Dominio público

Qué hay detrás de la nueva relación entre Abascal y Meloni

Daniel Vicente

Politólogo y analista (@DanielYya)

Qué hay detrás de la nueva relación entre Abascal y Meloni
Giorgia Meloni, líder del ultraderechista Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia). REUTERS

El pasado 15 de enero tuvo lugar un evento que, aunque pasó desapercibido en la gran mayoría de medios, representa un hecho fundamental en las relaciones de la derecha radical europea. Santiago Abascal y Giorgia Meloni, líder del ultraderechista Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), participaron en un debate organizado por el grupo europarlamentario de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), cuya Presidenta es la propia dirigente italiana.

El debate responde a dos elementos principales. El primero de ellos radica en la devolución de favores políticos. Hace algo más de un año, en septiembre del 2019, Abascal acudió a Atreju, un evento cultural anual, fundado en 1998, que se ha convertido en uno de los principales estandartes de la derecha italiana, donde Meloni brilla cada vez con mayor fuerza y autonomía. De hecho, además de Abascal y Meloni, por la tribuna de Atreju han pasado recientemente figuras desde Viktor Orbán hasta el actual Primer Ministro Giuseppe Conte. Un ejemplo de la importancia que tiene este evento que se anuncia con fuegos de artificio y constituye una de las expresiones culturales más movilizadores entre la derecha radical italiana y europea.

El acto entre Abascal y Meloni fue una declaración de intenciones clara. Con invitados de la talla de José Antonio Kast (líder del pinochetista Partido Republicano) y Mattias Karlsson (antiguo líder de los Demócratas Suecos), el encuentro internacional de "Patriotas y Conservadores" estuvo articulado en tres partes. La primera fue "Globalismo y patriotismo", donde se puso en evidencia el nuevo discurso que la derecha radical está desplegando contra las grandes empresas de la comunicación, sobre todo a raíz de la suspensión de las cuentas de Donald Trump en más de 15 redes sociales como consecuencia de los incidentes de El Capitolio. La misiva en este aspecto es clara, criticar la censura promovida por una supuesta izquierda (cajón de sastre para la derecha radical) y autoconstituirse como defensores de la libertad. El punto de partida es el ya conocido, crear un terreno en el que se instale la idea y denuncia de la totalización del debate público. "Ya no hay espacios para debatir cuestiones como la migración o el género", avisa Meloni. Con el propósito de ser ellos los que aglutinen cualquier mínima disonancia con el llamado "consenso progre".

El segundo punto fue el caballo de Troya al que Vox se asoma cada vez con menos timidez: la Unión Europea. En un mundo sin certidumbres, donde los postulados ya no son líquidos sino gaseosos, el objetivo debe ser defender la tradición. "Si tú le quitas la identidad a la gente, no les queda nada, son números". Pero no cualquier tradición, sino una muy concreta apoyada en los valores nacionales y cristianos. Europa no debe avergonzarse de sus raíces cristianas, para esta derecha radical, sino reconocerlas y aplicarlas a sus constituciones.

Y por último la cuestión migratoria, donde la Unión Europea vuelve a hacer aparición como máquina burocrática ("burócrata de Bruselas", según Abascal) que neutraliza la soberanía de las naciones, y como contenedor que difumina las identidades. La cuestión no es odiar a los que vienen de fuera, sino amar a los que están dentro. El discurso de odio, para que el consenso de estas formaciones sigue creciendo, debe quedar al margen. Deben, por el contrario, construir en positivo, aunque ese amor hacia los de dentro sea eminentemente excluyente. El cristianismo es la civilización, y como tal no se puede permitir que lo no-cristiano, esto es, lo no-civilizatorio, llegue a nuestras tierras. La radiografía es esta. El círculo de la derecha radical se ha cerrado. Rebeldía contra el globalismo, soberanía como reclamo y cristiandad como defensa.

Sin embargo, el evento responde a un segundo elemento, y principal en este artículo, que es la construcción de un nuevo y claro alineamiento entre la derecha radical española e italiana. Después de años dubitativo, Abascal ha elegido aliada en el país transalpino. Salvini, antigua estrella populista meteórica, ha pasado a un segundo plano. Indudablemente ha contribuido a ello que el exMinistro de Interior apoyara en su momento la causa independentista catalana, cuando prefería abogar por los regionalismos como discurso anti-establishment. Ahora, no obstante, la mujer fuerte actual en Italia es Giorgia Meloni, que desde el 2019 ha cuadruplicado su intención de voto, pasando del 4% al 17%, y ha ocupado el puesto privilegiado de relaciones directas con Vox en España. Pero, si Salvini y Meloni se sitúan ambos en la ultraderecha, ¿qué diferencias hay entre ellos?

La diferencia entre ambos exponentes de la derecha radical no es trivial. Salvini siempre ha personificado la figura del "furbo", del político con olfato que, aunque no sepa cuándo van a cambiar de dirección los vientos, sí tiene una gran capacidad para adaptarse a los cambios. Con un pasado vinculado a las Comunistas Padanos, su apuesta por el discurso nativista, populista y euroescéptico fue precisamente eso, una jugada en orden a crecer políticamente. Su valor tiene más que ver con una gran capacidad teatral y de transformismo político que con una moralidad rígida y virtuosa propia del conservadurismo más reaccionario.

Giorgia Meloni, por el contrario, es harina de otro costal. Creció en un barrio popular de Roma y desde los quince años aprendió los dogmas del neofascismo italiano de la mano del Frente de la Juventud (las juventudes del Movimiento Social Italiano, partido heredero del fascismo). Desde entonces Meloni se ha mantenido fiel a sus postulados, tanto cuando eran hegemónicos como cuando no. Incluso declinando la invitación para gobernar con su compañero Salvini en 2018. Prefirió el ostracismo de la oposición a la recompensa inmediata del poder. En una sociedad donde la clase política es sinónimo de desprestigio, Meloni abraza la idea del militante, del político fiel a sus ideas pese a todo. "Patria, Dios y Familia" lleva repitiendo años. Lo que antes le situaba en la marginalidad de la Historia, hoy le permite ser la abanderada de la derecha radical y populista europea.

La pulsión que representa Meloni es la de aquella persona que se reivindica como cristiana y plantea en términos civilizatorios un debate que enfrenta a vida o muerte a la Europa cristiana contra la globalización multicultural; una identidad nacional, cristiana y excluyente como mezcolanza del nacionalismo y la religión. Un aspecto que guarda una gran relación con el proyecto que Vox pretende crear en nuestro país. No sin pocos problemas en el camino, dada la fama que tiene el partido de Abascal de intentar copiar fórmulas del exterior, sin demasiada reflexión y con mucha presteza. Trump, Salvini, Le Pen y ahora Meloni. Un intento de agregación, en gran medida impostado, que pone en evidencia la indefinición que sufre Vox, que intenta ser un partido radical homologable más, pero que siempre acaba volviendo al caudillismo y a la cuestión catalana. A pesar de que todos los indicadores apunten a la inmigración como forma de crecer para los partidos radical-populistas europeos.

Los ingredientes son siempre los mismos. Nativismo, populismo y autoritarismo. Es una fórmula que desde hace décadas la derecha radical lleva empleando en el continente europeo para crecer a costa de electorados desencantados con otros partidos mainstream, tanto de derecha como de izquierda. Vox surge precisamente con el objetivo de ocupar este espacio en España. Ya sea en alianza con Salvini o con Meloni. Dos protagonistas que también pretenden combatir bajo las mismas coordenadas impugnatorias, pero donde Meloni destaca por encontrarse en la cresta de la ola después de un año nefasto para el líder de la Liga. Los dos representan los mismos valores radicales, pero mientras el lombardo es un actor más en un entramado de luces y sombras, la romana constituye el caso más paradigmático de la pervivencia del ADN fascista en un país fundado, precisamente, sobre una Constitución anti-fascista. Y esta prueba viviente debería incomodarnos a todos y todas.

 

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