SAÏD EL KADAOUI MOUSSAOUI
Permítanme que escriba sobre varias noticias aparecidas en los primeros días del año en todos los periódicos, que incumben a varios países de la Unión Europea y que deberían poder analizarse, cada una de ellas, con más profundidad y también en clave local. Todas ellas tienen que ver con la impotencia que genera no saber cómo afrontar un tema tan complejo como es la inmigración.
En Francia están metidos en un debate sobre la identidad francesa planteada e incentivada por el presidente de la República y del cual ya no saben cómo salir. No es que esté mal debatir, todo lo contrario. Es que, simplemente, no se trata de un debate. Es una forma de sacar pecho, muy del estilo Sarkozy, y de intentar dividir a los franceses en ciudadanos de primera categoría y ciudadanos de segunda.
Conste que, si se tratara de un auténtico debate, yo mismo me sumaría afirmando –en la línea de lo que ya decía el escritor Kateb Yacine hace más de 20 años– que efectivamente debemos estar alerta y poner en su sitio a los radicales que envenenan la convivencia pacífica de las personas haciéndose dueños de Dios e intentando hacernos regresar a la Edad Media. El futuro del Islam, como afirma Mohammed Talbi en su libro Réflexion d’un musulman contemporain, depende de su capacidad de asimilar la modernidad si queremos que los musulmanes no sean testimonios pasivos de su época. Este es un debate que está en todos los países musulmanes y, faltaría más, también puede tener lugar en Europa.
Francia también ha sido noticia por los 2.000 sin papeles (hablar de las personas etiquetándolas de esta forma ya es por sí sola una manera más que humillante de señalarlas) que se han instalado en un edificio vacío del centro de París y un día a la semana celebran la marcha de los sans papiers para denunciar su situación.
Aquí en España, la ciudad de Vic (Barcelona) ha querido hacerse un hueco en la prensa y, cómo no, también ha recurrido al tema estrella para agitar a las masas: la inmigración. Su propuesta de negar el empadronamiento de los inmigrantes sin papeles ya ha hecho correr suficiente tinta y su alcalde ha podido chupar cámara durante un tiempo nada desdeñable. Aunque finalmente acatará la contundente respuesta del abogado general del Estado –el pasaporte se considera válido y suficiente para empadronarse–, no debemos olvidar que aquella iniciativa fue la de un alcalde de Convergència i Unió que gobierna en coalición con el Partit des Socialistes de Catalunya y con Esquerra Republicana de Catalunya.
Y finalmente, la guinda de este pastel putrefacto: Italia. Gobernada por un populista y con una oposición debilitada por unas interminables discrepancias internas, lleva años alimentando a la población con dosis importantes de pensamiento primario que ha desembocado en una caza al negro peligrosísima. Los episodios de violencia contra los inmigrantes en la localidad de Rosarno son un muy mal síntoma de la salud democrática de Italia y del resto de Europa, que lleva demasiado tiempo riéndole las gracias a Berlusconi.
Una pequeña anécdota antes de continuar. Hace dos años, un amigo marroquí, un psiquiatra reconocido, viajó a Italia para ver a uno de sus hijos. En el aeropuerto perdió un pequeño maletín donde guardaba el dinero, la documentación y el teléfono. Acudió a la Policía para informar de su situación y poner una denuncia. ¿Creen que lo escucharon? Su aspecto lo delataba. Era magrebí y lo detuvieron. Su palabra (la de alguien respetable, se lo aseguro) no le sirvió de nada. Pasó dos días horribles y regresó a Marruecos habiendo vivido en su propia piel la hospitalidad italiana.
Sé que el tema es muy complejo. No soluciona nada despacharlo con acusaciones y/o aludiendo a la xenofobia. La gente humilde y los barrios humildes de todas las ciudades importantes europeas son los que pagan el precio de tener que competir por unos mismos recursos con más gente, los que perciben el cambio experimentado en sus paisajes y un largo etcétera. Allí hay que actuar para que no se conviertan en polvorines a los que cualquier pequeña chispa pueda hacer explotar.
Pero hoy les quiero hablar en clave europea (para denunciar, de paso, que no hay tal clave europea). No podemos presumir de abanderar el respeto de los derechos humanos cuando nosotros mismos nos estamos cebando con los más débiles.
Y no somos tan poderosos como para ir decidiendo quién entra y a quién echamos. La realidad es tozuda. Ni con vallas, cada vez más altas y sofisticadas, ni con un Estrecho vigilado con la última tecnología, ni con sobornos a líderes corruptos como el coronel Gadafi –al que Italia hace la pelota para que, entre sus negocios, esté el de controlar a las personas que pretendan llegar a sus fronteras– se ha conseguido frenar las migraciones. Solamente la crisis está obteniendo algún resultado.
O los científicos encuentran alguna forma barata de inyectar a toda esta gente algún producto que los induzca a dejar de soñar y se conformen viéndose como personas destinadas a aguantar a sus dictadores bien alimentados (en parte por la Europa de los derechos humanos) que los someten a una vida indigna; o nos hacemos mayorcitos de una vez: usted, que quiere vivir en un país y en un continente donde poder tener a los suyos cerca y viajar a verlos si están lejos, que quiere poder soñar con un futuro mejor para sus hijos y sus nietos, que lucha para que no se maltrate a ninguna mujer... ¿cree que todas la personas tienen derecho a querer lo que nosotros? ¿Cree que esta es la mejor forma de defender los derechos humanos?
Detrás de cada inmigrante sin papeles hay una persona que siente.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es Psicólogo y escritor. Autor de la novela ‘Límites y Fronteras’
Ilustración de Javier Olivares
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