Dicen que no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Es cierto. Durante los últimos años hemos visto como no se ha valorado suficiente lo público, y no fuimos mayoría para impedir los procesos de desmantelamiento, cuyos resultados estamos comprobando con horror y dolor.
La estrategia neoliberal instaurada por el Partido Popular ha consistido en convertir en necesario un servicio privado y hacerlo más atractivo que su homólogo público. Hay numerosos ejemplos: Educación, sanidad, justicia, cultura; pero hoy es ineludible hacer referencia al ejemplo palmario de este modus operandi, el que estamos viviendo y que cuando verdaderamente lo hemos necesitado con urgencia vital, nos hemos dado cuenta de lo valioso que era. Me refiero a la sanidad pública.
Tras la aprobación en la época de Aznar de la ley 15/07 comienza el proceso de rapiña del sector privado sobre la sanidad. Los conciertos y externalizaciones se han sucedido argumentando que el sistema de salud no era sostenible, todo para aumentar la opacidad y hacer negocios, al tiempo que los casos de corrupción se han multiplicado (Púnica, 1%, etc.). En el año 2011 los recortes en España habían supuesto 5000 millones de euros menos para sanidad, con mermas de servicios, salarios inferiores al 5% y congelaciones de plantillas. Sólo en la Comunidad de Madrid desde 2008 se han perdido más de 3000 profesionales. Si, de toda esa gente a la que hoy cada día salimos a las 20:00 a aplaudir por ventanas y balcones fue sobre quienes se puso el foco y se culpó como parte del problema durante la crisis (aquellos "acomodados funcionarios" y trabajadores de la sanidad). El mismo personal sanitario que hoy se enfrentan a un monstruo "a pecho descubierto", a sabiendas de que es posible que estén poniendo en riesgo no solo su vida, sino la de sus familias por salvar la nuestra.
Se recorta en Sanidad Pública y, en paralelo, se propician iniciativas de financiación privada para la construcción de centros sanitarios, hasta alcanzar el total de 50 Hospitales privados frente a 33 públicos, de los cuáles 5 tienen una gestión privada en la que, según la Cámara de Cuentas, cada tratamiento cuesta hasta 6 veces más caro que en la pública.
Con la coartada de la crisis hemos perdido muchos servicios públicos, pero ¿cómo han hecho para que, en general, no viéramos lo importantes que eran, para que ni emocional ni cognitivamente lo hayamos apreciado como una pérdida tan enorme?
Han sabido "influir" en la opinión de las masas, a través de las nuevas tecnologías, medios de comunicación y redes sociales; han influido en los gustos, susurrado deseos y formas de pensar.
Hemos visto a los fondos de capital riesgo aprovechar la situación para adquirir vivienda pública a precio de regalo, e invertir en empresas de sanidad privada qugestionan hospitales públicos, para vender luego su participación y así obtener beneficios. En Madrid hemos asistido a una forma muy concreta de hacer negocio con la salud, entregando la sanidad a manos privadas, cediendo la gestión de centros públicos a empresas privadas que van haciendo ingeniería financiera para empobrecer la atención y encarecer los servicios, derivando la demanda hacia el sector privado. Al mismo tiempo se ha recortado en ciencia, cultura, educación, servicios sociales, etc. debilitando al sector público hasta tal punto que al primer envite de envergadura todas sus costuras se han abierto.
Tal vez lo que está sucediendo sirva para calificar cada cosa por su nombre. Aquellos supuestos "ajustes" no lo fueron, fue una estafa social, un asalto a lo público y ahora se está demostrando, cuando todos los "ajustes" se nos vuelven en contra y es un mermado sector público el que tiene que hacer frente a la crisis cuando el resto se pone de perfil, rescatando personas, autónomos y empresas. Cuando vemos el maltrecho estado de nuestro sistema de salud público al borde del colapso, cuando vemos en qué condiciones están nuestros y nuestras mayores, más vulnerables que nunca en este momento.
Estamos siendo testigos de la imperiosa necesidad de lo público en la atención sanitaria, en la atención a mayores, dependientes, personas sin hogar, en la protección a las mujeres víctimas de violencias machistas, en los servicios sociales. No lo olvidemos cuando esto termine, y pensemos cómo queremos continuar, ya que dependerá en gran medida de la fuerza de nuestras propias convicciones salir reforzados de esta crisis o no.
No es tiempo para la crítica. En este momento lo más importante es, sin duda, arrimar el hombro. Arrimarlo de verdad, no con la boca pequeña como algunos, diciendo una cosa y haciendo su contraria. Sin tacticismo político, sin ser cainita. Lo importante ahora es salir de la difícil situación en la que nos encontramos, aunque eso signifique asumir alguna cosa que no es de nuestro agrado, con lealtad institucional. Y antes de que nadie empiece a afilar sus torpes entenderas acusándonos de amiguismos estúpidos, dejemos claro que sabemos que hoy esta crisis pone sobre el tapete de nuevo la lucha entre política y economía, entre el neoliberalismo y las necesidades de la gente, y sabemos de qué lado estamos. Cuando esto pase, que pasará, habrá tiempo de rendir cuentas por la gestión realizada. Analizaremos cómo se han hecho las cosas y por supuesto qué nos ha traído aquí. Será entonces cuando exigiremos responsabilidades, incluso penales si es necesario a quien corresponda.
Más allá solo nos queda aprender que lo que no se valora, como señalaba al inicio, se pierde. Hoy ha sido una emergencia sanitaria, mañana será una crisis alimentaria o climática. Se puede prevenir pero, sobre todo, podemos prever la necesidad de contar con unos servicios públicos fuertes y de calidad que puedan dar cobertura a toda la ciudadanía sin dejar a nadie atrás, sin dejar a nadie en la miseria o el hambre y sin tener que elegir quien vive y quién muere.
Comentarios
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