Dominio público

Los nacionalismos defensivos

Säid El Kadaoui Moussaoui

SAÏD EL KADAOUI MAUSSAOUI

06-01.jpgEl día 26 de este mes el grupo municipal de Convergència i Unió (CiU), en la oposición del Ayuntamiento de Lleida, anunció que había llegado a un acuerdo con el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), que gobierna el consistorio, para presentar una moción que permitiera prohibir el uso del burka y del niqab en los equipamientos municipales. Dos días después, el consistorio aprobaba esta propuesta con los votos a favor de CiU, PSC y PP.
El alcalde, el socialista Àngel Ros, defendió esta norma aludiendo a la necesidad de no retroceder en los derechos y libertades de nuestra sociedad y justificó la limitación a los equipamientos municipales porque los ayuntamientos no tienen competencia para prohibir su uso en la vía pública.
Por su parte, Abdul Karim, responsable de la comunidad islámica del Ponent y del Pirineo, anunció el mismo día 26 que recurriría esta decisión al Tribunal Constitucional y a la Unión Europea si el ayuntamiento de la ciudad confirmaba esta decisión, como finalmente ha sucedido, porque, según palabras suyas, es una medida que vulnera la libertad de culto constitucional y que coarta la libertad de la mujer musulmana que lleva el velo voluntariamente para seguir el mandato de Alá.
Ya me gustaría a mí que esta y otras comunidades islámicas actuaran con tanta celeridad cuando se vulneran otros derechos. Lamentablemente no es así.
Ya en un anterior artículo (Público, 7 de febrero de 2010) dije que, según algunos intelectuales musulmanes, esta prenda nada tiene que ver con el islam y que otros la relacionaban con el Wahabismo, la interpretación más pobre que haya conocido jamás la historia teológica y doctrinal del islam según el escritor Abdel Wahab Meddeb.
Mohammed Abed Al-Yabri, filósofo marroquí fallecido el pasado 3 de mayo a la edad de 75 años, decía que la lectura fundamentalista del patrimonio tradicional es una lectura ahistórica. Y añadía que sólo podemos dialogar con aquellos elementos de nuestra tradición que sean aptos para responder a nuestras preocupaciones actuales. Abogaba, así, por establecer una relación científica con el legado cultural y criticaba la irracionalidad en la que está sumido el pensamiento árabo-musulmán, principal causa de su ya crónica decadencia. Separar, que no despojar, el sujeto de su tradición es un acto imprescindible según el autor de la Crítica de la razón árabe.
Izar la bandera del burka para defender algunos derechos de la mujer es, en mi opinión, un síntoma más que evidente de esta irracionalidad y de esta concepción ahistórica de la tradición.
Quede clara, pues, mi aversión total por estas prendas.

Pero, y ya me perdonarán la insistencia, hay un punto que no conviene olvidar. Me parece que empezar el debate, ineludible, del islam en Europa recurriendo en primer y último lugar al recurso de la prohibición es improductivo y, acaso, arriesgado.
Esta prohibición va dirigida a garantizar el respeto de la dignidad de la mujer y su igualdad de derechos. Hasta aquí nada que decir, faltaría más. Pero, ¿por qué no incluir esta medida en un paquete más amplio destinado a respetar la dignidad y la igualdad de derechos de todos los creyentes de este país? Acabar con los oratorios indignos que abundan en todos los rincones de nuestro país, por ejemplo, y construir las mezquitas necesarias. O controlar las dádivas nada desinteresadas de terceros países que pretenden influir sobre esta comunidad.
En definitiva, aceptar de una vez por todas que existen ciudadanos musulmanes europeos y dejar de considerar el islam como la religión de los otros. Y, por supuesto, estar atentos a que el virus del fanatismo no se extienda en esta comunidad
heterogénea y diversa.
En su ensayo Reflexiones sobre el exilio, Edward Said afirmaba algo sumamente interesante y esclarecedor. Decía que la interacción entre nacionalismo y el exilio (y la inmigración siempre tiene algo de exilio) es como la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel, según la cual los contrarios se informan y constituyen mutuamente. El burka y el nacionalismo europeo excluyente se necesitan.
El reto más acuciante que tenemos entre manos es, a mi juicio, el de evitar la existencia de los guetos. Es especialmente en ellos donde se gesta una identidad defensiva que embellece y ensalza, entre otros dislates, el burka, y donde se exalta el derecho a la diferencia como respuesta a una situación de exclusión social más que humillante. Para quien me quiera entender: el peligro es crear una comunidad cerrada, empobrecida y replegada sobre sí misma.
El pasado domingo 23 de mayo, Claude Dilain, alcalde de Clichy-sous-Bois –foco de los disturbios de 2005 en las banlieues de París–, publicaba una carta firmada por 46 alcaldes más en Le JDD (Le Journal du Dimanche) titulada Carta a aquellos que ignoran las banlieues. En ella incitaba al ejecutivo a actuar con urgencia antes de que sea demasiado tarde y se vuelvan a producir acontecimientos parecidos a los de 2005. El desarraigo, el paro, el fracaso escolar, la degradación urbana y la exclusión social, agravados aún más por la crisis económica, no auguran nada bueno.
Allí está la urgencia. Debemos hacer todo lo posible para que aquí no tengamos que sufrir las consecuencias de una sociedad atomizada y esclava de dos tipos de nacionalismos defensivos. El del país que no quiere mirarse al espejo y que es siervo de la idealización de un ayer que ya no volverá –y que, probablemente, jamás existió– y el que Edward Said denominaba "nacionalismo defensivo de los exiliados". Aquel que fomenta la conciencia de sí a través de formas poco atractivas de autoafirmación.
Saïd El Kadaoui Moussaoui es psicólgo y escritor

Ilustración de Enric Jardí

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