, con su identificación con el populismo y su supuesto carácter antipluralista. Nos centramos en este plano político-ideológico, evaluando el sesgo tergiversador y sectario de ese descrédito infundado.
Se pueden mencionar dos textos significativos, de carácter teórico, publicados en el diario El País. Uno de José Álvarez Junco: "Virtudes y peligros del populismo" (11-11-2014), donde refiriéndose al populismo señala que "su afán por eliminar las cortapisas democráticas abre un peligroso camino a la tiranía". Otro de José María Ruiz Soroa: "El peligro de una sociedad sin divisiones" (9-1-2015), donde expone que "Podemos no reconoce diversas opciones sino que coloca fuera de juego a quienes considera sus adversarios, de forma que contradice el pluralismo democrático y en ese sentido preciso es totalitario". Como veremos, esas descalificaciones a Podemos, afirmando un carácter antidemocrático y autoritario, son injustificadas.
En los textos citados se da un salto injustificado de emparentar al partido liderado por Pablo Iglesias con la dinámica política representada por Marine Le Pen, el Frente Nacional francés y el populismo de derechas del neofascismo xenófobo o ultra-conservadurismo europeo. Se apoyan en aspectos secundarios y discursivos, cuando la distancia sustantiva con ellos es todavía mayor que con el poder establecido o la casta.
La lógica interpretativa dominante en los medios de comunicación es la unir los ‘extremos’ (de derecha e izquierda) frente a la supuesta centralidad del establishment y el consenso liberal-conservador-socialdemócrata. Ambas tendencias, desde las dos orillas contrapuestas, presionan al poder establecido, pero ese emparejamiento desconsidera el aspecto sustantivo de que el significado y la dirección en que lo hacen, el por qué y el para qué, son de signo contrario. Su sentido político es antagónico: en un caso es reaccionario y opresivo, y en el otro, progresista y emancipador. Unos observan la complicidad con los poderes fácticos, aun con demagogia populista, y otros pretenden su transformación en beneficio real de las capas populares.
Con la selección y la exposición enfática de algunos rasgos comunes de Podemos con el populismo (muchos compartidos con otras corrientes liberales y socialistas, como el hiperliderazgo personal o la centralización organizativa) se asimila todo a una misma dinámica. Los rasgos autoritarios del populismo derechista se muestran para caracterizar al populismo; en ese conjunto se incluye previamente a Podemos, aunque sea democrático-radical, y su imagen queda descalificada con la misma crítica de antipluralismo.
La combinación de esa lógica con la dinámica sustantiva reaccionaria del Frente Nacional francés u otros populismos regresivos y excluyentes sí conforma una tendencia autoritaria. Pero es contraria al significado globalmente positivo, desde el punto de vista democrático, igualitario y emancipador, del movimiento cívico español y la representación social y política alternativa. Al insistir en nombrar a éste o una parte relevante del mismo con la misma denominación de populista, con similar sesgo autoritario, se produce una manipulación. El resultado es, por una parte, la descalificación de fuerzas alternativas democráticas, y por otra parte, la legitimación y el embellecimiento de las actuales élites dominantes, con su prepotencia autoritaria y su estrategia antisocial.
Se magnifican algunos rasgos negativos de Podemos y se asocian con ese modo populista, dicotómico y hegemonista. Pero la posición de promover la movilización popular frente a las élites dominantes y la aspiración a ganar la mayoría social, no necesariamente es simplificadora y totalizadora. Lo contrario sería renunciar al conflicto social, no confrontar con los poderosos y desistir de influir o conquistar el poder. Es decir, llevaría al reforzamiento del actual bipartidismo.
En España se ha fortalecido el carácter social, progresista y democrático de la ciudadanía indignada, a través de su experiencia contra la austeridad y los recortes sociales y la prepotencia política de las élites gobernantes, así como por su cultura cívica y de justicia social. Se ha consolidado una ciudadanía activa con una participación democrática en la protesta social y la acción sociopolítica con unos objetivos clave: democracia, derechos sociales... El discurso de Podemos ha enlazado con ello y está más claro y es más democrático y progresista que la gestión del bipartidismo del PP y PSOE. Es decir, su inserción en este contexto de pugna sociopolítica contra este poder establecido antisocial y prepotente, así como las características progresistas del movimiento popular y las élites asociativas, son la base de este fenómeno y le imprimen gran parte de su carácter. El significado del discurso del cambio y de ganar las instituciones para implementarlo tiene un sentido liberador y de progreso, frente a las tendencias realmente autoritarias y regresivas existentes. Por ello y para ello han tenido un importante respaldo cívico a su representación.
Los ejes iniciales de su programa (Más derechos, más democracia), su oposición a la casta por sus políticas de recortes y austeridad, su prepotencia y su corrupción, junto con sus proyectos de transformación socioeconómica, de orientación socialdemócrata clásica, y política, democratizadores y participativos, añaden a esa forma de hacer política un perfil nítido social y democrático. La polarización sociopolítica y la hegemonía cultural, con el objetivo de ganar la mayoría en las instituciones, adquieren un sentido emancipador. En el plano político e ideológico son más progresistas y respetuosos con los derechos humanos y sociales que el partido socialista y no digamos que la derecha. Y conllevan una dinámica democratizadora, más firme y consecuentemente opositora, contra las tendencias autoritarias, antisociales y reaccionarias de las élites dominantes.
La ambigüedad ideológica, en términos clásicos de izquierda-derecha (y centro), de su esquema político es relativa. Es oportuna para evitar la asociación con el partido socialista y su gestión antipopular, desligarse de las peores tradiciones comunistas o burocráticas y atraerse apoyos de sectores descontentos con la deriva regresiva del bipartidismo y auto-ubicados ideológicamente en el centro o la derecha. Pero sus objetivos de defender y representar las demandas de los de abajo, con mayor igualdad y democracia, lo vinculan con lo mejor de las izquierdas transformadoras.
En definitiva, la reafirmación en la defensa de la gente, hoy expresada en una ciudadanía indignada y crítica, y la incorporación de la cultura cívica de los derechos humanos, sociales y democráticos, presente en la ciudadanía activa y el tejido asociativo español, le dan a estas fuerzas alternativas un perfil igualitario y emancipador frente a la dinámica prepotente y antisocial de las élites poderosas. La representación de esa dinámica de cambio político hacia un modelo más social y democrático confiere a las fuerzas alternativas una mayor legitimidad ciudadana. La vinculación parcial con el populismo, incluido el nombre, no les beneficia, sino que les perjudica, ofreciendo un flanco débil ante sus adversarios, con inmenso poder mediático.
La lógica del conflicto social frente al actual poder establecido y la construcción democrática y participativa de un sujeto popular que aspira a representar a la mayoría social, deben estar íntimamente imbricadas con las demandas populares progresistas, su experiencia y su cultura cívica, el respeto a su diversidad interna y un proyecto igualitario y emancipador. En ese sentido, Podemos y las fuerzas alternativas en España, construidas sobre una base popular progresista necesitan reforzar su talante democrático y la dinámica emancipadora. Pero, comparativamente, mantienen una superioridad no solo política sino también ética e ideológica respecto de la derecha y la socialdemocracia, cuya gestión gubernamental impopular ha incumplido sus compromisos sociales y ha demostrado la fragilidad de sus valores cívicos y democráticos.
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