Dominio público

Con los pies en el suelo

José Andrés Torres Mora

JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

03-02.jpgLa tristeza no es una enfermedad, la depresión sí. El psicólogo Alexander Lowen proponía una metáfora para distinguir entre ambas: la diferencia entre un violín que toca una melodía triste y un violín desafinado. La derecha española, en su corriente mayoritaria, lleva desafinando más de un siglo.
Si hay un tema en el que la derecha sociológica se muestra particularmente desafinada, ese tema es la política internacional. Seguramente porque es en la política internacional donde la derecha sufrió el trauma, que es su trauma fundacional, que la llevó a la depresión que arrastra a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI. La pérdida de la Guerra de Cuba en 1898 está en el origen de la depresión de las élites tradicionales de nuestro país, a la par que de sus problemas de identidad nacional, desnortamiento ideológico y patológico sentimiento de ridículo.
Es posible que si las élites españolas hubieran enviado a sus hijos a las guerras coloniales del XIX, en lugar de librarlos pagando dos mil quinientas pesetas de la época, hubiesen tenido menos razones históricas para deprimirse, aunque sin duda habrían tenido más razones biográficas para estar tristes. Decía Maquiavelo que un buen príncipe debe anteponer la salvación de su patria a la de su alma. El problema de liderazgo de la derecha española es que a la salvación de la patria ha antepuesto, además de la salvación de su alma, la seguridad de sus hijos, la integridad de su patrimonio y, en los últimos tiempos, hasta las posibilidades electorales de su partido.
Precisamente fue en Cuba la única vez que España se midió bélicamente con Estados Unidos. Resulta difícil que las mismas élites que usaron como historia edificante en la mitología de la construcción nacional el relato de Guzmán el Bueno pudieran reclamar con éxito el liderazgo del país después de haber hurtado a sus hijos del sacrificio de la guerra. Por eso, en lugar de liderarlo tuvieron que dominarlo. Desde entonces, en alguna parte de su memoria, la derecha ha conservado el recuerdo de que aquella guerra se llevó su liderazgo. De ahí su trastorno bipolar en la relación con Estados Unidos, que va desde el colegueo de Aznar con Bush a los cabezazos de su ministro de Exteriores.
Es curioso ver a los herederos políticos de Cánovas ponerse exigentes con el papel del presidente del Gobierno en su relación con Estados Unidos. Como si la única forma aceptable para ellos en la que puede relacionarse un presidente español con un presidente norteamericano sea la de poner los pies encima de su mesa. Poco casa tanto orgullo nacional(ista) con los reproches que le han hecho al presidente Rodríguez Zapatero por el lapso de tiempo que transcurrió sin que visitara la Casa Blanca. Sobre todo, cuando el motivo por el que no fue invitado fue el poco respetuoso enfado del presidente Bush, incapaz de aceptar una decisión soberana del Gobierno de España en cumplimiento de un deseo generalizado de la ciudadanía de nuestro país.

Da igual si se trata de un secuestro, de una cuestión de asilo o del menú de una recepción diplomática, no hay vez que nos enfrentemos a un asunto de política exterior que la derecha no saque a relucir la palabra ridículo. Dicen algunos psicólogos que detrás de un sentimiento exacerbado de ridículo hay un deseo, igual de enfermizo, de exhibición. El malsano sentimiento de ridículo de la derecha sociológica de nuestro país no es más que el envés de un no menos malsano deseo de exhibición desmedida. Detrás del miedo al ridículo internacional siempre se esconde el imperial espíritu de Perejil.
Ese miedo al ridículo es exactamente el mismo que sufren nuestras élites tradicionales con el tema de los idiomas. Con motivo de la última visita a Estados Unidos del presidente Rodríguez Zapatero, un columnista de la derecha se preguntaba qué puede hacer alguien en Estados Unidos sin saber inglés. Dudo de que un columnista norteamericano le hiciera un reproche del mismo tenor al presidente Obama cuando visitó Alemania por no saber alemán, o se lo haga cuando venga a España por no saber castellano. Claro que, pensar en la simetría y la horizontalidad entre países debe producir mareo a quienes se consideran tan elevados y distintos en nuestro propio país. ¿No late, detrás del reproche al presidente, un complejo impropio de un nacionalista de derechas?
Probablemente, la visión del problema del idioma en la política exterior sea muy distinta entre quienes protagonizaron con su emigración en Francia, Alemania, Bélgica o Suiza la apertura de la España real a Europa y quienes hicieron de la autarquía el rasgo más significativo de su concepción del mundo y del aislamiento la más destacada seña de su política exterior. Los que se preguntan qué se puede hacer en Estados Unidos sin saber inglés es porque ni se imaginan lo que se hizo en Alemania sin saber alemán.
Ahora, nuestra vergonzosa, por avergonzada, derecha sociológica ha vuelto a sus ironías con el asunto de la invitación del presidente Obama al presidente Zapatero al Desayuno Nacional de Oración. Si tuvieran un poco de sentido común comprenderían que, en pos de nuestras buenas relaciones con aquel país, hay infinitamente más coherencia y dignidad en que un presidente laico se sume a una oración, que en que un presidente religioso se sume a una guerra. El libro de Lowen recomendaba, para mejorar el estado anímico, andar descalzo por el piso. Quizás la derecha podría cumplir sus deberes con nuestro país y sentirse mucho mejor consigo misma si, a la hora de afrontar la política internacional en general y nuestras relaciones con los Estados Unidos en particular, empezara por poner los pies en el suelo.

José Andrés Torres Mora es diputado por Málaga y miembro de la Ejecutiva del PSOE

Ilustración de Jordi Duró

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