Dominio público

El viaje de Kalilu

Alberto Fernández Liria

OTRAS MIRADAS

ALBERTO FERNÁNDEZ LIRIA

Jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Príncipe de Asturias y profesor asociado de la Universidad de Alcalá

El viaje de Kalilu. Cuando llegar al paraíso es un infierno; de Gambia a España: 17.345 km en 18 meses, el relato de Kalilu Jammeh publicado en la Editorial Plataforma, representa el primer intento descarnado de colocar, ante los ojos del lector europeo, el horror de una experiencia en la que sólo sobrevive un 5% de quienes la emprenden. Una experiencia que cuestiona la idea de ser humano en la que nos complace reconocernos. Una experiencia que, a pesar de que anega hasta nuestros previsibles telediarios, nos empeñamos en ignorar con una ignorancia que sólo puede compararse a la de los vecinos de Auschwitz, que aseguran que nunca se preguntaron qué producía aquellos humos en los que se estaban convirtiendo entonces cuatro millones de judíos y 19.000 gitanos. Exactamente como no nos preguntamos nosotros qué ha hecho que la población de tiburones se desplace de sus caladeros habituales en el Atlántico o que las arenas del Sáhara se hayan poblado de osamentas humanas.

La novela Si esto es un hombre de Primo Levi, sobre su experiencia de superviviente de Auschwitz, inaugura lo que podríamos considerar casi un género: el de la literatura sobre el holocausto, que enfrenta dos dilemas fundamentales.

El primero de estos dilemas se refiere a la posibilidad de narrar lo inenarrable que confronta a quien lo intenta con la radical soledad que supone saber que después de contarlo todo, lo esencial de la experiencia sigue sin ser contado. La de quien comprende que quien lo escuche seguirá sin comprender qué le pasó. La del narrador que se quedará sin sentir que el otro puede sentir lo que él siente. Que quedará seguro de que el otro no puede realizar esa operación de ponerse en su lugar a la que llamamos empatía. O sea, de que esta experiencia, más allá del sufrimiento que haya supuesto en ella misma, le ha excluido del género humano que sigue viviendo como si aquello no hubiera pasado porque, en realidad eso sólo le ha pasado a él.

El deber de contarlo

Primo Levi fue capaz –como hizo también el psiquiatra Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido– de escribir su libro en 1946; es decir, inmediatamente después de regresar a Italia (si es que a lo que sucede cuando una vuelve al lugar geográfico en que vivió antes de este tipo de experiencias se le puede llamar regresar). E hizo del deber de narrar –para que se supiera, para que no se repitiera...– el leitmotiv de su vida. Amery, Steiner o Semprún no pudieron escribir hasta 20 años después, según nos cuenta este último, porque hubieron de elegir entre el intento –por otro lado, imposible– de contar y el de vivir, que entendieron eran incompatibles.

El segundo dilema se refiere a qué hacer con la experiencia una vez que ha pasado. Algo en lo que entrará en juego una amalgama de memoria, culpa, perdón, resentimiento, aprendizaje, verdad, justicia, reparación... frente a los que los autores de este extraño género se han posicionado de forma diversa y han polemizado con amargura. Y levantará una pregunta fundamental que plantea el mismo título del primer libro de Levi.

En qué medida es posible sentirse humano en esa experiencia y, aún peor, a qué humanidad nos remitiría esa condición de humano, cuando lo que ha sucedido ha podido suceder a manos de seres humanos y ante la mirada indiferente de seres humanos.

Los escritos de Levi y Frankl nos hicieron entrever el interior de los vagones de ganado, el hacinamiento de los cadáveres, la intimidad con el miedo, la traición, la culpa, los niños a la puerta de la cámara de gas y la recogida de cadáveres y enseres después de una sesión, y nos hicieron familiarizarnos con términos como lager, kapo, Häftling, sonderkommando o Musselmann. Era necesario saber que eso ocurrió para poder discutir después qué significa.

Un nuevo holocausto

Kalilu Jammeh coloca ante nuestros ojos al menos la sombra de la misma intimidad con los cadáveres, la misma necesidad de retirar la mirada de quien va a morir para poder vivir, mujeres a las que se les abre el vientre para acceder al dinero que se habían tragado antes de ser violadas, madres que arrojan al suelo del desierto a sus bebés no mucho antes de caer exhaustas y morir sobre ese mismo suelo, personas alegrándose de poder beber al menos orina con azúcar... Y nos confronta con el léxico del nuevo holocausto con sus gidos, sus Kocseurs y sus combates...

Hay una diferencia entre Kalilu Jammeh y Levi o Frankl. Estos últimos escribieron cuando la guerra que puso fin al Holocausto había terminado. El nuevo holocausto está sucediendo ahora. Y gracias a gente como Jammeh –o por su culpa– nos va a ser mucho más difícil disculparnos frente a nosotros mismos y nuestros hijos con la excusa de no habernos enterado que creer a los vecinos de Auschwitz que dicen que no sabían, o no llegaron a preguntarse, qué producía el humo que impregnaba de aquel olor la atmósfera de su tranquilo pueblo.

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