Dominio público

2010 será cosa de dos

Luis Matías López

Salvo hecatombe, 2010 será el año de China. Es más: el XXI será el siglo de China. También será el año de Obama. Ya lo fue 2009, pero ahora el protagonismo se tiñe de desencanto. La elección del primer presidente mulato de Estados Unidos generó un tsunami de esperanza. Su plan de rescate económico, su promesa de cerrar Guantánamo, sus magníficos discursos y su ambicioso proyecto de reforma sanitaria le mantuvieron en candelero. La guinda fue el Nobel de la Paz, que recogió enarbolando la bandera de la guerra (justa). Aún llenará más primeras páginas que China, pero el ascenso de esta es inexorable.
El período de gracia de Obama pasó. La lista de desencantados en la coalición progresista que le aupó al poder crece al ritmo de quienes le tachan de izquierdista peligroso. La rendición de cuentas llegará en noviembre, cuando se renueve la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y un puñado de gobernadores. Lo tendrá crudo.

En el exterior, también se difumina su aura. Sigue la senda de Bush en Irak y Afganistán, no logra torcer el brazo inflexible de Netanyahu hacia los palestinos, no consigue detener los programas atómicos de Irán y Corea del Norte, pierde influencia en América Latina, no lucha a fondo contra el cambio climático y ni siquiera firma el estatuto de la Corte Penal Internacional.

Con dos guerras que es incapaz de ganar, cuesta creer que Obama se meta en otra, aunque se limitase a atacar las instalaciones atómicas iraníes, pero no es descabellado que Israel se lance a esa aventura, incluso sin permiso de Washington. ¿La contrapartida? Tal vez concesiones territoriales que ayuden a hacer viable un Estado palestino aún en el limbo y a desbloquear la madre de todos los conflictos. La actual moratoria en la construcción de colonias judías, llena de trampas, se queda demasiado corta.

Obama se enfrentará en Afganistán a la paradoja de utilizar la fórmula que Bush empleó en Irak y que él demonizó durante su campaña electoral: una escalada de tropas para hacer posible la retirada definitiva. Mientras, los talibanes recuperan terreno, el corrupto régimen se mantiene tras unas elecciones fraudulentas, el conflicto se extiende a un Pakistán atómico y en la OTAN aún siguen el juego al amigo americano, pero a regañadientes. En 2010 puede ser aún peor.

Una buena noticia: en enero, Obama firmará un nuevo tratado de desarme nuclear con la Rusia de la extraña pareja Putin-Medvédev, en un limbo de corrupción, favoritismo, inseguridad jurídica, déficit democrático y matonismo hacia vecinos díscolos, como Georgia y Ucrania.

China ha tomado buena nota, para no repetirlos, de los errores de su antiguo aliado. Ha capeado la crisis y es clave para la recuperación mundial. En su ascenso tranquilo, hace valer el peso de 1.350 millones de consumidores potenciales y de su gran salto adelante hacia la modernidad.

El tigre despierta, y en 2010 sacará pecho con la exposición universal de Shanghai, la botadura de su primer portaviones y el sorpasso a Japón, que la convertirá en la segunda economía del planeta. El régimen se siente tan imprescindible, tan avalado por el éxito, que se permite ignorar las críticas exteriores por menudencias como la falta de democracia, la represión de disidentes y de nacionalismos en Xinjiang o Tíbet.

En 2010 se avanzará hacia la extinción del mundo unipolar dominado por EEUU. Por eso baila tanto la letra G, y siempre a favor de China. En 2009 se encumbró el G-20 y se relegó al G-8 (las siete grandes economías occidentales, más Rusia) como foro de debate mundial. Ya se habla del G-13, es decir el G-8 + 5 (China, India, Brasil, Suráfrica y México), y despega el G-2:

EEUU y China. Es un símbolo de un proceso con dos caras: el declive del imperio americano y el ascenso de China hacia la hegemonía. Las preguntas clave son: ¿Será posible una transición pacífica? ¿Cuánto durará?

Entre tanto, persiste el peligro de que la historia deje de lado a la vieja Europa, inmersa en una redefinición que, con el Tratado de Lisboa, tan trabajosamente engendrado, se asemeja a un elefante que pare un ratón. El hombre al que Obama llamará por teléfono (el nuevo presidente, el belga Herman Van Rompuy) y la ministra de Exteriores (la británica Catherine Ashton) parecen dos pesos ligeros a la medida de una Unión que anda escasa de cohesión.

En 2010, tras dos años de parón, la UE reanudará el proceso de ampliación, con Croacia e Islandia primeros en la lista de espera, y se pondrá a prueba el nuevo equilibrio de poderes entre el Consejo y el Europarlamento, al que refuerza el nuevo Tratado. La china en el zapato llegará de Londres, donde se da por seguro que el euroescéptico conservador David Cameron desalojará del poder al laborista Gordon Brown.

En 2010, América Latina iniciará los fastos del bicentenario de la independencia de España. Brasil elegirá presidente, tras renunciar el mago Lula a cambiar las reglas y aspirar a la reelección. Le suceda quien le suceda, no corre peligro el modelo que ha catapultado al país como gran potencia continental. No será fácil que la chilena Michelle Bachelet entregue el testigo a su candidato, el democristiano Eduardo Frei, derrotado en la primera vuelta por el derechista Sebastián Piñera. En Colombia, el Constitucional decidirá si Uribe opta a un tercer mandato. Si lo hace, ganará, pero dejará sin base las críticas por perpetuarse en el poder al venezolano Hugo Chávez, que seguirá tocando el tambor de guerra tras ceder Uribe a EEUU el uso de siete bases. México es el negativo de la foto brasileña, con un Estado incapaz de ganar la guerra al narcotráfico.

Para terminar, una petición a Santa Claus, Papá Noel, el Viejito Pascuero, los Reyes Magos y el sentido común de los italianos: que se vaya Berlusconi. O que le echen.

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