Dominio público

Violencia y platós de televisión

Bibiana Aído

BIBIANA AÍDO

Violencia y platós de televisiónSe aproxima el 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, y alrededor de esta fecha se concentran actos, conferencias, discursos y reportajes sobre esta lacra. En los últimos años hemos pasado, y debemos felicitarnos por ello, de la indiferencia al rechazo activo de una forma de violencia estructural que mina nuestros valores y pone en tela de juicio nuestras democracias.

Sin embargo, cuando finalicen las conmemoraciones de dicho día, algunos de estos discursos sonarán como las falsas monedas, porque lo son. Otros, tendrán menos influencia de la deseada y todos perderán parte de su valor.
La violencia verbal vertida contra las mujeres y las niñas a través de distintos foros y que ha arreciado con especial virulencia en las últimas semanas no es ajena a la violencia de género, sino una más de sus múltiples manifestaciones. La sufren las mujeres por el hecho de serlo y ello nos recuerda que ser mujer continúa siendo peligroso.
Decía Nelson Mandela que "cuando el agua ha empezado a hervir, apagar el fuego ya no sirve de nada". Efectivamente, el daño ya está hecho. Sin embargo, este 25 de noviembre debería servirnos para reflexionar sobre este fenómeno de depredadores mediáticos, calumnistas profesionales –como decía Manuel Vázquez Montalbán– y titiriteros de las palabras que está plagando los medios de comunicación y la vida pública de una violencia intolerable.
Dicha reflexión debiera llevarnos a ponderar qué tipo de valores queremos para nuestra sociedad y a plantearnos por qué ocupan tanto espacio y tiempo quienes azuzan esta campaña violenta y agresiva. Y también, cabría preguntarnos quiénes son sus cómplices y qué soluciones democráticas deberíamos encontrar a esta sarta de indecencias.
Y es que la misoginia se manifiesta cada vez con mayor osadía como explicaba Soledad Puértolas en una reciente entrevista. Casi a diario, asistimos a un espectáculo donde el protagonista es la falta de respeto verbal hacia las mujeres por parte de personajes públicos, ya sean políticos, escritores superventas o incluso algún juez que ha decidido obviar las leyes y la jurisprudencia convencido de que las mentiras, a
fuerza de repetirlas, se consolidan.

No voy a hacer la recopilación completa de afrentas a las mujeres. No tendría espacio ni aún ocupando todas las páginas de este periódico. La lista de quienes forman parte de la cultura del grito y la descalificación es demasiado larga. Sólo un recuerdo somero nos llevaría de las palabras de Eduardo García Serrano llamando "zorra" y "puerca" a la consejera de Sanidad del Gobierno catalán a las de Alfonso Ussía describiendo a unas manifestantes como "morsas" o "coños de vitriolo y de cianuro". Sin olvidar las joyas de Antonio Burgos cuando describió al primer Gobierno de esta legislatura como un "batallón de modistillas ministeriales" o al enunciar aquella odiosa frase de "si juzgamos por la cara, Leire Pajín tendría que ser actriz porno", que tal vez inspiró al alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, del Partido Popular, en sus recientes declaraciones. O las de Gustavo Bueno cuando hizo apología directa de la violencia contra mí misma cuando era ministra de Igualdad: "Habría que tirarla por la ventana", sugirió cuando afirmé que "a la Iglesia le corresponde establecer lo que es o no pecado, pero no lo que es o no delito".

Especial protagonismo ha tenido en todo este disparate Fernando Sánchez Dragó al alardear de sus relaciones con menores. Y no le ha ido a la zaga Salvador Sostres cuando en un plató de Telemadrid, en una desconexión pero en presencia de escolares, hacía referencia a sus preferencias sexuales con las chicas de 17, 18 y 19 años en unos términos vomitivos.

Ese festival de desprecio a las mujeres y las niñas pretende ampararse en la supuesta privacidad de ciertos espacios aunque sean tan públicos como un estudio televisivo. En realidad, se trata de fuegos de artificio para distraer del fondo de la cuestión. Y es que no se trata de simples excesos verbales sino que reflejan un imaginario excluyente y despectivo que sirve para alimentar la desigualdad que es la base de la violencia de género.
A veces esos propagandistas del machismo se escudan en la libertad de expresión, lo que supone un claro agravante a sus casos, a menudo reincidentes. La libertad de discrepar o de opinar implica el respeto a los derechos y a la dignidad de todos y de todas. Quien habla, quien da argumentos, quien sabe confrontar sus ideas no necesita recurrir al insulto, la descalificación y la violencia verbal. Estas artimañas son un abuso del poder que otorga la ventaja de disponer de altavoces mediáticos por parte de quienes desprecian a las mujeres, a quienes consideran intrusas en el mundo público. Pretenden escudarse en el concepto de libertad para, en sentido contrario, menoscabarla.

Estoy convencida de que, a pesar de tan sonados altavoces, estarán condenados al fracaso quienes necesitan demostrar su presunta superioridad frente al gran esfuerzo personal y colectivo de una sociedad que cada día trabaja con más afán en conseguir que hombres y mujeres sean dueños de sus vidas en función de sus talentos y capacidades.
Este 25 de noviembre debería servirnos para reflexionar sobre el resurgir del viejo sexismo bajo una apariencia nueva. Un sexismo que tiene nombres y apellidos y también tiene cómplices en quienes lo defienden y en quienes le dan soporte.
Es el momento de que la mayoría de la sociedad, que creemos en la igualdad y en la libertad, desen-
mascaremos a quienes, a estas alturas de la historia, hacen impunemente apología de la desigualdad y de la violencia contra las mujeres.

Bibiana Aído es secretaria de Estado de Igualdad.

Ilustración de José Luis Merino

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