Nuestros oídos parece que se están acostumbrando, entre la expectación y el miedo, a la expresión política de "nueva normalidad". Y todos nos preguntamos qué significará eso, delegando en otros la responsabilidad de su significado y de su contenido sin tener en cuenta que, sea cual sea su significado, el significante seremos nosotras, la ciudadanía, nuestros cuerpos y nuestra salud física y mental, salud que, por cierto, no preocupa tanto. Sin hablar de la salud democrática, que puede quebrarse ante una pandemia política que ya está recorriendo el mundo. ¿Estamos dejando el futuro en manos de alguien que no somos nosotros mismos? ¿En manos de algo que no sea la soberanía popular? Resulta extraño que una expresión tan propalada por la clase política no se nos explique en qué consiste.
De algún modo subrepticio se nos está diciendo que es este un asunto que no debe ser manoseado por los profanos, que para eso existen comités de investigadores y científicos que pautarán nuestro modo de vida de ahora en adelante. Poner en cuestión cualquiera de sus interpretaciones o prescripciones significa en este caso rebelarse contra la razón, la ética, la mesura, la democracia y la bendecida e invocada "nueva normalidad". ¿Por qué es tan admirado y aplaudido el periodismo de investigación y tan denostada cualquier otra investigación sobre la supuesta pandemia? Ya mucha gente empezamos a tener la sensación de que estamos en una especie de Matrix que piensa por nosotros; que, de pronto, somos sujetos de un gran "reseteo" de toda nuestra realidad.
Sin embargo, no deberíamos hacernos esta pregunta como si la respuesta dependiera de fuerzas externas que pueden manejarnos cual marionetas asustadas y dispuestas, sobre todo, a obedecer. Desde luego que existen muchas fuerzas e intereses para aprovechar las crisis según la agenda neoliberal, que es una agenda, no solamente para sacar beneficios monetarios, sino para controlar a la sociedad, empezando por el Big Data, que recopila todos nuestros datos posibles, continuando por el seguimiento por miles de cámaras de nuestros movimientos, factible ya por las antenas 5G y, a continuación, dirigirnos según algoritmos de la Inteligencia Artificial (IA) que pautará nuestros comportamientos privados y sociales sin posibilidad de interlocución o reclamaciones porque el algoritmo no se equivoca. Claro, pero no se equivoca de acuerdo con los datos introducidos, que, de momento, son sexistas, xenófobos, racistas, individualistas o capitalistas sin matices. Más de lo mismo, pero intentando perpetuarnos en un sistema de imposible contestación. Todo encaminado hacia el control, lo cual me refuerza en la convicción de que el sistema patriarcal consiste en una psicosis estructural construida o performativa. Esa obsesión paranoica del control absoluto para asegurarse el poder sobre el mayor número de personas me resulta psicótico, a tal grado que me parece incompatible con la evolución humana. Es un tapón, un obstáculo que necesita ser superado si queremos seguir siendo humanos. Y digo patriarcal porque atañe por igual al sistema capitalista de Occidente o al comunista de China o Corea del Norte.
Llegados a este punto me remito a lo del presidente Lincoln: "Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Y la "nueva normalidad" me suena a la superación de este aforismo por la vía de la seguridad frente al bicho. Esa es la música. Una música que suena al panóptico de Michel Foucault en Vigilar y castigar, que es esa garita típica de las cárceles o los campos de concentración, en la cual existe un vigilante que puede ver en un radio de 360º sin ser visto. Sin embargo, Gilles Deleuze escribe que la fórmula abstracta del "panoptismo" no es "ver sin ser visto", sino "imponer una conducta cualquiera a una multiplicidad humana cualquiera". Hasta ahora se ha conseguido, porque, sin duda, tanto la existencia de la pandemia como las normas para combatirla responden a una cierta racionalidad, por eso hemos obedecido; pero también es racional que todo esto no sea más que una guerra bacteriológica seguida de un experimento de ingeniería social. ¿Por qué no? Ninguna de las opciones está demostrada, además, recurrir a la Ciencia tampoco supone tener "la verdad", porque precisamente es propia del sistema científico la metodología de ensayo/error y eso que Popper llama "la falsación". Precisamente por ser científica, toda conclusión puede ser superada por otra propuesta con más pruebas empíricas a su favor, algo que en la teología no sería posible. Y no es posible porque la teología se guía por el dogma, que es inamovible. Ningún teólogo podría demostrar que María no fuera virgen antes y después del parto de Jesús, aunque dispusiera de todas las pruebas comprobables. Sin embargo, lo extraño de este caso es que se está tratando la "verdad científica" como si talmente fuera una verdad teológica. ¿Será la "nueva normalidad" una normalidad pautada por este tipo de ciencia teológica que no se puede poner en cuestión ni admite otra versión que no sea la establecida por el dogma? Muy parecido a lo que sucede en los regímenes comunistas: ninguna "verdad" se puede poner en cuestión.
Pensándolo bien, para la mentalidad paranoica del poder patriarcal, el régimen chino es el ideal: comunista en lo político y neoliberal en lo económico. Es decir, el control absoluto de los ciudadanos por parte del poder, y el crecimiento económico galopante para el enriquecimiento de una cúpula de banqueros y magnates. En ambos casos, dos versiones de la obsesión por el poder sobre las masas, el verdadero enemigo interno de los poderosos.
De nuevo tendremos que remitirnos a Foucault cuando afirma que el poder es la razón que ve, que domina, que instrumenta y que controla. Teniendo en cuenta que la verdad absoluta no existe, sino que existen interpretaciones múltiples de los hechos, Foucault se apoya en la tesis de Nietzsche: «No hay hechos, hay interpretaciones», para decir que el poder crea "la verdad", por lo que, ante un hecho, cada individuo crea su interpretación del mismo, su propia verdad. Sin embargo, es el poder, el que dispone de los medios para imponer su interpretación a los demás. Además, tiene la potencialidad de sofocar las demás verdades que no disponen del poder suficiente para imponerse. Bien sabemos que esta tesis es utilizada por los poderes institucionales y fácticos para tratar de controlar los medios de comunicación y así difundir repetidamente la interpretación o versión de los hechos que estratégicamente les benefician con el fin de alcanzar los objetivos de control de masas y sacar ventaja política, económica o de cualquier otro tipo. Se trata de sujetar la subjetividad de los sujetos utilizando la racionalidad estratégica o instrumental para dominar la naturaleza y las personas.
Una vez que el "poder" se ha investido con la "verdad" instrumental de la Ciencia, ya se puede establecer la "nueva normalidad" en una sociedad vigilada desde el panóptico administrativo y tecnológico y así imponer una serie de conductas y actitudes en las masas. Redondo. ¿Hacia qué horizonte apunta el que la "nueva normalidad" consista en mantener el miedo con la distancia, la mascarilla, los horarios, los aforos y otras normas hasta que aparezca la vacuna? Total, que nos van a tener centrados en la obsesión por la enfermedad en lugar de reestructurar todo el sistema sanitario y en vez de proyectar todo un programa de educación para la salud, y no esperar a que Bill Gates nos salve con su mágica vacuna.
Llevamos tres meses centrados en escuchar uno y otro día la verdad oficial, reforzada, sin duda, por el dolor incontestable de la muerte de tantas personas en situaciones trágicas, así como por el sufrimiento y el esfuerzo sobrehumano del personal sanitario, que ha demostrado que, mientras la Sanidad sigue siendo privatizada por el PP allá donde puede, ellos siguen siendo lo mejor, lo excelente, de esa Sanidad pública, que era la joya de la corona, pero ya no. La joya de la corona son las y los sanitarios.
Mientras escribo esto, el mundo se levanta contra el racismo por la barbarie policial contra la gente negra, pero aquí, asustados como conejos sin salir de la madriguera o preparándonos para salir corriendo a las rebajas de verano. Se ha perdido una magnífica oportunidad para que las fuerzas políticas hubieran analizado todas las carencias y puntos débiles de nuestra democracia, sistema productivo o educativo y salir así más reforzados de esta crisis, que para eso existen. Atención aparte merece el aumento de la violencia machista y la evidencia de la desigualdad sangrante entre los privilegios masculinos y las obligaciones "por amor" de las mujeres. El Gobierno por su obsesión con la enfermedad y la vacuna, y la oposición insultando como una ralea de "hooligans" cuando pierde su equipo. Jamás se resignarán a que la izquierda se siente en el Consejo de Ministros, sillas que por derecho de cuna les pertenecen. Son una vergüenza para el país, una más. Y no menor, que diría el otro.
Dicho esto, sólo me queda recordar que el futuro está en nuestras manos, en la soberanía popular. Y que la nueva normalidad no puede ser otra que el ejercicio pleno de la democracia, de la equidad, de la solidaridad y de la evolución como seres humanos, que no pasa por el miedo. El miedo no puede ser normalizado.
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