Dominio público

Podemos, entre marcas y mareas

Manoel Santos

Responsable de comunicación de Anova-IN

Manoel Santos
Responsable de comunicación de Anova-IN

La visita de Pablo Iglesias a Galicia a finales de la semana pasada estuvo, obvio parece, más destinada –por su parte– a poner sobre la mesa tacticismos en clave electoral que cuestiones políticas de fondo. Muy poco se habló de estas últimas, más allá de manifestar que existen "muchos puntos en común" y bastante, incluso demasiado, de una propuesta electoral, al parecer cerrada, innegociable pero conmutativa, que implica un Podemos/Guión o Guión/Podemos, acompañando el binomio logo-papeleta.

No quedó por lo tanto muy clara cuál es la proposición política de cambio –desde las europeas al 24M Podemos parece que la ha modulado bastante– y si esta va a marcar lo que por aquí se considera tan indispensable como necesario: el horizonte de una ruptura democrática y el consiguiente proceso(s) constituyente(s) a corto-medio plazo. Si, por la contra, todo va a quedar circunscrito a un mero cambio de inquilinos –o como escribió Javier Gallego "cambiazo"–, sin duda muy necesario pero no suficiente, seguro que Podemos dibujará un escenario mucho menos estimulante para el activismo político galaico.

La propuesta, en principio, no parece gustar mucho por estos lares –donde ya hay un proceso propio evidente– y más cuando, aunque fuese un poco a regañadientes y sin demasiado entusiasmo, Podemos apoyó parte del proceso de las mareas que ya cambiaron el panorama político gallego. Y no fue, es, un proceso menor. En Galicia hubo hasta 70 candidaturas populares en los 314 ayuntamientos y ahora hay decenas de concejales, concejalas y no pocas alcaldías, no sólo en las ciudades, que no se van a quedar mirando a "las generales" como si tal cosa porque se juegan mucho en ellas. Descabalgarse a estas alturas de un proceso tan ilusionante va a ser, en términos políticos e incluso electorales, muy difícil de explicar para Podemos y sus contingentes de apoyo humano en el país, pues la decisión alberga no pocas contradicciones con el discurso del partido del círculo. Nos detendremos únicamente en tres de ellas.

La primera es la gente. Si Podemos es "el partido de la gente", como se autodefinen en muchas intervenciones, y en Galicia las mareas constituyen la mejor expresión política autóctona del indudable protagonismo ciudadano en todo esto, ¿vamos a ver en las cuatro circunscripciones una lista electoral de Podemos por una parte y una la ciudadanía activa por la otra en las elecciones a las Cortes del Estado como sugirió el propio Pablo Iglesias? Porque todo indica que va a existir una marea gallega para esos comicios si o si. Se detecta en el entusiasmo activista existente en Galicia y se corrobora también atendiendo a los perfiles de los nuevos liderazgos emergentes, como los de Martiño Noriega y Xulio Ferreiro, que no son de los que van a pasar de refilón por unas elecciones tan importantes para nuestro futuro. En el aire queda también la pregunta de que impacto tendría en las mareas e incluso en algunas de sus expresiones institucionales lo anteriormente indicado y de quién sería la responsabilidad.

La segunda es la asunción teórica por parte de Podemos de la realidad plurinacional (negada) del estado español y del derecho a decidir. Una cosa es decirlo y otra que esto vaya, como debería, implícito en su práctica política. El simple hecho de proponer diferenciar las elecciones autonómicas, en las que Podemos si estaría dispuesto, según Pablo Iglesias, a dejar a un lado su marca en las naciones periféricas del Estado, de las elecciones "generales", donde quiere algo así como "uniformidad electoral", es incongruente e incluso ofensivo con quien entiende, como las mareas, que el sujeto político soberano aquí es el pueblo gallego en cualquier contexto, aunque después se establezcan, como seguro que se haría, alianzas a nivel de Estado. Vaya, que eso del grupo propio en el Congreso de los Diputados se puede entender tanto como una propuesta de respeto y reconocimiento al pueblo gallego, y seguro que esa es la intención, como una concesión –vamos a evitar la agresiva y ambigua expresión "colonialista"– para dejarnos "contentos" pero no "sueltos".

Que Galicia no cuente con un proceso endógeno orientado al nacionalismo político tan potente como en Catalunya y el País Vasco no quiere decir que no exista un nacionalismo –o si se quiere un galeguismo–, mucho más extendido en términos afectivos, culturales y, de hecho, sociales, pues cada pueblo, cada nación, exterioriza su identidad colectiva de formas diferentes. Minusvalorar esto en un contexto electoral puede constituir un error de cálculo muy apreciable, además de que no parece muy ético en una cuestión tan sensible priorizar lo electoralista sobre lo político en sentido estricto. La táctica y la estrategia tienen que casar de alguna manera.

La tercera contradicción que quiero indicar hace referencia a esa priorización, al parecer táctica, de la política demoscópica sobre la política real, que según Podemos justifica la propuesta del innegociable guión. Que en Galicia Podemos no fuese un actor electoral el 24M no impidió el éxito arrollador, especialmente desde el punto de vista cualitativo, de las mareas. Fueron éstas, constituidas además en un proceso nacional, las que destrozaron al Partido Popular, por ejemplo colocando tres alcaldes en los tres feudos urbanos en los que tenía mayoría absoluta el partido de Núñez Feijóo. Que una marea gallega con Podemos dentro, como hasta ahora, tendría mucho más éxito en las elecciones a las Cortes que por separado es de una lógica aplastante, entre otras cosas por obra y gracia de Víctor d'Hondt. Ir por separado para lograr objetivos similares no tiene ninguna justificación con base política, como reconoció Pablo Iglesias, pero tampoco con base electoral. Otra cosa es que los antedichos objetivos no sean tan parecidos, que también puede ser. Bueno sería aclararlo. E incluso si, como parece, existe la posibilidad de que se tomasen algunas decisiones precipitadas en Vista Alegre, pues la coyuntura era bien diferente en este contexto histórico tan acelerado, constituiría una virtud corregirlas, que para eso existen fórmulas bien democráticas.

Aunque se puede entender por el omnipresente contexto electoral que el desembarco de Pablo Iglesias en Galicia fue más dirigido, en lo referente a la gestión de los tiempos de su apretada agenda, al espectáculo mediático que al diálogo con lo que Podemos define como "fuerzas del cambio" gallegas, esto es, las mareas y el espacio sociopolítico que rodea desde 2012 a Xosé Manuel Beiras, ambos lugares de encuentro sin fronteras definidas entre si, bueno sería que escuchase más a Martiño Noriega: "Nadie le niega a Pablo Iglesias y a Podemos la centralidad del proceso de cambio" pero "no debe haber corsés previos ni conceptos de casas prefabricadas, mientras no definamos cuál debe ser el campo de juego".

Que existe una sintonía política importante entre el proyecto de Pablo Iglesias y el proceso de rebelión cívica que se comenzó a vislumbrar con la emergencia de las mareas gallegas parece evidente. Que queda mucho por hablar y por entender bidireccionalmente también. Pero seguiremos caminando, que ya dijo Juan Carlos Monedero que en Podemos nada está escrito en piedra... y en Galicia buenos canteiros nos sobran.

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