Dominio público

Siempre es la última batalla

Isabel Serrano Durán

Hay meses en los que parece que pasan años, pero a la vez se esfuman como si se tratara de un solo día. Últimamente tengo esta extraña sensación. Como si todo prendiese de un hilo, como si los momentos importantes no pararan de arrollarme, como si siempre estuviésemos siendo testigos del fin o el inicio de una nueva era. Creo que esta no es una sensación individual, sino compartida por quienes la política va marcando el transcurso de nuestras semanas.

Desde el desengaño sufrido en la noche electoral del 28 de mayo hemos vivido una cadena de decepciones y reconversiones a la fe continuamente. Tenía todas mis esperanzas depositadas en que, una vez que Francina Armengol anunciase los 179 votos a favor de la investidura de Pedro Sánchez, se instalase en todos y todas nosotras una reconfortante sensación de calma, de tranquilidad. Pero parece que la realidad y el momento que vivimos hará prácticamente imposible que bajemos la guardia.

Llevamos semanas viendo como la ultraderecha toma las calles con banderas recortadas, pasamontañas, bengalas y el brazo bien en alto. Semanas conviviendo con la violencia y sintiendo una especie de miedo, de temor hacia lo que podría pasar. Nuestra parte racional nos dice que en un nuestro sistema de derecho no entra cualquier intento de golpe a nuestras libertades, pero el lenguaje guerracivilistico, el referirse como dictador a quien ha sido elegido en las urnas mientras entonan el "Cara el Sol" o las filtraciones de datos privados de diputados y diputadas acompañados de amenazas, no ayudan a pensar que ese grupo de violentos no pudiese cometer alguna locura.

Y sí, son pocos si los comparamos con la mayoría de españoles y españolas que sienten un rechazo total hacia ellos. Todo el mundo sabe que existen, que viven entre nosotros, pero ojos que no ven corazón que no siente. Verlos reunidos, amplificando su fuerza entre el grupo, vomitando su odio ya sea a través de canciones sin ningún tipo de rima o con muñecas hinchables, nos hace ser consciente de que hay quienes no han aceptado las reglas democráticas y no tienen ningún problema en presumir su fascismo públicamente.

El dibujo del arco parlamentario que tenemos no va a ayudar a la serenidad. Avanzar y sacar adelante políticas va a ser complicado teniendo una amalgama de dispares partidos con ideologías, en muchos puntos, discrepantes entre sí. El debate acalorado, hostigado por quienes harán todo lo posible por acortar al máximo la legislatura, provocará que sigamos teniendo la sensación de que estamos continuamente ante la decisión más relevante de los últimos tiempos. Porque cuando llega un debate nuevo, se olvida lo anterior. Porque este país tiene una memoria muy breve, y la tónica cortoplacista de la política, hará que lo pasado parezca que haya sucedido siglos atrás.

Continuarán habiendo semanas, meses, años duros. Puede que las calles se calmen durante un tiempo. Pero la derecha y ultraderecha sabe que tienen esa carta disponible para cuando la quieran utilizar. El debate y la actualidad no lo hará. Y eso cansa, desengancha y desilusiona. Porque vivir en un estado de tensión constante no es positivo para nadie y, mucho menos, para la convivencia democrática. Es por ello, que el mayor reto que va a tener este gobierno progresista va a ser tratar de bajar los decibelios de la discusión.

Por una parte, es cierto que ver cientos de energúmenos gritar proclamas fascistas reafirma la identidad de grupo y la necesidad de tener un gobierno progresista. Es entender que, si no es esto, los que se manifiestan al grito de "rojo el que no bote" serían los que estuvieran en el poder. Ayuda a asumir aquellos giros de guion que pueden no ser totalmente de tu agrado, porque entiendes que lo que hay en frente es mucho peor. Pero, por otra parte, es imposible mantener 4 años de legislatura solo a través del temor de la llegada del lobo. Hay que tener altura de miras y ser ambiciosos. Demostrar que 4 años más de gobierno progresista sirven para seguir avanzando en derecho sociales, en aliviar la vida que cada vez se hace más cuesta arriba, en poner sobre la mesa políticas innovadoras que sean vanguardia en toda Europa. Es el momento de regular la vivienda, de garantizar el cuidado de la salud mental, reducir la jornada laboral, tener una fiscalidad más justa o afrontar con valentía el cambio climático.

Demos por hecho que está todo en contra, que ninguna política va a estar libre de debate público, de ataques y desinformación. Pensemos a largo plazo, pero con la valentía de quien cree que será su última batalla. Seamos pedagógicos, expliquemos la necesidad de los avances, las consecuencias positivas. No dejemos pie a la imaginación. No puede volver a ocurrir, como en el caso de la amnistía, que la cobardía a nombrar las cosas haga que la derecha imponga su marco discursivo.

Quedan años que pasarán en meses y meses que pasarán en años. Quedan varios asaltos: elecciones europeas, vascas, gallegas. Quizás a las catalanas lleguemos desmembrados y arrastrados. Pero, al menos, intentar que la cabeza esté bien alta por haber seguido avanzando, pese a tenerlo todo en contra. El Gobierno tiene que hacer que todo el desgaste merezca la pena, que todo el esfuerzo tenga una recompensa, que todo el miedo tenga un fruto y que todo lo peleado al menos sirva para algo.

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