Dominio público

Uruguay: elecciones sin trauma

Joaquín Roy

JOAQUÍN ROY

dominio-24-10.jpgA los pocos minutos de paseo por Montevideo se tiene la impresión de no estar en una capital latinoamericana típica. Aunque hay algunas semejanzas (muchas tiendas venden objetos pasados de moda), lo cierto es que la "rambla" (insólita adaptación del torrente mediterráneo) en Pocitos no es como la playa de Copacabana, ni tampoco Punta del Este (por suerte) es como Benidorm o Mar del Plata. Una mezcla impresionante de edificios art decó con los bloques anodinos de los sesenta nos recuerda el deterioro de una urbe que se convirtió a lo largo del siglo XX en un foco de succión del resto del Estado que comenzó como un tapón entre los gigantes Brasil y Argentina.
Aunque los montevideanos se quejan, la capital parece moderadamente limpia, ordenada y con una dimensión humana ausente en el resto del continente. No se detectan ruidos molestos y la excepción son las trompetas y tambores que atraen la atención de los votantes en las inminentes elecciones legislativa y presidencial. Pero hasta en ese ejercicio democrático los uruguayos parecen marcar distancias tanto con latitudes lejanas como con sus vecinos del Río de la Plata, en el polémico escenario presidido por los Kirchner. La brusquedad de la política argentina está significativamente ausente en los comicios uruguayos del domingo próximo. Como la mejor autodefinición de Canadá es no ser Estados Unidos, al otro lado del hemisferio, Uruguay se precia de no ser Argentina. Maradona y sus obscenidades serían insólitas en Montevideo.
De ahí también que los políticos que pujan por capturar un escaño en uno de los palacios legislativos más hermosos del globo y los candidatos a presidente parezcan más bien aspirantes a alcaldes de una municipalidad de provincias, sobre todo el líder del Frente Amplio, el ex tupamaru José (Pepe) Mujica. De melena canosa y bigote de estanciero modesto o tendero del almacén de la esquina, el aspirante a suceder a Tabaré Vázquez pareciera estar más cómodo recibiendo a amigos con su esposa Lucía Topolansky a tomar mate en el patio de su casa semirural. Es la costumbre de todos los montevideanos, que se refugian en el interior o en las playas, huyendo del inexistente estrés capitalino. Pero las expectativas de voto no llegan al 45%, por debajo de la mayoría del 50 más uno que le daría la presidencia en primera vuelta.
Retándolo se presenta el ex presidente (1990-1995) Luis Alberto Lacalle. Dirigente del Partido Nacional (o Blanco), dicharachero veterano de la política uruguaya con buenas conexiones internacionales con sus afines conservadores en las Américas y Europa. Enemigo de la institucionalización de Mercosur con perfil supranacional, Lacalle preferiría un Uruguay en la senda del desarrollo liberal, seguro y abierto. Pero, con una predicción del voto del 30%, no puede de manera alguna capturar la presidencia en primera vuelta.

Moderadamente a la izquierda de los blancos se ubican los colorados, el partido reciclado, heredero de la mística de José Batlle y Ordóñez (artífice del Estado del bienestar "de la cuna a la tumba"). Está liderado hoy por Pedro Bordaberry, hijo del presidente Juan María Bordaberry, elegido en 1971, quien gobernó por decreto entre 1973 y 1976 y fue defenestrado por los militares. El vástago será perdedor (solamente recibiría el 11%), pero paradójicamente puede tener la clave de la elección presidencial en segunda vuelta (ballottage, según el delicioso galicismo local), a celebrarse el 29 de noviembre. Los blancos y los colorados son acusados por el Frente de ser ramas del mismo conservadurismo. Sumando apoyos, las matemáticas le pueden dar la máxima magistratura a Lacalle si consigue convencer a los indecisos y a los colorados resignados, contrarios a que los ex guerrilleros lleguen al poder, y que continúen las políticas progresistas del Gobierno de Vázquez.
De todas maneras, sobre la campaña preside una cierta mejora de la economía y de algunos indicadores sociales que favorecerían la repetición de la izquierda en el poder. En cinco años, la economía habrá crecido un 30%, algo insólito en el subcontinente. Mientras al principio de la década el desempleo era del 20%, en la actualidad se sitúa en el 7%. La inflación es inferior al 10% y el salario real aumentó un 20%, recuperando lo perdido en la anterior crisis. La pobreza, lacra de América Latina, era del orden del 30% hace cinco años, y ahora ha bajado al 20%. La sima de la indigencia total ha disminuido del 3,8% al 1,3%.
Aunque la sensación (imperceptible para el visitante) de inseguridad ha sido explotada por la oposición a Vázquez, lo cierto es que no se ha convertido en tema fundamental de la campaña. Tampoco parece que tenga demasiada incidencia la recomendación de la Iglesia de no votar a los partidos que defiendan el derecho al aborto. Finalmente, hay cierta incógnita acerca del resultado del referéndum simultáneo a la elección con referencia a la anulación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (mejor conocida como Ley de Amnistía, una especie de punto final, protección de los militares golpistas). Aprobada en 1986, se fracasó al intentar eliminarla en 1989. Esta vez el 47% se ha mostrado inclinado a derogarla, con lo que los crímenes de la dictadura podrían ser revisados y sus culpables condenados.
Este domingo 25, o un mes más tarde, se verá la incidencia de estos datos y detalles. Se ignora el impacto de otro ballottage, la repesca para clasificarse para la Copa del Mundo de fútbol, después de la derrota ante la inconvincente Argentina. Pero, de perder ante Costa Rica, los uruguayos no deberán avergonzarse de las obscenidades de Maradona. Hasta en esa dimensión se distinguen de los argentinos.

Joaqín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami

Ilustración de Miguel Ordóñez

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